Por Pascual Tamburri Bariain, 16 de octubre de 2009.
Piotr Kropotkin nació en el seno de una noble familia rusa y fue educado como oficial, cortesano y científico entre los últimos señores de siervos. ¿Qué le hizo predicar el anarquismo?
Piotr Kropotkin, Memorias de un revolucionario. Introducción de Georges Brandes. Traducción de Adrián Valverde y Fermín Salvoechea. Crítica, Barcelona, 2009. 464 pp. 23 €
El príncipe Piotr Kropotkin tuvo una de las vidas más intensas –y más variadas- del siglo XIX. Nació en Moscú en 1842 en una familia de la gran nobleza local, más conservadora incluso que el mismo régimen zarista. Cuando murió en 1921 en Dimitrov Rusia había entrado en un período totalitario que llevaría a su pueblo a una situación infinitamente peor y más sangrienta que todo lo visto hasta entonces. Kropotkin no sólo conoció ambos extremos y todos los pasos intermedios sino que fue protagonista, tanto intelectual como material, de todo el proceso. Y a diferencia de muchos líderes revolucionarios dejó sus Memorias escritas.
El texto que Crítica nos ofrece es el testimonio de un activista. No se trata de la narración fría de un cronista ni del análisis ponderado de un historiador, sino de una serie de recuerdos escritos por un militante que justifica su acción, explica sus decisiones y convicciones y, sobre todo, trata de divulgarlas entre los lectores. No es tanto un libro de historia como un testimonio vivo del pasado. Crítica ha tenido además el acierto de no volver a traducir el original inglés del libro, escrito por Kropotkin en el exilio en entregas periódicas, sino de retomar las traducciones españolas de 1900 y 1907, de enorme importancia en nuestra vida nacional. Porque las ideas de Kropotkin, y este libro en particular, contribuyeron en mucho a la peculiaridad española del siglo XX.
Líderes revolucionarios españoles como Ángel Pestaña, Federica Montseny, Cipriano Mera o Buenaventura Durruti se nutrieron de la vida e ideas de Kropotkin, y lo hicieron de las mismas palabras que ahora podemos releer. Si el anarquismo español fue antirreligioso hasta el genocidio, antinobiliario hasta el asesinato y antiestatalista hasta el motín es porque Kropotkin, después de Bakunin y con más fuerza e influencia que su compatriota, llegó en estas páginas y otras similares a nuestro país. Cientos de miles de hombres y de mujeres creyeron en el ideal libertario de Kropotkin, un ideal hecho de libertad, de optimismo y de sincero deseo de felicidad; y buscándolo no rehuyeron el terrorismo, los alzamientos, el federalismo ni tampoco el sacrificio de sus propias vidas.
Rusia y España, con la posible excepción de Italia, fueron los únicos países donde el anarquismo arraigó en masa, aunque en todos los países del mundo hubo minorías que se adhirieron a él. De Kropotkin procede la idea de que es el individuo el que debe buscar la libertad, con el derecho incluso de obtenerla por la fuerza. De las páginas de este libro, y del progresivo convencimiento de su autor de que el porvenir habría de pertenecer sólo una sociedad de hombres enteramente libres e iguales, no sólo en lo político, surge la práctica anarquista.
Idealismo sangriento
Para el anarquista no es deseable la planificación organizada de la revolución, al estilo marxista, sino que la revolución debe ser fruto de la acción revolucionaria, incluso individual y meramente ejemplar y con sacrificio del activista. Liquidado sangrientamente el anarquismo ruso por sus rivales comunistas y acallada su rama italiana por el fascismo, sólo en España dejó Kropotkin discípulos capaces de una acción de gran envergadura. Y si los anarquistas no puede entenderse la vida de España desde el asesinato de Antonio Cánovas hasta la derrota de la dictadura marxista de Negrín por los soldados anarquistas del Ejército Popular, liderados por el albañil Mera en vísperas de la definitiva victoria de Francisco Franco.
Kropotkin no fue, ciertamente, sólo un terrorista. Fue, o mejor dicho su contacto con la nobleza, la corte y el ejército le hizo ser, un nihilista convencido. Formado como sólo un príncipe ruso podía serlo entonces, se convirtió en un enemigo del zar y fue por ello encarcelado. Pero la fase decisiva del exilio es la posterior a su fuga de la cárcel: exiliado en Occidente se convirtió en predicador de este nuevo credo. Unas ideas hermosas incluso para quien no las comparta, especialmente si la ve contadas con la pluma y el ejemplo de Kropotkin.
Todo ese atractivo se deshace al ver la cantidad de dolor que sus fieles se consideraron con derecho a causar en nombre del Progreso. Iguales en esto, aunque no en crueldad, a los revolucionarios de 1789, sólo fueron superados en brutalidad por los comunistas de Dolores Ibárruri y Santiago Carrillo, que no tuvieron en cambio como excusa la limpieza de intenciones de los seguidores de Kropotkin. Leerlo sirve para ver cómo un buen sentimiento puede generar una idea dudosa y una pésima consecuencia. Y, por supuesto, para intuir muchas de las claves de lo sucedido en España entre 1936 y 1939.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 16 de octubre de 2009, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/principe-recluta-cientos-miles-terroristas-asesinos-101388.htm