Otegi tiene miedo de los suyos pero De Juana tiene más de sus víctimas

Por Pascual Tamburri, 25 de agosto de 2008.

Es fácil empezar en ETA. Lo difícil es terminar, entre las exigencias de los demás terroristas y la posibilidad de que las víctimas se procuren la justicia que este Estado no siempre da.

Dentro de cinco días Arnaldo Otegi va a salir de la cárcel. Tampoco es un escándalo especial, si recordamos que Iñaki De Juana, y otros como él, ya están en la calle como informó El Semanal Digital. Ante esta situación la opinión políticamente correcta ofrece pocas variantes: por un lado el viejo asesino genocida Santiago Carrillo cree que «ha cumplido su condena», por otro la ex socialista ahora con patrocinio liberal Rosa Díez cree que estas libertades, una vez cumplidas las condenas, forman parte «de la grandeza de nuestro Estado de Derecho» por desagradables que sean. Entre uno y otro, con pocas excepciones, PP y PSOE callan.

Ya hablaremos de las excepciones. Antes debo confesar que tengo grandes dudas. Dudo si me da más asco que esta gente esté en la calle o que el pueblo español esté tan mal representado. Pero vamos por partes.

¿Cumple el Estado su obligación?

El Estado moderno exige de sus ciudadanos el monopolio de la violencia. No hay violencia privada en un Estado de Derecho porque los poderes públicos garantizan la libertad, el orden y la paz. Los ciudadanos de un Estado libre no se vengan, y ni siquiera deberían defenderse, porque precisamente por eso el Estado asume unas obligaciones y exige ser el único dispensador de justicia y de violencia. En esas premisas se basa nuestro régimen constitucional y antes que él nuestra Administración de Justicia, nuestras Fuerzas de Seguridad y hasta nuestras Fuerzas Armadas, que por ello dirige formalmente el Jefe del Estado.

Esto no pretende ser una lección de Derecho Constitucional sino una pregunta. ¿Estamos seguros de que un Estado que libera al asesino de 25 personas habiendo cumplido unos meses de cárcel por cada víctima está garantizando plenamente la Justicia? ¿Estamos seguros de que el portavoz de una banda de asesinos, que además tiene causas pendientes y dista mucho de arrepentirse, debe estar en la calle?

Yo creo que no, y que estamos ante una grieta peligrosa en la legitimidad de las instituciones. La legítima defensa es un principio de Derecho Natural. Es insostenible perdir a las personas que renuncien a su legítima defensa y a la vez no defenderlas debidamente. No, señora Díez y compañero Carrillo, la grandeza del Estado de Derecho no es ésta, sino, precisamente, hacer lo que ahora mismo no está haciendo.

¿De qué tiene miedo Otegi?

Dicen que Arnaldo Otegi tiene mucho miedo. Yo creo que no es para tanto. Otegi está más bien cansado de tanto vaivén, al fin y al cabo el jugó a ser el rostro pijo, ya que no amable, de ETA. En sus cartas y demás no se palpa arrepentimiento, ni en consecuencia miedo físico de los suyos.

Lo que teme es que le exijan, como lógicamente le van a exigir, que siga dando la cara y el callo, y que le reprochen sus blanduras negociadoras. Pero no teme por su vida, porque en lo esencial sigue donde estaba y será arropado por los suyos. Que serán exigentes y menos pijos pero, al fin y al cabo, no lo van a matar.

¿Por qué escoltar a De Juana?

Iñaki De Juana juega en otra liga. Es un militante más duro y ha dado más a la banda, así que recibirá más. No sólo de ella, por cierto, ya que terminará escoltado con cargo a nuestros impuestos. Verán. Nótese la broma macabra: el asesino de 25 ciudadanos terminará protegido por el mismo Estado al que humilló y desprecia. Vista la situación, tampoco es tan raro despreciar semejantes incoherencias (que no «grandezas», hermana Díez) .

Si hubiese sido inevitable liberar a De Juana habría sido lógico vigilarlo para impedir nuevos crímenes por su parte. Pero ahora resulta que De Juana necesita ser protegido él mismo. No protegido del Estado, sino por el Estado; es decir, que las instituciones no han cumplido con sus deberes en este caso y, además, velarán por la seguridad del terrorista alegremente liberado por una legislación penal patética, reblandecida y ucedera.

La cuestión es que De Juana ha matado al menos a veinticinco. Y que esos veinticinco tendrán familias, amigos y compañeros. Personas a las que la liberación humilla y hace sentir desprotegidas por el Estado. Los gobernantes deberían subsanar su error, antes de perseverar en él, digo yo. Pero como ni De Juana ni sus ex interlocutores en el actual Gobierno saben qué puede pasar por las mentes de tales familias, amigos y compañeros el muchacho tiene miedo y va a haber que protegerlo. Y es que hay precedentes.

Cuando Adolfo Suárez y su estupendo equipo amnistiaron a la anterior generación de bandidos ETA renació. Además, muchos criminales no pagaron lo que en justicia debían pagar. Dicen rumores sin confirmar que un grupo de oficiales de la Armada se juramentó para que Miguel Beñarán Ordeñana, Argala, asesino del almirante Luis Carrero Blanco, cumpliese privadamente la condena que el Estado no le imponía. Supongo que será simple fantasía, pero lo cierto es que en 1978 Beñarán sufrió él mismo un atentado mientras se encontraba en inmerecida libertad.

Desde el punto de vista de nuestro Estado democrático de Derecho algo así es enteramente condenable. Es más deseable que el Estado funcione que verlo suplantado. Pero a la espera de que funcione, que es lo que todos deseamos salvo seguramente Carrillo, el hecho es que De Juana tiene miedo. Yo quiero que deje de tenerlo: de vuelta en la cárcel, de la que ha salido sin arrepentir y sin reinsertar. Que vuelva y allí el Estado podrá cuidarlo con toda la atención el él merece.

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 25 de agosto de 2008, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/otegi-tiene-miedo-suyos-pero-juana-tiene–86650.html