Fidel, Lenin, Hitler, Stalin, Mao y Pol Pot comparten secretos

Por Pascual Tamburri Bariain, 17 de marzo de 2009.

No es totalitarismo todo lo que mata. Usar como insulto universal un concepto semejante nos condena a no entender nuestro siglo XX. Y a algunos a repetirlo.

Simona Forti, El totalitarismo: trayectoria de una idea límite. Traducción de María Pons Irazazábal. Herder, Barcelona, 2008. 192 pp. 14,33 €

Camboya está juzgando estas semanas a Kaing Guek Eav, más conocido como Duch, uno de los responsables del sistema represivo de los Jemeres Rojos de Kampuchea. Entre una cuarta parte y un cincuenta por ciento de la población del pequeño país asiático fue «reeducada», y en muchos casos asesinada, por no responder al proyecto de sociedad ideal que el partido comunista de Pol Pot había diseñado. Saber leer, hablar un idioma occidental, llevar gafas, tener estudios o haber viajado al extranjero se convirtieron de repente en otros tantos crímenes punibles con la muerte. Simona Forti intenta explicar lo más inexplicable del siglo XX en un libro que sintetiza muchas otras reflexiones.

Ya desde el primer tercio del siglo pasado «totalitarismo» y «totalitario» han sido conceptos polisémicos y debatidos. Los reproches generalizados de impotencia a los Estados liberales o tradicionales y la emergencia de nuevas ideologías políticas –el marxismo-leninismo, el fascismo y el nacionalsocialismo, ante todo- dieron como resultado la aparición de una nueva realidad: el Partido totalitario primero y el Estado totalitario después. Y si bien las culpas de la Segunda Guerra Mundial no pueden recaer en un totalitarismo apenas intuido cuando se firmó el error de Versalles, es innegable que la naturaleza totalitaria de determinadas ideologías ha hecho de las guerras y conflictos del siglo XX algo especialmente cruel, ilimitado y carente de sentido. ¿Qué es o qué fue, pues, un Estado totalitario?

El libro de Simona Forti no intenta ser una respuesta más, dentro de una larga lista de estudios que quizás empiece con los críticos más o menos liberales del régimen de Mussolini –de Benedetto Croce a Don Sturzo– y que llega hasta los postmodernos de nuestro tiempo. Forti reúne las diferentes respuestas que ha merecido el fenómeno totalitario y las hace accesibles al gran público de manera eficaz, casi a modo de prontuario, del que se pueden sacar conclusiones concretas para la acción pública en el siglo XXI.

Ante todo, para Forti –porque así fue ya para Margherita Sarfatti primero y para Hannah Arendt después- el totalitarismo no es una ideología, y en realidad casi todas las ideologías del siglo XX llevadas a su extremo son susceptibles de desarrollar una patología totalitaria. Puede debatirse si y cómo los mismos conceptos de «estado» y de «ideología» son totalitarios in nuce, pero no puede aceptarse que determinadas ideologías modernas sean inmunes al totalitarismo, e hipotéticamente ninguna de ellas estaría condenada in toto a serlo. Ser liberal o declararse demócrata no excluye que estemos hablando de un régimen totalitario, y de hecho muchos críticos norteamericanos de Franklin D. Roosevelt tuvieron esa opinión en los años 30 y 40 del siglo XX.

El totalitarismo no es una tentación recurrente: es un fenómeno político novedoso del siglo pasado, pero con los sucesos de 1945 y de 1989 no ha desaparecido como propuesta. Forti explica, preguntándose por la naturaleza del totalitarismo, que no es una realidad de épocas anteriores, sino que se trata de una consecuencia de la modernidad. No se trata sólo de saber quién lo bautizó, sino más bien de comprender que fue bautizado porque nada había sido así antes. Y desde entonces sigue entre nosotros: el secreto del totalitarismo es que se ofrece como atajo contundente para lograr esa felicidad que es la meta de nuestras vidas.

Tendemos a pensar en el totalitarismo como en una molesta posibilidad de tiempo de nuestros abuelos y bisabuelos, una posibilidad felizmente descartada por la historia. Pero el totalitarismo sigue vivo, no sólo en los partidos y regímenes más o menos herederos de los derrotados en el 45 y en el 89, sino sobre todo en todos los demás partidos y regímenes. Elevar la democracia parlamentaria existente a la suposición de perfección y eternidad es, ya, un paso hacia el totalitarismo. El totalitarismo no es una agresión externa a la democracia ni un mero paréntesis en ésta, sino un tumor interno, y por consiguiente su estudio es algo más que un capricho erudito. En este sentido el libro de Forti y la excelente traducción de María Pons Irazazábal para Herder ofrecen una amplia variedad de respuestas filosóficas, politológicas e históricas que podrán apreciar muy distintos tipos de lectores.

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 17 de marzo de 2009, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/fidel-lenin-hitler-stalin-comparten-secretos-94172.htm