El día más sangriento y decisivo de una historia macabra

Por Pascual Tamburri Bariain, 30 de octubre de 2009.

El desembarco norteamericano y británico en Normandía decidió la Segunda Guerra Mundial. Pero lo hizo con muchos errores que causaron muchas muertes e impidieron la libertad de media Europa.

Antony Beevor, El Día D. La batalla de Normandía. Traducción castellana de Teófilo de Lozoya y Juan Rabasseda. Crítica, Barcelona, 2009. 766 pp. 29 €

Antony Beevor tiene tres méritos cada vez más raros entre los historiadores: su formación no es sólo universitaria, ya que tiene una preparación militar; no se avergüenza sino que cultiva con gusto y brillantez la tan despreciada historia evenemencial, en su vertiente menos progre que es la bélica; y sabe escribir para un público amplio y culto, de manera que no se limita a las pequeñas modas miopes que suelen hacer plomizos los textos sólo académicos. El resultado es una serie de éxitos –de ventas pero también de altísima divulgación- que Crítica ha ido publicando en España: Stalingrado, Berlín y ahora la crónica del desembarco aliado en Normandía en 1944.

Beevor nos sitúa en este caso en uno de los puntos de inflexión de la historia del siglo pasado: en la noche del 5 de junio de 1944 la poderosa máquina de guerra del general Eisenhower se puso en marcha para desembarcar en el norte de Francia y derrotar en tierra a Alemania. La situación internacional, siendo absolutamente favorable a los aliados, no carecía de dificultades para ellos. Stalin exigía desde la Unión Soviética la apertura de un segundo frente terrestre contra Hitler, ya que el frente italiano había sido convertido en un callejón sin salida. Winston Churchill, atrapado en una guerra que necesaria y paradójicamente habría de acabar con el Imperio Británico en caso de vencerla, prefería un desembarco en los Balcanes, ante todo como vía más sencilla para derrotar a Alemania; pero también para impedir que las fuerzas soviéticas se extendiesen por Europa Central. En todo caso Franklin D. Roosevelt, que disponía de los medios y de quien dependían en todos los sentidos sus aliados especialmente los orgullosos británicos, decidió una vez más complacer a Stalin tanto en el lugar como en la premura del ataque. Las consecuencias serían sangrientas.

Frente al I Ejército de Estados Unidos, dirigido por Omar Bradley hacia las playas normandas de Utah y Omaha, y al II Ejército británico, llevado por Bernard L. Montgomery a Gold, Juno y Sword, se desplegaban todas las fuerzas del Grupo de Ejércitos B del III Reich. Los alemanes esperaban un desembarco pero no contaban ni con los medios materiales ni sobre todo con la dirección mas adecuada para vencer. La disputa entre el prestigioso mariscal Gerd von Rundstedt y el más joven pero también más inseguro Erwin Rommel dejó a los alemanes sin una doctrina clara sobre qué hacer y cuándo hacerlo. Un enorme riesgo para todos, que bien pudo terminar de modo diferente.

Beevor tiene el enorme acierto de contarnos los siguientes meses de batalla –hasta que efectivamente no sólo el desembarco se consolidó sino que los ejércitos alemanes perdieron todo mordiente ofensivo en Francia- enhebrando lo que sucedía en los cuarteles generales, las decisiones tácticas en el campo de batalla, la percepción del combatiente de a pie –que sólo un militar puede en efecto lograr como él- y el impacto de todo ello en los civiles franceses, víctimas en masa de los bombardeos aliados. En resultado es un libro agradable de leer, riguroso en su contenido, preciso en su información y apto para todo lector culto. Es ciertamente polémico, porque no oculta las debilidades menos conocidas de unos y de otros, desde el divismo de Montgomery a la frustración de Patton pasando por la impotente altanería de Charles de Gaulle, desde las manifiestas incapacidad estratégica e inestabilidad emocional de Rommel denunciadas por Albert Kesselring hasta las conspiraciones contra Hitler, finalmente fracasadas con el intento de asesinato del coronel conde Claus von Stauffenberg el 20 de julio, en plena batalla.

Quizás la mayor virtud que se puede añadir sobre este trabajo de Beevor es su cercanía a la visión del combatiente. Ambos bandos cometieron errores que costaron sus vidas a muchos de sus propios soldados, muertes innecesarias debidas a la incapacidad de sus mandos políticos y militares. Entender cómo y por qué fueron las cosas es, realmente, hacer historia. Estamos hartos de la displicencia con la que los grandes budas de la historia académica nos hablan desde sus prejuicios economicistas y materialistas. Pues bien, no: en Normandía la historia no estuvo en manos de las clases en lucha ni de los libres mercados. La historia –que ha marcado nuestra vida hasta el día de hoy- estuvo en la punta de las bayonetas de los paracaidistas norteamericanos, de los Guardias británicos, de los jóvenes de las SS y de los paracaidistas alemanes; y también en el sacrificio de los resistentes franceses y frente a ellos en el de la Milicia fiel al mariscal Pétain. Todos ellos, empuñando con o sin fortuna las armas, hicieron la historia. Porque las cosas fueron así media Europa fue democrática desde 1945 pero otra media quedó esclavizada hasta 1989. Por esas consecuencias y por el placer de disfrutar una obra bien hecha merece la pena leer a Beevor y conservar este libro como obra de referencia para el futuro.

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 30 de octubre de 2009, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/sangriento-decisivo-historia-macabra-101882.htm