Lo que ofrecen las sectas orientales en una sociedad cristiana

Por Pascual Tamburri Bariain , 8 de enero de 2008.

Este tipo de espiritualidad llegó a Occidente con algo que, se supone, no existía en su tradición. Palacios explica cómo, al contrario, nuestra mística siempre ha estado más allá.

Isidro Juan Palacios. Eremitas. Las enseñanzas místicas de los Padres del Desierto: Dionisio el Areopagita, Isaías en Anacoreta, María Egipciaca y muchos más. Palmyra. Madrid, 2007, 528 pp. 24 €

Desde mediados del siglo XX, y aun a riesgo de ser polémico especialmente desde el Concilio Vaticano II, Occidente –Europa y América, el ámbito propio de la Cristiandad latina- es escenario de la penetración de grupos religiosos de origen oriental. Bien directamente como confesiones religiosas, como sectas o como escuelas de profundización espiritual sin aparente contenido confesional, múltiples iniciativas han desembarcado en nuestros países y han arraigado en ellos, o han surgido como imitación local de un camino de perfeccionamiento físico y espiritual que supuestamente estaba ausente de nuestro propio legado.

El atractivo de la espiritualidad oriental radicaba en que sus técnicas milenarias permitían un acceso privilegiado a lo eterno, es decir a la inmortalidad del cuerpo y del alma, percibiendo además el progreso en ese camino durante la vida terrena. La meditación, las artes marciales, la superación de los aparentes límites naturales, el dominio de las propias fuerzas y de las del mundo, la introspección y la iluminación eran posibilidades aparentemente nuevas que Oriente (sufíes islámicos, budistas de diversas tipos, hinduístas, confucianos y sintoístas, además de innumerables sectas no pocas veces fraudulentas) ofreció a Occidente a partir especialmente de mediados de los años 60.

Isidro-Juan Palacios, español nacido en 1950, es un hombre de la generación de 1968, la primera que entre nosotros descubrió, de manera a menudo desordenada, realidades como el yoga, el judo o el zen. Es cierto que ya desde el siglo XIX, a partir de grupos tan peculiares como la secta teosófica de Helena Blavatsky, las técnicas de perfeccionamiento espiritual eran más o menos conocidas en Europa y en Estados Unidos, pero sólo entre muy reducidos grupos de adeptos. A aquellos primeros misioneros a la inversa y conversos en diverso grado se debieron los primeros pasos del orientalismo entre nosotros y un prejuicio que ha perdurado: para ellos, el cristianismo sería sólo una religión «a medias» porque no permitiría una realización espiritual terrenal y completa.

Ese prejuicio fue heredado por el orientalismo de masas en el siglo XX, y contra él se dirige de manera brillante y seductora el libro de Palacios. Afortunadamente no se trata de un manual teórico ni de un texto académico sino de un genuino discurso –no en vano el autor es profesor de oratoria- en el que Palacios exhibe todo su conocimiento de Oriente para demostrar que el cristianismo ya tuvo, y sigue teniendo, tanto o más de todo aquello que en lo oriental gustó a las generaciones de finales del siglo XX.

Palacios se centra en este libro, siguiendo un guión práctico y más bien ordenado según los pasos naturales de un perfeccionamiento espiritual, en el legado de los Padres del desierto, los eremitas que en los primeros siglos de nuestra era cultivaron la vía ascética y buscaron nuevas vías de unión con Dios. Hay que recordar que mientras que el monacato occidental es esencialmente comunitario desde San Benito (con la matizada excepción de los cartujos), el oriental sólo lo es en parte desde San Basilio, al conservarse una larguísima tradición eremítica desde época apostólica. Palacios encuentra en los textos de los Padres del desierto un filón inagotable de lo que otros quisieron buscar a través de Buda, de Krishna o de Alá.

Es, sin duda, un libro de grata y fácil lectura que puede ofrecer incontables sugerencias a quien tenga una inquietud espiritual. Al católico puede parecer confusa la distinción entre «unión con Dios» (santificación) y «divinización», pero en definitiva los que se abren no son nuevos caminos, sino viejos y bien trillados senderos que muchos santos recorrieron antes en su vida y en su oración. Palacios cree que pueden ser útiles precisamente a quien hoy sienta inquietudes que la espiritualidad cristiana más conocida no satisfacía, esté dentro o fuera de la Iglesia. Al fin y a la postre, la mística católica siempre ha afirmado los tres momentos o vías de la unión con Dios –vía purgativa, iluminativa y unitiva- y desde los grandes místicos carmelitas (San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús) hasta los ascéticos y místicos jesuitas (San Francisco de Borja, Nieremberg) son muchos los matices que también el extremo Occidente ha ofrecido en este camino.

El mérito de Palacios es indudable y el valor de este libro imponderable, y sólo cabe hacerle un reproche de fondo: del mismo modo que no hacía falta ir a países y religiones lejanos para encontrar lo que el mismo cristianismo ya ofrecía, tampoco son los santos Padres del desierto los únicos en abrir caminos hacia Dios. Quizás, como él mismo ha demostrado a cuenta de los Padres egipcios, lo que deba cambiar es nuestra manera de acceder a ese legado espiritual que sigue a nuestra disposición y a la de quien llegue a él apartando la hojarasca de los siglos.

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 8 de enero de 2008, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/ofrecen-sectas-orientales-sociedad-cristiana-77939.htm