Por Pascual Tamburri Bariain, 28 de agosto de 2007.
Publicado en El Semanal Digital.
Tampoco hace tanto tiempo, no el suficiente como para que todos lo hayamos olvidado. En 1991 José María Aznar renunció a que hubiese un PP navarro para hacer de UPN, un partido hermano y enteramente afín, una potencia de gobierno. Es de una generosidad insólita que un gran partido nacional renuncie sin más a existir en una provincia, y nunca estará de más recordarlo sobre todo porque aquella decisión descansaba sobre unas premisas que no podemos dejar de recordar.
Hasta 1991 el PSOE era, en las elecciones forales, el partido de mayoría relativa, y Gabriel Urralburu presidía Navarra. Eran los tiempos de Luis Roldán, de Antonio Aragón, de la Autovía del Leizarán y de todo lo que vino después. El centroderecha era sociológicamente mayoritario, pero acudía dividido a las urnas y se quedaba en la oposición. Había habido una derecha foralista en 1977 -la Alianza Foral Navarra de José Javier Nagore-, una UCD tumultuosa y conflictiva, por la que pasaron Jesús Aizpún, Jaime Ignacio del Burgo y Pedro Pejenaute, entre otros, litigando entre sí por casi todo incluyendo el apoyo o rechazo de la Constitución, un CDS con los fidelísimos de Adolfo Suárez, un Partido Moderado -Monge y de nuevo Pejenaute-, una Alianza Popular en continuo cambio de líderes, desde Juan Cruz Cruz hasta Pancha Navarrete y qué sé yo cuántas cosas más. Un barullo de siglas y de nombres para una masa social mayoritaria pero perpleja, lo que permitía que la izquierda gobernase ¡nada menos que en Navarra!
Había que solucionar aquello y seguro que la idea tuvo muchos padres, pero hay que acordarse de tres: Juan Cruz Alli, entonces cabeza de lista de UPN, vio claro que sólo la unidad daría la victoria, José María Aznar estuvo dispuesto a sacrificar por el bien común la sigla del PP navarro, que entonces era la formación más pujante y emergente, y don Manuel Fraga aportó un modelo para él especialmente querido: Baviera.
Que Navarra pudiese ser la Baviera española es algo que algunos ya venían pensando desde la Transición, empezando por el partido de Franz Josef Strauss que, mientras la CDU estimulaba la derecha democrática en el resto de España, lo hacía básicamente en Pamplona. Algún día se escribirá sin pudor esa historia, pero no es ningún secreto que Aizpún, Alli, Aznar y Del Burgo vencieron hace 16 años todas las reticencias pensando en eso mismo: en un centroderecha navarro con sigla propia, más marcadamente católico, conservador y de principios que en el resto de comunidades, autónomo de puertas adentro y absolutamente fiel y leal al PP de puertas afuera. Durante décadas CDU y CSU han gobernado Alemania así.
No es ningún insulto decir que UPN por sí mismo nunca habría llegado a su posición actual. No es ninguna vergüenza reconocer que el PP se portó de modo espléndido en los momentos duros, cuando UPN tuvo su escisión y pasó a la oposición. Ahora, por razones políticas, Miguel Sanz ha preferido un cierto acuerdo con Zapatero en vez de convocar unas nuevas elecciones a las que la Ley le autorizaba y para las que las encuestas le daban triunfador; él sabrá por qué. Pero si un notable representante de UPN como José Javier Viñes publica autorizadamente, ahora, que «el acuerdo UPN-PP de 1991 está agotado» será porque algunos, o muchos, piensan que Navarra no es Baviera y UPN no es la CSU. Habrá que aclarar las cosas, porque la amabilidad del PP no es ilimitada, ni tampoco le conviene a Rajoy que sea franciscana.
Por Antonio Martín Beaumont y Pascual Tamburri Bariain
Por Pascual Tamburri Bariain, 28 de agosto de 2007.
Publicado en El Semanal Digital.