Por Pascual Tamburri, 11 de abril de 2008.
Ha acertado Esperanza Aguirre. No en todo, porque es humana, pero sí en un análisis clarividente de algunos problemas de su partido. Un PP que según ella y según muchos observadores neutrales, ha logrado la curiosa proeza de parecer a muchos «anticuado» y «antipático» precisamente cuando más centristas (o izquierdistas) son muchas políticas que aplica allí donde puede. Vive el PP ahora mismo lo peor de dos mundos: no siempre es coherente con todos sus principios, por un lado, y consigue por otro, como víctima de una maniobra ideológica de los socialistas –que sí han leído a Antonio Gramsci-, quedar como carca, gruñón, viejo y enfadado. Qué bien, ¿no?
El que quiera analizar los debates internos del PP en clave ideológica puede, desde luego, hacerlo. De momento España es un país libre. Pero quien lo haga no se va a enterar de nada, porque los ropajes ideológicos que se visten o se reprochan según los casos son pura circunstancia. Es una lucha por el poder y la influencia, en la que las ideas se usan como lanzas propagandísticas pero difícilmente se asumen. Y es que los grandes líderes del centroderecha han aceptado instintivamente el escepticismo de un Maquiavelo, de un Thomas Hobbes y (sin citarlo) de un Carl Schmitt: la única distinción que importa es la de amigos y enemigos. Ya verán.
Bien, quizás Pedrojota Ramírez crea en serio que Esperanza Aguirre «reivindica la modernidad, el liberalismo, e interpreta el liberalismo en la misma clave» del director de El Mundo, es decir en «el posicionamiento centrista, entre el conservadurismo y el socialismo». Socialmente es poco probable una Aguirre socialista o izquierdista, desde luego, pero cosas peores se han visto. Lo de que sea la gran esperanza de la derecha española lo sepulta el mismo Ramírez, ya que sus posiciones en ciertos temas difícilmente pueden pasar por conservadoras, salvo que se trate de la conservación de la gran propiedad privada (y eso no sería un centro, sino una derecha económica), y éticamente buena parte de las bases del PP no estarían de acuerdo con ella si se hablase con claridad.
En cuanto a lo de la modernidad, me van a permitir que no entre en semejante debate: si ustedes quieren considerar a Adam Smith, Maximilien de Robespierre, Práxedes Mateo Sagasta y F.A. Hayek «modernos» (¿por qué eran liberales, no?), adelante. Si el modelo de modernidad es ese será lógico considerar una proeza de flexibilidad seguir defendiendo las mismas soluciones sociales y económicas que se compartieron en 1985 con José Antonio Segurado.
¿Alguien sabe dónde está ese centro?
Si se han perdido con lo anterior no se preocupen: es normal perderse porque todo eso no lleva a ninguna parte. En fin, sí, al mismo punto al que llegamos si nos empeñamos creer que Gallardón es un progresista furibundo (sea para bien o para mal). Así que el nieto del Tebib Arrumi, hijo de José María Ruiz Gallardón, yerno de José Utrera Molina, alférez de la Brigada Paracaidista, secretario general de Alianza Popular cooptado por Manuel Fraga, alcalde de Madrid con cómoda mayoría absoluta, apoyado por el ABC, ¿es de izquierdas? Por favor.
Gallardón nos ofrece la mejor prueba de por qué estamos hablando de poder y no de ideas. A Gallardón se le reprocha un supuesto libertinaje en su vida privada, pero si fuese otra persona se le aplaudiría como signo de modernidad; se le acusa a la vez de haber sido abogado defensor de un guardaespaldas argentino de Fraga, de pasado discutible, pero en otro caso se le podría ensalzar como defensor de la presunción de inocencia o quizás hasta se recordarían los horrendos crímenes de la izquierda platense. En resumidas cuentas: claro que hay ideas, pero ni es de ideas de lo que hablan los líderes de la derecha ni las ideas que se atribuyen a unos y otros son necesariamente las que realmente profesan, si es que profesan alguna.
El presunto antagonismo entre «liberales y estatistas» es una guinda del mismo pastel: cualquier prejuicio es malo, digo yo, y en economía se trata de solucionar problemas y de atender a la gente. ¿Cómo? En cada momento de la mejor manera posible, sea la que sea. Mal vamos si nos ponemos las anteojeras; «estatista» es un mero reproche, una descalificación, como llamar a alguien «derechista» o «conservador». No se apuren, están jugando al juego del poder. La derecha, a la que uno u otro de ellos representará y esperemos que con éxito, contiene muchas más cosas. Cuando terminen de jugar ya hablaremos de cosas serias.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 11 de abril de 2008, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/pistas-falsas-aguirre-derechista-gallardon-izquierdista–81719.html