Por Pascual Tamburri Bariain, 13 de octubre de 2007.
Publicado en El Semanal Digital.
El viernes 12 de octubre murió en Madrid Javier de Lizarza, un hombre que sin jamás aspirar a un cargo público ha marcado la vida política de Navarra durante una generación. Su desaparición ha conmovido a muchos y ha dado lugar a amplias muestras de dolor; también obliga a un recuerdo que no es cómodo para todos, y deja un hueco que no será fácil llenar.
Lizarza, abogado de éxito, vivió de su trabajo y de la empresa privada, nunca de los negocios públicos. Pese a esto, nunca se desentendió de lo que sucedía en Navarra ni de los males que han acechado a nuestra tierra.
Especialmente en la Transición y después de ella, Lizarza fue uno de los garantes de la Navarra foral y española, la única que realmente ha existido por otra parte, al menos desde que la foralidad se convirtió en una nota distintiva. Sus cargos en el seno de las comunidades de navarros en Madrid -en el seno de las Comisiones de Navarros primero y como viceprefecto de la Real Congregación de San Fermín de los Navarros siempre- le permitieron avisar de las concesiones de Adolfo Suárez al PNV a costa de Navarra antes de que fuesen irreversibles. Miles de telegramas enviados al Rey y al Gobierno y una movilización social sin precedentes, entre otras cosas, tuvieron mucho que ver con la intuición política y la capacidad de organización de un hombre cuyas convicciones reconocen hoy incluso sus adversarios.
¿Se podría apelar de nuevo al Rey?
Sería una ocasión excelente, mientras se celebran aún los distintos funerales de Lizarza, para contar la bonita historia de la relación entre su obra y la exitosa configuración política de la derecha navarra, hoy en UPN. Pero hoy se debate una cuestión aún más importante.
Cuando Lizarza comprendió que Navarra podía ser «moneda de cambio» -como ya entonces alguien dijo y escribió- en los tratos entre UCD y PNV, él y otros navarros vieron que frente a las componendas de los políticos sólo cabían dos salidas: apelar al pueblo, en la calle, y a la Corona, creyendo en su poder más que moderador. Treinta años después Lizarza ha tenido la satisfacción de ver al pueblo de nuevo unido y en pie, el pasado 17 de marzo, pero también ha muerto con la inquietud de ver menguada la influencia de un Rey a quien en otro tiempo se pudo invocar en la hora de peligro.
No sabemos qué piensa realmente José María Aznar, pero son varias las veces en las que ante la actual crisis ha declarado que «a España le conviene la Monarquía». Ante los riesgos del presente el anterior líder de la derecha española recuerda los principios y olvida el trato recibido, porque no es el momento del rencor. Los mismo hizo, aunque sin éxito a largo plazo, el Antonio Maura maltratado y abandonado en 1909 y generosamente recuperado en 1917; él creía también que «a España le conviene la Monarquía», como también hizo Lizarza hasta su muerte y demostró en la Transición.
Entre 1976 y 1978 Lizarza marcó un camino para quienes querían defender Navarra, y quizás el Rey respondió a sus expectativas. En 2007, con la emoción de un recuerdo cercano, la monarquía tiene también en Navarra una manera de mostrar su vigencia. Don Juan Carlos puede elegir entre su propio acierto de hace tres décadas y las componendas hirientes que su abuelo permitió, que terminarón a la vez con las convicciones de Maura y con la institución. Suceda lo que suceda, Lizarza nos sonreirá desde el cielo de los leizarras.
Por Pascual Tamburri Bariain, 13 de octubre de 2007.
Publicado en El Semanal Digital.