Por Pascual Tamburri Bariain, 7 de noviembre de 2007.
Publicado en El Semanal Digital.
La división del distrito electoral de Bruselas-Halle-Vilvoorde (BHV) en Flandes corre el riesgo de dividir algo más. Bélgica podría desaparecer del mapa y, con ella, los independentistas antiespañoles creerían obtener una victoria o el anticipo de la misma. Quizás sea el momento de señalar algunas bobadas que circulan entre nosotros con demasiada alegría.
Una. La situación de Bélgica no es comparable a España. Bélgica es un Estado creado artificialmente en 1830, tras una revolución liberal, con los viejos Países Bajos católicos. Bélgica -nombre tomado de la historia romana- reúne las diez provincias que España defendió antes durante dos siglos contra la amenaza protestante; unas provincias a las que el idioma no une y nunca ha unido desde comienzos de la Edad Media.
Dos. Flandes no es Cataluña, ni mucho menos Vasconia. Los flamencos de Bélgica tienen una autonomía de tipo federal lograda a lo largo del siglo XX. Pero su personalidad histórica, y también lingüística, es un hecho acreditado sin matices, y sin comunidades francófonas en su interior. Todo parecido es casual.
Tres. Los distintos nacionalismos son incomparables. Entre el fervor de sacristía de Durán Lleida y el nacionalismo radical de Filip Dewinter hay un abismo; no digamos ya entre Vlaams Belang y ETA-Batasuna. En un país gobernado por uno de estos movimientos todos los miembros del otro serían enemigos del Estado, hasta tal punto las diferencias deberían excluir incluso todo contacto.
Cuatro. Lo que en Flandes es probable aquí no sucederá. Dice Dewinter que «el final de Bélgica está cerca, la cuestión no es si Flandes será independiente, sino cuándo, porque Bélgica no funciona, y la única alternativa al caos es la independencia». Ningún nacionalista antiespañol puede decir seriamente otro tanto.
No creo que estas noticias de Flandes sean buenas para ningún europeo, pero lo peor sería no conocer los hechos reales. Todo nacionalismo, por definición, es enemigo de la convivencia imperial en el seno de Europa, ya que exacerba lo pequeño y diferente frente a lo común y permanente. Ahora bien, entre una comunidad nacional milenaria al estilo de Flandes y las elucubraciones de Sabino Arana hay y debe seguir habiendo una diferencia.
Por Pascual Tamburri Bariain, 7 de noviembre de 2007.
Publicado en El Semanal Digital.