Por Pascual Tamburri, 28 de mayo de 2008.
Iñaki Ochoa de Olza ha muerto. Nunca ha habido tanta atención en los medios de comunicación para un montañero caído, y creo que ya está casi todo dicho. Quien quiera explicaciones técnicas sobre cómo se sube o no el Annapurna las tiene en la prensa de la última semana. Aprovechad ahora porque en cuanto termine el impacto de la noticia la prensa local volverá a tratar la montaña como lo que para ellos es: una especie de deporte raro de tipos raros y de abertzales raros, de la que se informa sólo si hay desgracias o porque el nicho de mercado interesa.
Sin embargo Ochoa de Olza es –ha sido y sigue siendo- mucho más que un friki en altura. Además de todas las cosas buenas que de él se han recordado, además de todos los lamentos oficiales, bastante hipócritas, oportunistas y desinformados, es –fue y sigue siendo- un hombre ejemplar en su género.
Recuerdo cómo en 2004 volvió absolutamente sorprendido de una expedición al Himalaya. Una cordada en la que él era el más experto y veterano, de repente, se escindió. Tres de los más jóvenes, formados en el sistema educativo actual y en nuestra sociedad, rompieron con las normas y usos del montañismo. Llevaron la contraria a su jefe –Ochoa de Olza-, cambiaron de ruta porque les pareció oportuno, rompieron la cordada y pusieron en riesgo sus vidas y las de sus acompañantes. Ochoa de Olza decía que esto va contra «la pura lógica que impera tradicionalmente en el alpinismo», y que él dejaba de considerarse «responsable de lo que el futuro pueda deparar a estos tres escaladores» .
Iñaki Ochoa de Olza ha vivido en la montaña y para ella, y lo ha hecho haciendo suyos principios y normas que hoy no están de moda. Como él, sigo creyendo que sólo puede ser un «espacio reservado al esfuerzo, a la desigualdad, a la jerarquía, a la austeridad, al crecimiento». Pensando que cuando eso se olvide –como lo olvidaron aquellos compañeros del montañero y como la moda impone olvidar- el alpinismo desaparecerá. Y sabiendo que permanecerá porque los niños y jóvenes, a diferencia de los adultos educados en la ética ilustrada, jamás preguntan por la «utilidad» de aquello por lo que ha arriesgado y dado la vida.
Su ejemplo y su recuerdo no han muerto. De él podría decirse lo que recordaba Petrarca, leyendo en una cima, tras la escalada, las palabras de San Agustín: «Y los hombres continúan admirando las altas montañas, … y mientras lo hacen se olvidan de sí mismos». Contrario a la cultura de lo fácil y al ansia por competir y por aparentar, el montañero navarro habría figurado con provecho entre los profesores de cualquier curso para futuros cargos públicos. En la medida en que sus principios estuviesen presentes en la vida política y empresarial, especialmente de la navarra, nos evitaríamos muchos espectáculos patéticos de hoy y de mañana. Iñaki Ochoa de Olza, pese a todo, vive.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 28 de mayo de 2008, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/inaki-ochoa-olza-ejemplo-tambien-para-politica-83615.html