Por Pascual Tamburri Bariain, 18 de noviembre de 2009.
El historiador Marc Bloch aplicó a su época sus conocimientos del pasado. Porque toda la historia es contemporánea, no se entiende la ignorancia de los políticos.
Marc Bloch, La extraña derrota. Testimonio escrito en 1940. Prólogo de Stanley Hoffmann. Traducción castellana de Santiago Jordán Sempere. Crítica, Barcelona, 2009. 256 pp. 13,50 €
Marc Bloch ha sido un referente moral para las últimas tres generaciones de historiadores. Investigador y docente francés de primera fila, participó activamente como militar de complemento en las dos guerras mundiales del siglo XX, en las que fue ascendido y condecorado por sus méritos. Judío de origen aunque no de práctica religiosa, en 1940 no aceptó la rendición de Francia tras la invasión alemana, y participó activamente en la Resistencia. No como judío, atención, sino precisamente como aquello que los invasores le negaban poder ser: un patriota francés. Murió en la guerra.
Con Bloch se corre el riesgo, yo lo he visto y padecido, de santificar toda su vida política y académica sólo por su muerte. Flaco favor se le hace así, porque semejante modo de razonar devalúa tanto sus logros científicos como sus méritos públicos. Este libro debe convertirse en un instrumento para rehabilitar a Bloch, el hombre de carne y hueso, con sus virtudes, sus defectos y sus contradicciones, con sus errores y con su muerte al servicio de una patria que él siempre consideró suya.
La victoria alemana de 1940 conmocionó a Francia y al mundo. No se trató sólo del hecho físico de la derrota, sino del final de un siglo de pretendida superioridad moral. Lo imposible había sucedido, y la República laica, democrática, una e indivisible se había demostrado inferior a los «bárbaros del Este». Lógicamente, una gran parte de los franceses reprochó a las instituciones la catástrofe y buscó en la «revolución nacional» de Vichy una vía de regeneración. No fue la opción de Bloch. Tampoco podría haberlo sido, en teoría, por ser judío, pero en este libro encontramos causas más profundas de su disidencia.
Bloch, conocedor de la naturaleza humana en el pasado, en las instituciones y en los Ejércitos, en este ensayo inmediato a los acontecimientos explica la rendición de Francia como la consecuencia de fenómenos de larga duración, un divorcio entre los franceses y una divergencia de intereses además de una incapacidad técnica de los dirigentes. No es un libro exculpatorio, sino en buena medida un descargo de conciencia también de sus culpas personales, como docente y como hombre público.
Judío, nacionalista, patriota, ¿por qué no?
Bloch emerge del libro como un hombre con todas las contradicciones de su tiempo pero también con la comprensión del presente que sólo el conocimiento del pasado puede dar. Economicista pero no estrictamente materialista en su oficio, da explicaciones políticas y sociales que no cabe desdeñar por sí mismas. Historiador del poder en su vertebración profunda en Los reyes taumaturgos, comprende que la vieja república marchita y sin fe había sido vencida por una fuerza telúrica que no se medía sólo en el número de carros de combate. No es sólo un diario de guerra: es la fotografía de toda una era.
Contradictorio, sin duda. Bloch, como muchos judíos franceses, creyó que el destino de los judíos extranjeros no tenía que ver, no debía tener nada que ver, con el suyo propio. René Mayer, judío que después de la guerra presidió el Gobierno francés, pidió durante el conflicto al responsable francés de la cuestión judía, Xavier Vallat, que se expulsase a los judíos extranjeros. También Bloch, en 1941, dejó claro que una de sus metas políticas era negar que «todos los judíos formamos una masa sólida y homogénea, dotada de idénticos rasgos y sujeta al mismo destino». Para él –demócrata, resistente, académico, mártir- el destino de los judíos franceses debía ser Francia, y el de los extranjeros la emigración.
No fue el único en esa posición, amante de una patria que no quería ser amada por él. Hans Rothfels, catedrático de Historia en la Universidad de Königsberg, fue uno de los partícipes más notables en la Ostforschung, la investigación pangermanista tendente a justificar y desarrollar la dominación alemana en Europa central y oriental. Y murió en el exilio, siendo ajeno a la identidad judía tradicional y a la nueva identidad israelí sionista pero a la vez siendo rechazado por el nazismo que se había nutrido del patriotismo alemán que siempre fue el suyo propio. Y varias veces hemos comparado ya aquí a Bloch con Ernst Kantorowitz, judío alemán, también combatiente condecorado en 1914-1918, voluntario después en los Cuerpos Francos en el frente oriental y en el frente interno alemán.
Kantorowitz (de Federico II a Los dos cuerpos del rey), como Bloch, se debatió en todas las contradicciones de aquel siglo sangriento y fue, de otro modo, víctima del mismo nacionalsocialismo. La complejidad de lo humano es infinita, y leyendo a uno y a otro se entiende la importancia de la historia… hasta el punto de echar de menos, en la formación de todos nuestros políticos y aprendices de tales, el conocimiento histórico. Bloch es la prueba de que, aun poseyéndolo, es difícil entender qué sucede. Imagínense ustedes sin tenerlo.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 18 de noviembre de 2009, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/saber-historia-politico-esta-ciego-normal-102550.htm