Los progres y los laicos causaron una semana de terror criminal

Por Pascual Tamburri Bariain, 19 de febrero de 2009.

La propaganda radical laicista generó terrorismo, revolución y división. Dolors Marín cuenta en un libro cómo ya hace un siglo una escuela dividió a los españoles.

Dolors Marín, La Semana Trágica. Barcelona el lamas, la revuelta popular y la Escuela Moderna. La Esfera de los Libros, Madrid, 2009. 440 pp. 29 €

Francisco Ferrer Guardia es hoy un personaje casi desconocido por los estudiantes españoles. Hace exactamente un siglo, sin embargo, su nombre dividió a España y a Europa. Para unos fue un paladín de las libertades, de la acracia, del progreso y de la pedagogía moderna; para otros fue un sembrador de rencores en la sociedad barcelonesa, un manipulador de conciencias y un responsable directo de la revolución en la Semana Trágica de julio de 1909, que ensangrentó Cataluña. Inocente o culpable, Ferrer fue condenado a muerte por un tribunal, su sentencia fue ejecutada y su recuerdo está en las raíces de la lucha entre las dos España que una generación después terminó en la guerra civil. Dolors Marín cuenta en un libro de interesante divulgación cómo se llegó a ese punto.

Hace un siglo Barcelona era la capital económica e intelectual de España. Rica, pujante y abierta al resto del país y a Europa, la ciudad condal era en muchas cosas distinta de la que hoy conocemos. Era sin embargo igual en un aspecto: era la sede de la izquierda más radical y el hogar de la mayoría de sus líderes culturales, activistas o terroristas. El espacio social que hoy pertenece a los okupas, los red skins y los huérfanos del terrorismo anarquista, marxista o nacionalista era en 1909 de los discípulos de Bakunin y de una tupida red de células obreras, culturales, esperantistas, naturistas, anticatólicas y revolucionarias. Sin ese trasfondo no se entiende la importancia de un maestro como Ferrer, no se comprende la importancia de lo sucedido en Cataluña entre la primavera y el otoño de 1909 y no se puede valorar su vinculación directa con la revolución de 1936 y sus sangrientas matanzas. La doctora Marín lo explica de manera que no deja lugar a dudas.

No debe asustar que la autora de este libro posea una cierta cualificación académica: en este texto prescinde de toda pretensión científica, y combina un interesante intento de divulgar su conocimiento sobre la vida social y cultural de los anarquistas catalanes del momento con una opinión militante sobre sus razones y su legitimidad. Las opiniones de Marín pueden gustar o no, pero indudablemente conviene conocerlas de primera mano no sólo para entender qué sucedió en 1909, sino también para comprender cómo analiza su propio pasado una parte muy importante de la izquierda española de 2009.

Hay ideas que matan y coincidencias que sorprenden

En 1909, como tantas otras veces, España fue atacada desde Marruecos. Con Melilla en peligro, el Gobierno de Antonio Maura movilizó algunos reservistas de sus anticuadas Fuerzas Armadas para evitar una nueva humillación nacional como la que se había consumado en Cuba una década antes. Marín sin embargo no presta mayor atención al detonante de la revolución barcelonesa de 1909: para ella, y creemos que muy justificadamente, la cuestión de los reservistas fue anecdótica porque el estallido tenía causas y responsables muy anteriores.

Francisco Ferrer no era un izquierdista más. Era un maestro masón, militantemente antirreligioso y reconocidamente anarquista, que había tejido una red de escuelas y de centros culturales en la región más desarrollada, y también con mayor descontento obrero, en la España de comienzos del siglo XX. Por las aulas de Ferrer y junto a él pasaron muchos activistas revolucionarios, partidarios de la acción directa como los pistoleros que pocos años después ensombrecerían la fama de la capital catalana; alumno suyo había sido el terrorista Mateo Morral, que había tratado pocos años antes de asesinar a los reyes el día de su boda. En la Semana Trágica no se dirimieron tanto cuestiones concretas cuanto una gran cuestión de fondo: la oposición radical entre la convivencia social en sus distintas formas entonces posibles y el proyecto de destrucción del Estado y del orden predicado por Ferrer y llevado a las barricadas por otros. El libro de Marín es interesante especialmente porque no ve en la lucha callejera más que el primer florecimiento de una siembra de ideas comenzada más de una generación antes.

Marín se centra en el debate de ideas y de activismo cultural o con trasfondo cultura en la Barcelona de 1909 y anterior. Es una opción interesante que deja sin embargo espacio para futuras publicaciones que, sin perder el todo divulgativo de este libro, aporten el resto de elementos necesarios para el debate. Hubo toda una Cataluña que rechazó a Ferrer y que luchó contra el anarquismo: el lector tiene que entender qué fue el catalanismo responsable y maduro de la Lliga Regionalista y de Francesc Cambó, mucho más que un reaccionario cerrado a la acracia y al socialismo. Hubo toda una izquierda que, tras haber coqueteado con el radicalismo de los Ferrer, no se hizo en definitiva revolucionaria: es hora de explicar la trayectoria de Alejandro Lerroux.

Hubo toda una opinión pública española que apoyó la movilización del Ejército, que rechazó la revolución barcelonesa y que entendió la represión como un paso regeneracionista hacia la normalización europea del país: habrá quien no se avergüence de ser heredero de Antonio Maura. Hubo una serie de intereses caciquiles, financieros, nobiliarios y dinásticos que despreciaron las aspiraciones democráticas de Maura y dieron póstumamente la razón a Ferrer: habrá que entender cómo y por qué Alfonso XIII decidió en otoño de 1909 borbonear a través de Segismundo Moret a su fidelísimo presidente del Gobierno. Hubo, por último, una izquierda radical europea que adoptó a Ferrer como bandera y que llenó el continente de manifestaciones violentas contra el «asesinato» y contra «la nueva Inquisición española». Marín tiene ocasión de escribir un nuevo y magnífico libro de divulgación explicando cómo el representante más notable de esa tendencia que ella tan bien conoce y aprecia fue en 1909 un maestro italiano de extrema izquierda: el entonces fanático laicista Benito Mussolini. Será, sin duda, un libro interesante de leer.

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 19 de febrero de 2009, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/progres-laicos-causaron-semana-terror-criminal-93192.htm