Por Pascual Tamburri, 8 de abril de 2008.
El centroderecha español en general padece una depresión. Es una enfermedad que tiene como síntoma, entre otros, la rápida sucesión de períodos de euforia y de fases de hundimiento y desorientación, como bien intuye nuestro Ricardo Rodríguez al hablar de la Ley de Murphy. Los mismos que hace unos años parecían dispuestos a comerse el mundo dudan ahora mismo hasta de su propia identidad y existencia. Y no es el resultado de la derrota electoral, sino, quizás, su causa.
Mariano Rajoy no ha perdido porque el PP no sea un partido grande y fuerte, ni porque no tenga en su código genético muchas cosas importantes que defender, que preservar y que conquistar. La derrota de 2008, que anula cualquier duda sobre la crisis de 2004, tiene sus cimientos en el divorcio entre la clase dirigente del PP y su base militante. Los dirigentes, demasiado a menudo, dudan de sí mismos, o ni siquiera dudan porque no creen en nada. Creen en sus puestos, sus carreras, sus negocios, pero no siempre sienten su unidad con los principios fundacionales y con lo que la gente normal cree y vive a su alrededor. Y eso genera vaivenes emocionales, como el que estamos viendo, y grandes problemas de comunicación. Porque con o sin Pedro Arriola es muy difícil vender unas ideas en las que los altos dirigentes a duras penas creen de verdad a veces.
El PP es un gran partido, y su unidad es un bien mayor. También lo es, a su escala y exactamente con los mismos problemas, Unión del Pueblo Navarro, y conviene advertirlo porque antes o después (antes, no nos engañemos) la crisis espiritual de la derecha va a cruzar el Ebro. Estos días previos a la investidura de Zapatero se están oyendo, en foros y de personas antes inesperados, comentarios del tipo «lo hemos hecho todo mal desde hace dieciocho años», «más de una década en el Gobierno no ha servido más que para reforzar a los nacionalistas», todo esto condimentado con largas listas de pretendidos errores políticos y de agravios personales.
Si las cosas estuviesen tan mal Miguel Sanz no gobernaría Navarra. Obviamente, como esto es una democracia, sabemos que antes o después UPN será oposición; mientras sea Gobierno tendrá que gobernar la comunidad conforme a sus principios (y no los de otros), y asumir su propia historia e identidad. Por supuesto que conviene recordar quién y cómo refundió la derecha navarra en su anterior unidad, pero la curación de la depresión no es el suicidio. Ni en versión nostálgica llorona ni en versión progre acomplejada, ni en sus inefables combinaciones locales. Volver a la división de los 70, los 80 y los primeros 90 no es solución para este abismo que se abre ante nuestra derecha. Tampoco lo es perseverar en el triste negocio del autolesionismo. Tenemos un par de Congresos por delante donde estaría bien que se hablase de ideas más que de personas, de rencores o de encuestitas, para empezar.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 8 de abril de 2008, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/dieciocho-anos-perdidos-para-derecha-suicida-81629.html