Por Pascual Tamburri Bariain, 27 de septiembre de 2007.
Publicado en El Semanal Digital.
En algunas regiones perdura el clima enfermizo de la Transición, y los complejos imperantes alimentan a los abertzales y a Zapatero. Es hora de cumplir la Ley, y también de mucho más.
La Transición a la democracia empezó con una guerra de banderas que costó muertos y heridos. Una guerra de verdad, en la que la Policía y especialmente la Guardia Civil en el País Vasco eran enviadas a retirar banderas nacionalistas, ilegales, y en la que ETA aprovechaba la ocasión para colocar bombas y asesinar a servidores del Estado. Pueden dar fe los ministros del interior de la Época, como Manuel Fraga y como Rodolfo Martín Villa. Fue éste, precisamente, quien decidió legalizar la ikurriña como bandera en principio privada, explicando que con esa concesión y poco más el terrorismo abertzale terminaría. Cambió la ley: Santa Lucía le guarde la vista.
Treinta años después, las tornas se han invertido. Del País Vasco, de partes de Navarra y de porciones crecientes de Cataluña ha desaparecido de hecho la bandera nacional. Las concesiones siguieron y los complejos triunfaron, de manera que durante décadas se ha tolerado el incumplimiento de la legislación, que hace imperativa la presencia de la bandera en todos los edificios públicos. La Ley de Banderas de 1981 es clara en sus disposiciones, pero es incumplida o ignorada, cuando no violada o reducida al ridículo. La Fundación para la Defensa de la Nación Española de nuestro amigo Santiago Abascal ha elaborado un listado demoledor; y se queda corto.
Hoy es noticia, por ejemplo, el alcalde socialista de Andoáin (Guipúzcoa), José Antonio Barandiarán, que se niega a responder al PP sobre la ausencia de la bandera española de la fachada del Ayuntamiento; el secretario de la corporación dice, y seguramente no faltarán argumentos de leguleyo, que el cumplimiento de una Ley debe ser ordenado por el delegado gubernativo y no puede ser objeto de moción municipal. Así que le pelota pasa al tejado de José Luis Rodríguez Zapatero. Pero ¿es que alguna vez dejó de estar ahí?
Otra guerra de banderas
Estamos en una Segunda Guerra de Banderas, pero ahora, aunque fue necesario en tiempos de San Adolfo Suárez dictar una Ley para jamás cumplirla, la fuerza está en manos de los abertzales. Una generación entera de vascos y de catalanes, y muchos navarros también por cierto, ha crecido sin ver la bandera de todos con la normalidad imperante en cualquier otro país de nuestro entorno. Los nacionalistas identificaron la bandera con el franquismo, la izquierda colaboró entusiasmada en la operación y el centroderecha, en general, calló durante décadas temiendo ser acusado de ser un residuo nostálgico del pasado.
Pero la bandera no es pasado, sino alegre presente. Nunca como ahora las celebraciones deportivas y festivas han visto un uso popular tan amplio de la bandera; en todas partes, salvo en la reserva de caza nacionalista, donde de hecho seguimos como al final de la Transición: pidiendo disculpas casi por ser españoles y demostrarlo, y generando miedo los abertzales al uso de cualquier bandera que no sea la suya. ¿Hay remedio?
Algo raro pasa en un país en el que Regina Otaola llena portadas de prensa por hacer algo que en Francia, Italia o Alemania sería un hecho indiscutible: colocar la bandera en el Ayuntamiento. Lo vemos en Lizarza para bien y en Andoáin para mal, pero también otras localidades del País Vasco y de Navarra, e instituciones como el Parlamento autonómico vasco, las correspondientes diputaciones, los centros de enseñanza y todo tipo de instalaciones públicas rehuyen el cumplimiento de la Ley. Los nacionalistas lo hacen por decisión consciente, ya que ellos libran una guerra y quieren ganarla. Los socialistas, en general, porque no se sienten identificados con la bandera más que con cualquier símbolo, pues a ellos, como antes a Fernando Savater, «España se la suda». Y la derecha, en sus distintas versiones, calla demasiado a menudo «para que no se diga» .
Gana Zapatero
Zapatero es feliz con la situación. En el conjunto de España se ha normalizado y hasta popularizado el uso de la bandera nacional, y las banderas regionales no dejan de ser eso, regionales. El orgullo nacional español no gusta al PSOE, ya que genera un ecosistema poco propicio a su proyecto; pero en cambio el ambiente en territorio abertzale es el más propicio para lo que Zapatero desea: alergia institucional a la nación «discutida y discutible» y un centroderecha al que quiere ver acorralado entre el miedo a ETA y el miedo a romper la barrera de lo políticamente correcto.
Zapatero, sin embargo, aunque se encuentre así a su gusto, tiene el deber de aplicar la Ley, y podrá ser acusado de no hacerlo. Ciertamente el PP, cuando gobernó, no estuvo siempre a la altura que el sacrificio y gallardía de sus militantes exigían; pero eso no legitima la pasividad de ZP. Ciertamente UPN, que gobierna en Navarra, deja que haya muchos Ayuntamientos simplemente sin banderas, y dictó una Ley de Símbolos trufada de miedos y complejos; pero no deja de ser el partido de Tomás Caballero, asesinado por ETA como concejal de Pamplona décadas después de haber colocado en el mismo Ayuntamiento una ikurriña vergonzosa que aún recordamos.
Y es que la Ley, que ahora toca a Zapatero imponer, aunque sea enviando tres décadas después a la Guardia Civil, requiere el fin inmediato de la excepción vasco-catalana-navarra: mientras en estas tres regiones no se liquiden los complejos de la Transición y no se extienda a ellas el mismo clima de normalidad española que vive el resto de la nación, el Gobierno y sus socios estarán como pez en el agua. Aquí perdura el ambiente enfermizo que llevó a Martín Villa y a sus compañeros de partido a aquellas bajezas, que son la causa de nuestros males. Y de la ausencia de banderas.
(Por cierto: premio a la innovación histórica a los abertzales de Gara, para quienes -contando a sus lectores lo que se escribe en esta columna- en 1936 en Pamplona debió de haber «miles de defensores de la legalidad fusilados sin juicio por los golpistas». (http://www.gara.net/paperezkoa/20070926/40087/es/Los-miedos-faccis) Ellos sí que saben.)
Por Pascual Tamburri Bariain, 27 de septiembre de 2007.
Publicado en El Semanal Digital.