Por Pascual Tamburri, 9 de mayo de 2009.
Joseph Ratzinger ha viajado a Tierra Santa afrontando todos los riesgos. Lo insultan musulmanes y judíos, izquierdas y derechas. Pero él tiene un nuevo objetivo.
Este sábado 9 de mayo se conmemoró el «Día de Europa» y José Manuel Durao Barroso llegó a decir que Bruselas es ahora la capital del mundo, casi sesenta años después de los planes nunca cumplidos de Schuman, De Gasperi y socios. Se aprecia la buena intención, pero no cabe duda de lo exagerado de la idea.
El mundo no está unido, y por tanto no hay una capital para todo él; si hubiese que valorar el peso económico y militar la capital del mundo es la del único imperio existente, es decir Washington, con quien los burócratas no quieren competir. Si se tratase de buscar una capital para Europa, una de verdad y no uno de tantos apaños y componendas mediocres, tendría que ser Roma como ya ha pedido el alcalde Gianni Alemanno. Pero si se tratase de verdad de encontrar un punto de unión moral entre hombres y mujeres de todas las culturas, continentes y razas tendría que estar en Tierra Santa y se llama Jerusalén.
Benedicto XVI ya ha llegado a Tierra Santa, donde permanecerá hasta el 15 de mayo, como destacó El Semanal Digital. Tierra en verdad santa para judíos, para cristianos y para musulmanes. Tierra, además, disputada desde siempre entre unos y otros. Centro del mundo en la visión judía del espacio lo fue también para la Cristiandad medieval y desde allí dejó este mundo el profeta Mahoma. El Papa, que guste o no guste es el personaje en quien depositan su confianza más personas de todos los orígenes, ha ido finalmente a la patria de Jesucristo.
Joseph Ratzinger no es ciertamente el primer papa en visitar lo que hoy son Jordania, Palestina e Israel. Quiso ir allí el pobre Pablo VI, y allí fue como testigo de esperanza Juan Pablo II. Pero la peregrinación de Benedicto XVI es diferente, porque no llega sólo para rezar, ni sólo cargado de fe y de buenos sentimientos. El Papa sabe bien qué quiere en Tierra Santa, y quizás por eso ha merecido ofensas desde casi todos los bandos enfrentados.
El Papa es molesto para todos los extremistas
Los Hermanos Musulmanes, y no sólo ellos, ven con desagrado la visita del Papa, «enemigo del Islam». Joseph Ratzinger es un buen conocedor del Corán y de la tradición musulmana, pero no admite ni puede admitir el proyecto de convertir todo el Levante, incluyendo los Santos Lugares, en un Estado musulmán sin cristianos ni judíos. Las medidas de seguridad para el viaje han tenido que ser multiplicadas ante la evidente seriedad de las amenazas en estos momentos.
Sólo formalmente son más fáciles las cosas con los extremistas judíos. El proyecto sionista original era esencialmente laico, y trataba de crear una nación judía en lo que había sido Palestina. Pero ese Israel soñado por Theodor Herzl, aunque no radical en lo religioso, tenía una dimensión uniformadora incompatible con la sacralizad de aquella tierra en la que además vivían y durante más de mil años habían vivido también cristianos y musulmanes (merece la pena leer Hirbet Hiza. Un pueblo árabe, de S. Yizhar). Algunos judíos sionistas ven pues con preocupación la visita pontificia, que viene a recordar que aquella tierra es también de los no judíos; y por la misma razón algunos grupos judíos confesionales, con argumentos distintos, han criticado la visita. Ahora bien, las amenazas de estos radicales no han sido de tipo material o terrorista: sencillamente en los últimos meses la Santa Sede ha afrontado una campaña de ataques mediáticos que sólo con romana paciencia se han superado.
Lo más curioso es que Benedicto XVI ha sido objeto de ataques aún más insidiosos desde el Occidente que fue cristiano. La campaña parlamentaria contra el Papa con cualquier excusa progre se ha unido a las amenazas terroristas de unos y a los insultos de otros. El Papa, sencillamente, molesta a todos aquellos que quieren un mundo uniforme, y a quienes aspiran al monopolio de Tierra Santa.
Un proyecto claro: una Tierra Santa para todos
Israel y Palestina llevan demasiado tiempo sufriendo. En términos políticos la única alternativa a una guerra eterna es el sueño de convivencia que fue incluso el del general Moshe Dayan; en términos sociales y religiosos es necesario crear un espacio de convivencia al margen de los avances o los parones de los procesos de paz. No se puede esperar que los políticos arreglen las cosas.
Por eso Benedicto XVI, que empezó su viaje en Jordania, cree en un futuro compartido, tanto o más que el pasado, y además en paz. El Papa pide a los cristianos de todo el mundo que recen por la paz en Tierra Santa, pero que además ayuden materialmente a aquellas comunidades a crecer y florecer, y que aporten desde sus países el apoyo político, institucional y hasta argumental que sea necesario para que no sólo Israel y Palestina sino todos los pueblos del espacio bíblico acepten convivir. La paz es allí más que en ninguna parte mucho más que la ausencia de guerra.
Los católicos saben, como Benedicto XVI, que hasta el fin de los tiempos habrá judíos. El Islam conoce su fraternidad con los «pueblos del Libro», los dhimmíes protegidos por la Umma antes de todo fanatismo (Natalio Fernández Marcos acaba de publicar, por cierto, una historia de la Biblia de los Setenta). Los cristianos, palestinos o no, de cualquier confesión, son, siempre han sido y para siempre deben seguir siendo una parte de la realidad enmarcada entre el Tauro, el Nilo y Mesopotamia. Benedicto XVI no hace política, pero propone el único escenario que conviene a Europa, y que es además una obligación histórica de España y de sus reyes: una Tierra Santa libre para todos en la que todos tengan su lugar y todos convivan. Cualquier otro futuro es malo para ellos y es malo para una Europa que tiene allí raíces mucho más hondas que en los mercadeos de Durao Barroso.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 9 de mayo de 2009, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/secreto-benedicto-ruta-hacia-tierra-santa-96209.html