Abuelos progres y nietos domesticados

Por Pascual Tamburri Bariain, 1 de enero de 2009.
Publicado en Razón Española.

La generación del 68 se nos está jubilando. No los nacidos hacia 1968 (a los que nos queda aún por sufrir y pagar esta crisis) sino sus padres, los progres, piojosos, barbudos, rebeldes y presuntos tales que crearon a su imagen y semejanza la cultura de nuestro tiempo. Los abuelos progres han conseguido todo lo que quisieron: Europa ha cambiado de aspecto. Pero lo más notable es que, lejos de combatir el sistema político, social y económico imperante en su juventud, lo han hecho enormemente más poderoso y despiadado. Lo que estos eternos inmaduros han logrado al final de sus vidas activas es, en cambio, vacunarnos contra toda verdadera resistencia.

¿Y los rebeldes? Los que ahora José Javier Esparza ha dado en llamar lumpenburguesía, los autodenominados «antisistema», los manifestantes contra el Gobierno griego, contra cualquier cosa que se diga que pasa en Gaza o contra cualquier estupidez que señale el sindicato de estudiantes, no son enemigos del Sistema. Comparten todos sus dogmas esenciales, y se disfrazan de una rebeldía sólo formal para atacar a auténticos espantapájaros colocados allí sólo para ello.

El progre vive en su salsa mientras el antisistema legitima lo peor del sistema. Los nietos del 68, cuando se hacen «antisistema», lo hacen conforme a las reglas vigentes. Los grandes principios que llevamos padeciendo cuatro décadas no son discutidos, sino canonizados. Los progres que siguen siéndolo al borde de la jubilación ven con preocupación cómo una mayoría de los jóvenes viven al margen de la vida pública actual, pero se regocijan viendo cómo la minoritaria rebeldía callejera no es para pedir más orden, sino más desorden; no más justicia, sino más arbitrariedad; no más libertad, sino más imposición de las Nuevas Verdades Reveladas; no más vida, sino más muerte y más aborto; no más subsidiariedad, sino más alienación; no más trascendencia, sino más regodeo en las humanas miserias; no más Patria, sino más egoísmo; no más grandeza, sino aún más bajeza; no más sentido común, sino más ideología de género. Quieren más de lo que hay, y se engaña quien vea en ellos la esperanza de un mañana mejor: los nietos activos del Sistema quieren llevar a su lógica consecuencia lo que han heredado de sus abuelos.

Los rebeldes callejeros de hoy, a modo de gigantesco juego de rol, despliegan su violencia para pedir más del mismo sistema al que dicen combatir. Frente a ellos, el error moderadito de cualquier centro imaginable es pedir educadamente que las cosas se queden como están. Es decir, que se consolide la revolución. Los rebeldes «antisistema» quieren que el sistema avance más y sea más materialista, más progresista, más inmanentista, a imagen y semejanza de los Almodóvar y los Bardem. Los conservadores que no se atreven a ser ellos mismos se limitan ahora, por miedo a los antisistema, a suplicar que el sistema no avance … tan rápido. Radicales y conservadores están sustancialmente de acuerdo con todo lo que representa José Luis Rodríguez Zapatero, sólo que unos quieren correr más que otros y todos ellos intercambian legitimidades al insultarse sin reconocer su acuerdo en lo esencial. ¿Es que no se puede ir en otra dirección, don Mariano?

El picaflor disfruta del sistema: una variante aún más peligrosa

Además del conservador pacato y del extremista violento (que no son más que defensores internos del sistema), la modernidad sesentayochista ha generado un tercer tipo humano aparentemente no integrado en la normalidad. El picaflor, el diletante, sabe o supo que el sistema tiene errores graves; no ignora que el sistema del 68 –en versión estándar, radical o centrista- implica el suicidio de España y de Europa; sabe que algo habría que hacer e incluso sabe qué habría que empezar a hacer; pero encuentra todo esto demasiado cansado.

El antisistema callejero legitima el sistema porque no rompe sus dogmas y los hace digestibles, por miedo, para la masa social conservadora. Una gran parte de la sociedad comparte ya la inercia del sistema y lo acepta pasivamente. La resistencia instintiva tradicional, descabezada o malcabezada, termina dando por buena una versión suavizada y al ralentí del mismo sistema. ¿Y el diletante? Mucho peor que el peor Rajoy retratado por sus miopes enemigos internos, mucho más culpable que el más marxista Zapatero. El diletante –hijo o nieto de progre- sabe que todo es o falso o pérfido, pero –herencia del sistema- valora más su propia comodidad personal a la hora de sopesar las cosas. El diletante, picaflor y juguetón, bien querría que las cosas no fuesen en esta dirección, pero encuentra enormemente incómodo nadar contra la corriente. Así que colecciona experiencias e ideas ajenas al sistema, pero organiza su vida dentro de éste y a su servicio. Con lo cual termina convirtiéndose en la tercera pata de la misma silla, en nada distinta de las otras tres salvo en las palabras y el aspecto que utiliza para defender lo mismo.

Me producen ternura los patéticos manifestantes de extrema izquierda de las últimas semanas. Son esclavos como el que más, pero los chavales son sinceros, creen de verdad que están luchando contra … todo aquello que representan de modo perfecto. Curioso destino (como el de sus teóricos enemigos jurados, picaflores o no, abocados a lo mismo y con menos excusas); en medio de «un mundo mezquino», lo que «falta es el valor para aceptar» las cosas como son. Aceptar que son como hoy son es el paso previo necesario para cambiarlas de raíz, algo que ni el nostálgico ni el conservador, ni el progre ni el antisistema, ni el picaflor ni el moderadito querrán hacer nunca. Porque su alternativa es dejarlas como son, con una u otra excusa.

A diferencia de los onanistas que ayer soñaron playas bajo los adoquines y hoy coleccionan cachivaches de los Beatles mientras ríen las gracias o las cobardías de sus nietos (según los casos), nosotros sabemos que bajo nuestras calles están las tumbas de los que nos precedieron, de quienes heredamos una tradición que hoy peligra. ¡Esparza, queremos ser sildavos!

Por Pascual Tamburri Bariain, 1 de enero de 2009.
Publicado en Razón Española.