Un inglés, culpable del crimen más cruel contra niños y jóvenes

Por Pascual Tamburri, 4 de junio de 2008.

Estamos en junio y eso, para todos por igual, quiere decir una cosa: es tiempo de notas. Segundo semestre en las Universidades españolas (bien: junio, sin grandes cambios, a pesar de los experimentos LOU que algunos quieren empeorar con la excusa de Bolonia), Selectividad y última evaluación en Bachillerato, en Formación Profesional, para los pobrecitos de la ESO y para los de Primaria que aún no saben qué les espera. Notas. Cuántos sentimientos encontrados (en su mayoría negativos) en una sola palabra. ¿Un mal eterno e inevitable?

Resulta que no. No siempre hubo notas, no siempre fueron así, y siglos de experiencia demuestran que se pudo enseñar, y enseñar muy bien, sin necesidad de notas. Hasta que alguien las inventó. Era de ciencias, por supuesto; o técnico, para ser precisos.

Hasta 1792 los trabajos de los estudiantes y sus periódicas exhibiciones de conocimientos no recibían ningún tipo de nota. Había exámenes de acceso y de fin de estudios en las Universidades, por supuesto, pero debían superarse sin más y a nadie se la había ocurrido establecer un sistema numérico de valoración. Hasta que William Farrish lo hizo.

Farrish (1759-1837) fue uno de los primeros profesores de ingeniería en la Universidad de Cambridge, y en cualquier Universidad del mundo. Realmente fue el segundo, porque el primero había sido Isaac Milner (1750-1820). En el continente la diferencia entre los saberes científicos y los saberes aplicados se mantuvo durante más tiempo, lo cual seguramente nos ha hecho más pobres pero nos ha hecho tener más filósofos que vendedores de telares en nuestras Facultades. Tranquilos, ya hemos alcanzado a nuestros precursores. Farrish, buscando la eficiencia, empezó a valorar con cifras los resultados de sus alumnos. Todos, después, le hemos imitado.

Hablo por supuesto de unas Facultades que ya no existen, que se mantuvieron claramente separadas de las escuelas técnicas porque se trataba de enseñar cosas bien distintas hasta que el franquista Lora Tamayo se cargó la distinción e inició la destrucción tanto de los saberes superiores como de los aplicados. Ahora hay muchas quejas por el proceso de Bolonia, pero todo esto empezó en España en los años 60 del siglo XX y mucho antes en otros lugares, desde que se aceptó la idea calvinista de que los estudios deben ser siempre útiles en sí mismos. Algo ya predicho por José Ortega y Gasset. Yo no sé si Farrish buscaba la salvación para su alma o el éxito para alguna empresa, pero lo seguro es que rompió, al crear un exitoso sistema de notas, una tradición de siglos. ¿Valió la pena? Como muchas cosas relativas a nuestro sistema educativo, es el momento de planteárnoslo.

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 4 de junio de 2008, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/ingles-culpable-crimen-cruel-contra-ninos-jovenes-83894.html