Por Pascual Tamburri Bariain, 10 de julio de 2007.
Publicado en El Semanal Digital.
¿Mangante? ¿Maleante? ¿Cateador? Que un alumno se definiese así me haría plantearme algunas preguntas, claro. Lo esencial: un hombre inteligente de dieciséis años admitiría esos adjetivos sólo porque alguien se los ha lanzado y los ha clavado, hiriéndole. En este caso, un insulto a la inteligencia, aunque fueses, que no lo eres, un predelincuente como el Colin Smith (http://www.filmaffinity.com/es/film149736.html) de Alan Sillitoe (http://www.biografiasyvidas.com/biografia/s/sillitoe.htm). Si quien te ha dicho eso te ha dado clase hay que quitarle rápidamente el carné de docente y exiliarlo a la Antártida, a contar pingüinos. Pero no les des la satisfacción de creer que tienen razón, y piénsalo mientras estamos de fiesta, entre San Fermín y las secuelas de Santiago.
A final de curso puse por escrito, tras un año complicado, la «Evaluación de un alumno-desecho de ESO» (http://www.elsemanaldigital.com/arts/69499.asp?tt=), donde me refería, comparándolas, a dos personas por cuyas capacidades pondría la mano en el fuego. Uno de ellos está a punto de cometer el error que otro evitó por muy poco hace años. Hoy me limitaré a copiar lo que ha contado otra tercera persona (http://www.elsemanaldigital.com/blog_comentarios.asp?idarticulo=69499&idautor=039&cover=) como comentario a mi post del 23 de junio. No dejes de leer.
«Como en buena medida me siento identificado con lo dicho en el artículo (http://www.elsemanaldigital.com/arts/69499.asp?tt=), voy a contar mi experiencia, por si a alguien pudiese servirle de algo. Vaya por delante que voy a escribir como si solamente me pudiese leer el adolescente problemático que fui no hace tanto, por lo que supongo que tú que estás leyendo eres al menos inteligente, valiente y atrevido. Si no es así, puedes dejar de leer.»
«Entré en tercero de la ESO habiendo sacado las máximas notas en todas las asignaturas del curso anterior. A partir de ese momento, dejé de estudiar. Imagino que me cansé de seguir unas normas cuyo cumplimiento no me hacía mejor ante los demás, sino todo lo contrario. La gente odia sentirse inferior, así es que no valoran a los que son mejores que ellos. Entonces cometí dos fallos: pensar que la opinión de la gente es importante y no ser capaz de percibir la envidia a mi alrededor. En cualquier caso, mi ruptura de las normas empezó por faltar a clase, siguió por faltar al respeto a cualquiera que fuese mayor que yo (por supuesto, los profesores eran mis favoritos) y acabó por tomar distintos tipos de drogas, cada vez más fuertes. Tenía 14 años. Aunque parezca mentira, estas estupideces me dieron una nueva perspectiva de las cosas. En cuestión de meses me había hecho el jefecillo de la clase. Había pasado de ser el más estricto cumplidor de las normas a ser el más audaz infringiéndolas. Los borregos que antes intentaban quitarle mérito a mis logros ahora eran los pelotas que se acercaban con el rabo entre las piernas en los recreos. Y sin embargo, esa nueva perspectiva me hacía de nuevo estar descontento con mi situación. ¿Por qué hacía yo ciertas cosas? ¿Por el reconocimiento de la gente? ¿Por los borregos?.»
«Paulatinamente, desde los 15 años a los 16 me fui haciendo skin. Mandé a la mierda las drogas, pero tuve bastantes más problemas por otros lados, principalmente peleas. Ya no era el jefecillo, pero eso me daba igual. Se me tenía un respeto más cercano al miedo que a la admiración. Sería aburrido que contase aquí mis peripecias en aquella época; baste con decir que finalmente, casi con 18 años, me di cuenta de que mis acciones contradecían lo que decía. Finalmente, con el tiempo, enderecé el rumbo. Entré en la universidad. Hice nuevos amigos que han enriquecido aun más mis experiencias. Volví a estudiar. Hoy tengo 24 años, soy ingeniero, trabajo como investigador y el año que viene terminaré mi segunda carrera universitaria.»
«No te he contado todo esto como si estuviésemos en una terapia de Alcohólicos Anónimos. De hecho, no quiero ni espero que cambies. Quiero que seas igual de difícil, que hagas valer tu superioridad. A muchos profesores no les gustarás porque les resultas incómodo en su monotonía de funcionarios, pero no dejes que te arruinen la vida. Yo, pese a mis problemas, me las apañé para no repetir curso (¿¿¿te parece difícil el Instituto???) y como decía, finalmente fui a la universidad. Cada vez que me cruzo con profesores que me pusieron trabas para aprobar no puedo sino sonreír desde mi posición actual. Son los mismos que tiempo atrás le hicieron la pelota a sus compañeros malotes.»
«También te encontrarás con profesores que te entienden mejor de lo que tú crees: éstos merecen tu respeto. Para terminar, te voy a dar un consejo que me hubiese gustado recibir a mí hace unos años: vive al límite, es decir, no sigas a los borregos, pero no tires tu vida al retrete por ello. Ese es el verdadero límite. Recuerda la famosa cita: «el carácter es como la hoja de una espada, que solo es dura y flexible si se forja a temperaturas extremas.»
PS. Fin de la cita. Por mi parte, mucha gente, a lo largo del tiempo, me ha llamado maleante, y cosas peores. No sea usted cobarde y no huya usted de sí mismo, esto es una carrera de fondo y lo que más les dolerá es que se les quite la razón, no que se les dé.
¿MALEANTES SIN REMEDIO?
No hace falta tener como instructor al sargento de Artillería Thomas Highway para entender que quienes un día son considerados mangantes indeseables y cateadores incorregibles pueden ser mañana líderes del país. Siempre hay un septiembre para un hombre inteligente.
Por Pascual Tamburri Bariain, 10 de julio de 2007.
Publicado en El Semanal Digital.