Por Pascual Tamburri, 19 de agosto de 2008.
Juan Manuel de Prada ha diseccionado sin piedad las derechas y los centros, clasificados por Rémond, Tarchi, Sirinelli y González Cuevas. Ahora toca actuar.
Durante más de un siglo el diario ABC ha sido hogar de las derechas españolas. De casi todas casi siempre, y no por casualidad, los momentos de mayor gloria artística y periodística de los Luca de Tena han coincidido con los de mayor aceptación de la variedad propia de la derecha. A la inversa, los intentos artificiales de reducir lo múltiple a cauces estrechos, correctos, cortesanos y cobardes han derivado antes o después en fracasos empresariales.
Por eso es un lujo tener en el diario de Vocento, que es bastante más un símbolo que un periódico, al Juan Manuel de Prada de hoy. No creo que haya que dar más importancia a lo que uno dijo que a lo que uno es. Con una leve sugerencia final, hoy podemos suscribir y debemos reproducir lo que escribió el pasado lunes el columnista de ABC. Ni una coma que cambiar.
El fracaso de la derecha
«Afirmábamos en un artículo anterior que la derecha desempeña en las sociedades democráticas, y muy concretamente en la española, un papel ridículo, cual es el de jugar una partida en la que el adversario elige campo y determina las reglas del juego. Esta afirmación no creo que admita controversia: cada día vemos a los políticos de derechas esforzándose penosamente por evitar que su adscripción resulte notoria, inventándose chorradas semánticas del tipo «centro reformista», rehuyendo la confrontación o adoptando posturas tibias en asuntos medulares en los que su adversario ha sentado cátedra, aceptando compungidamente la superioridad cultural de la izquierda, etcétera. De este modo, la derecha sólo puede aspirar a las migajillas de ganar unas elecciones de vez en cuando, un «de vez en cuando» que a medida que pase el tiempo exigirá el concurso de circunstancias más excepcionales (caos administrativo, corrupción generalizada, crisis económicas feroces, etcétera). Si la derecha no se conformase con estas migajillas, propondría una revisión a fondo del orden en el que las ideas de la izquierda han encontrado arraigo; pero esta revisión radical —que exigiría una refutación de las mentiras sobre las que se ha ido sedimentando la roña progre a lo largo de las décadas— no parece al alcance de la derecha que hoy padecemos» .
«En realidad, a la derecha le ocurre lo mismo que al rey don Rodrigo en aquel romance célebre, que la izquierda la come «por do más pecado había». Y el origen de ese pecado se remonta a épocas ya remotas, cuando la derecha, tras el cambio de orden establecido por la Revolución, por temor a ser tildada de «reaccionaria», se presentó como la opción ideológica capaz de conciliar «la libertad y el orden», frente a una izquierda que propendía al desorden, en su apetito desaforado de libertad. Tal conciliación hubiese sido fructífera, si la derecha hubiese propuesto un orden propio; pero se conformó con conservar la libertad del liberalismo y el orden revolucionario, dando por buenos e inatacables los principios que los alentaban. Aceptar tales principios fue su pecado original; y de aquellos polvos vinieron estos lodos» .
«Cuando aceptas unos principios que no son los tuyos como premisas del funcionamiento político, es natural que las consecuencias de tales principios siempre actúen en tu contra. Y así le ocurrió a la derecha, que a cambio de unas pocas transacciones en el orden económico (respeto a la propiedad privada, etcétera), hubo de transigir con el orden social y cultural que propugnaba la izquierda. Y, desenvolviéndose en un orden social y cultural adverso, no tuvo otro remedio que ir aceptando las sucesivas «conquistas» de dicho orden, para evitar que se la calificase de enemiga del progreso. Así, cada vez que la derecha conseguía acceder al poder, se limitaba a «conservar» las «conquistas» que previamente la izquierda había logrado; y, poco a poco, la derecha fue convirtiéndose en una especie de lacayo o «ancilla» de la izquierda, encargada de mantener intacto el orden establecido cada vez que la izquierda abandonaba el poder, para que luego, una vez recuperado, la izquierda pudiera seguir obrando a placer. Fue entonces cuando la derecha, abochornada de su papel lacayuno, se inventó esa paparrucha del «centro»; centro que, por supuesto, es movible, y cuya localización es inevitablemente determinada por la acción de la izquierda. Y puesto que la izquierda no renuncia jamás a sus «conquistas», tal centro se sitúa cada vez más lejos de los principios originarios de la derecha, esos principios a los que la de derecha renunció para que no se la tildase de reaccionaria» .
«Renunciando a sus principios y aceptando el orden establecido por la izquierda, a la derecha sólo le resta actuar como fregona de los estropicios y desaguisados que la izquierda provoca. Como le ocurre a los falsos devotos, que sólo se acuerdan de Santa Bárbara cuando truena, la «ciudadanía» (esto es, el pueblo reducido a comparsa del orden establecido por la izquierda) sólo vota a la derecha cuando le ve las orejas al lobo. Y, pasado el peligro, vuelve a votar a quien encarna con mayor autenticidad los principios que se presentan como buenos e inatacables. A fin de cuentas, ¿por qué habría de votar a esa panda de fracasados que los encarnan en su versión descafeinada?»
Un anuncio más que un reproche
De Prada no dice nada nuevo, pero sí es novedad en esta generación que esa verdad se diga así y allí. De Prada pone letra nueva a una vieja música que ya ha tarareado Tolkien, que en otro contexto -como se señaló en El Semanal Digital– ya ha cantado a voz en cuello Solzhenitsin (casi se lo cortan) y que pese a la muerte de Adriano Romualdi está haciendo concebible un gran cambio en Italia.
Pero el camino que De Prada busca, como todos sus ilustres precursores, no está en el pasado. No hay pasado que merezca nostalgia alguna más allá de la estética, ni derecha que pueda construirse sobre la reacción, ni nada realmente grande que conservar, ni patria joven a la que servir con moderación. Una y otra vez, desde Cánovas a Aznar, las derechas españolas se han tropezado con su miedo a ser ellas mismas, o (desde el infante don Carlos María Isidro a esta parte) con su incomprensión miope de la realidad del siglo. España necesita una derecha plural, moderna, consecuente y sin hipotecas mentales o de otro tipo. Me da igual que se llame también centro y esté en el PPE, o no. Lo que sí preveo es que, en sus propias palabras, De Prada podrá estar en ella.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 19 de agosto de 2008, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/homenaje-debido-leve-reproche-derecha-juan-manuel–86425.html