Por Pascual Tamburri, 28 de agosto de 2009.
Antonio Alcalá Galiano fue testigo del siglo XIX español. Puso su memoria por escrito, pero dejó claro que no era historia, sino recuerdo. Diferencia que los asesores de ZP ignoran.
Antonio Alcalá Galiano, Recuerdos de un anciano . Colección El tiempo vivido. Crítica, Barcelona, 2009. 848 pp. 24 €.
Antonio Alcalá Galiano fue testigo de media historia de España en el siglo XIX; desde la derrota de Trafalgar en la que murió combatiendo su padre hasta la agonía del reinado de Isabel II, pasado por todos los vaivenes posibles. Y dejó escritas, con estilo peculiar y atractivo, sus memorias. Memorias, eso sí, y no historia, algo que él mismo se cuidó mucho de distinguir en su vejez: «Cuento… lo que vi, y lo que otros han callado: lo cuento como viejo; pero si no me engaña (como es posible que me engañe) una pasión natural, sin necio apego al pasado, si bien no con la amarga censura, no siempre justa, de unas escenas lastimosas. Escribo tirando a ser imparcial, y sin esperanza de conseguirlo del todo: pues, si aun las mejores cabezas y las más nobles almas no están exentas de las miserias de la flaqueza humana…»
No es lo mismo recordar que conocer el pasado. La memoria humana es flaca y sobre todo es subjetiva, y por eso no puede sustituir al trabajo del historiador. Que no es menos humano ni menos falible, pero que sí tiene al menos la voluntad de la veracidad objetiva, aunque no la cumpla.
Las memorias de Alcalá Galiano son interesantes como fuente histórica. Una vida larga y agitada permite conocer de primera mano distintos momentos decisivos, desde el final del Antiguo Régimen y la decadencia de la monarquía y la aristocracia españolas a finales del siglo XVIII hasta los momentos de pálido resurgir en época de la Unión Liberal y de Ramón Narváez. Alcalá Galiano conoció el final de la España imperial, viajó a Nápoles cuando aún formaba parte de nuestra esfera de poder mundial, vivió en Cádiz cuando aún América entera gravitaba sobre la ciudad andaluza. Vio perderse la flota de Trafalgar y la vio reconstruida, aunque menor, en época de la Guerra del Pacífico. Y fue entre tanto un hombre notable de la España liberal, testigo de las Cortes de Cádiz («así éramos las personas de 1812; así serían las de ahora puestas en iguales circunstancias»), masón, conspirador, revolucionario en 1820, represaliado y emigrado después y progresivamente moderado en sus ideas.
El estilo de Alcalá Galiano puede parecer anticuado a los acostumbrados a la prensa actual, pero con poco esfuerzo se convierte en el vehículo de una narración amena, cálida, para nada tediosa y llena de anécdotas ilustrativas y personales. No es historia, pero además de la información necesaria para dar trabajo a muchos historiadores tiene ese tanto de intrascendencia que convierte en aceptables algunas clases de historia.
Son los recuerdos de un liberal que lo fue en su momento, en el siglo XIX, y que en la madurez comprendió tanto la grandeza de la soberanía nacional afirmada como los peligros del radicalismo liberal. Nunca fue nostálgico («los que aspiran a resucitar muertos no estando dotados por dios del don de hacer milagros, desvarían, y si trabajan para el logro de su descabellado intento, y de su trabajo algo llegan a prometerse, y se figuran haber conseguido lo que se prometían, equivocan un cadáver galvanizado con un cuerpo venido a vida nueva»), pero comprendió con el tiempo que un país es fruto de la obra de muchos a lo largo del tiempo, y no sólo de una minoría en un momento y un lugar.
Alcalá Galiano vivió con «la suerte que suele tocar a ciertos participantes en grandes empresas: que fue vivir muy ignorado después del triunfo, y habiendo venido muy a menos». Pero ha dejado para nuestros días, junto a su testimonio, una idea preciosa. Si damos por verdad objetiva la memoria de uno solo estaremos a las puertas de la tiranía; si conocemos el pasado como fue, o lo mejor que nos sea dado, seremos más libres. Y todo esto hace que el libro, además de para el lector culto, sea especialmente recomendable para José Luis Rodríguez Zapatero.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 28 de agosto de 2009, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/memoria-historica-solo-genera-despotismo-historia-identidad–99897.htm