Chats, juegos, perfiles, redes: ¿hay algo bueno ahí para un joven?

Por Pascual Tamburri Bariain, 4 de diciembre de 2009.

Zapatero anula la libertad en Internet. Pero allí tiene lugar una parte de esencial de la vida de los jóvenes españoles. ¿Es un mal que hay que combatir o una libertad que defender?

John Antal, Brothers in arms. Autopista al infierno (Hell´s Highway). Traducción de Manuel Manzano. Edhasa – Marlow, Barcelona, 2009. 384 pp. 22,50 €


Enrique Rubio Palazón, Tengo una pistola. Planeta-Booket, Barcelona, 2009. 411 pp. 9 €

Internet vive en España su semana negra. Con argumentos variados y a veces contradictorios el Gobierno y sus socios intentan limitar el acceso de los españoles a la red. A unos Alfredo Pérez Rubalcaba les intercepta las comunicaciones sin mandamiento judicial. A otros Ángeles Gónzalez-Sinde se las puede cortar si acceden o utilizan contenidos que según ella no habrían pagado el copyright. ¿Progresismo? Aquí de lo que se trata es de poner puertas al campo y de decidir en Madrid qué debemos leer, con qué debemos jugar y qué debemos pensar. Pero en realidad no hay barreras absolutas en Internet, y por mucho que la tema Zapatero se enfrentará a una generación formada en la red, con todo lo que esto tiene de bueno y de malo.

El lado sombrío: la cibervida

Enrique Rubio acaba de publicar con Planeta una novela novedosa por su técnica narrativa y por los elementos de su argumento. Estos últimos –internet, los chats, la confusión entre juego y realidad, entre simulación y biología, entre cibercoqueteo y amor- muy envejecidos dentro de diez años, pero hoy se prestan perfectamente a su objeto. Que es crear una buena muestra de humor desencantado, o más bien de intriga teñida de humor desencantado. No nos dejemos llevar por lo adjetivo, el entorno tecnológico: Rubio nos cuenta la historia de un solitario en un mundo en el que es pecado serlo y en el que, sobre todo, aparentemente –ciberaparentemente- no lo es. Las contradicciones de lo humano traídas pues al siglo XXI.

Un joven de veinticinco años, y ciertamente de quince también diga lo que diga la ley, sabe perfectamente qué es un chat, un mundo de apariencias, de mentiras y de ficciones, donde se establecen relaciones sociales ilusiorias, intermitentes, que no por abundantes curan la soledad, sino que la agravan.

Cualquier joven de esas u otras edades ha tenido amplio acceso a todo tipo de pornografía, violencia, armas, productos ilegales y personas no necesariamente fiables. Pero también puede haber conocido en la red, en los mismos chats, páginas y juegos, a sus mejores amigos. Una estudiante que hace muchos años fue alumna mía encontró ya hace mucho el amor en la red. ¿Contradicciones? Sí, tantas como el mundo real.

«¿Eres consciente de que llevas un excremento en tu interior?» La pregunta que recibe Cascaradenuez no es privativa de la era de Internet. Otras eran antes las maneras de relacionarse y de preguntar, pero la naturaleza humana no ha cambiado. Del mismo modo que es una solemne simpleza –de nuestro actual Gobierno pero no sólo de él- creer que el simple acceso a las nuevas tecnologías garantizará el progreso del país (lo que no es cierto incluso si el progreso pudiese ser sólo material), es pensar que es la Red la que trae el Mal. Lo que es más, a veces, y dejando aparte la interesante aportación literaria, de la red pueden salir bienes inesperados.

El lado sorprendente, escandalosamente positivo: los videojuegos

Si hay algo en las nuevas tecnologías que manejan los jóvenes que padece una pésima fama, eso son los juegos. Juegos para PC o para consola, juegos de cualquier tipo, tienen sin excepción la condena oficial de lo políticamente correcto. Es decir, los gobernantes y los padres que los votan pretenden que sus hijos se conecten a Internet… ¿a qué? ¿A leer El País? .

Brothers in Arms es un videojuego de simulación millitar en el que el jugador participa como paracaidista de la 101 División Aerotransportada del Ejército de Estados Unidos, en el curso de la operación Market Garden en otoño de 1944. Como es sabido –pero no por el común de nuestros estudiantes, sean bachilleres o universitarios- Market Garden fue el intento de sir B.L. Montgomery de tratar de cruzar el Rhin por territorio holandés, con una logística complicada y el uso del XXX Cuerpo de Ejército de la Commonwealth y de todas las fuerzas paracaidistas aliadas (norteamericanos, británicos y polacos). La operación fracasó, sobre todo, porque las comunicaciones fueron pésimas y junto al ansiado puente sobre el Rhin estaban los aguerridos restos de dos divisiones acorazadas de las SS. Un innecesario esfuerzo en el que abundó el heroísmo y en el que el trato entre los combatientes fue el civilizado propio de una guerra entre caballeros, sin crímenes de guerra ni demasiada mala educación.

John Antal es coronel retirado del Ejército de Estados Unidos, y ahora escritor. Ha convertido en ficción la historia de un personaje que nunca sabremos si nace del uso del juego o del recuerdo de la historia. Y esa es una de sus virtudes. El relato es realista y verosímil, pero no se recrea sin necesidad en detalles técnicos, tratándolos sin embargo con corrección. ¿Quiere usted conocer cómo es la guerra en primera pesona, o quiere que sus hijos sepan mejor qué paso en los años 40 del siglo XX en Europa? Bien, puede usted hacérselo estudiar; o puede permitirles la lectura de esta novela, con la que entenderá usted además las virtudes pedagógicas de los juegos de simulación.

Dejemos clara una cosa: jugar no es estudiar y el juego no es estudio. Lejos de mí juzgar, pero si un compañero limita su tarea docente a proyectar vídeos o a llevar la grey a una sala de ordenadores mal vamos. Una cosa no quita sin embargo la otra. Los jóvenes más inquietos, y más inquietos por el pasado y la cultura en particular, tienden a interesarse por estas simulaciones históricas, y ese conocimiento adquirido en el ocio puede integrarse en el saber académico. Por definición será voluntario y desigual, pero es que la vida lo es también. La recreación de John Antal no es sino una pequeña muestra de las muchas posibilidades que los juegos, entre otras cosas, ofrecen a los jóvenes.

Por supuesto, son adictivos (también los porros lo son, y hay no pocos padres que hacen dejación de sus deberes en eso). Casi todo puede ser adictivo, y en el caso de un juego referido a aquella batalla yo les puedo contestar mejor que nadie. Eran otros tiempos y otras tecnologías, cierto, pero hace muchos, muchos años Javier, Alberto, Miguel y yo dedicamos lo mejor de nuestras tardes de fin de semana a jugar a algo así, y lo mejor de nuestras ilusiones entre semana a pensar en ello. No fue una mala adolescencia, si juzgamos académicamente, tuvo un plus que no se paga con dinero y con mi excepción todos ellos son jóvenes y brillantes profesionales :). Tampoco debería ser malo para cualquier Daniel, Guillermo o Sergio de 2009, que adquirirán conocimientos y habilidades que por desgracia nadie más quiere enseñarles.

No se trata sólo de guerra: lo mismo evale en cuanto a virtudes musicales y culturales por ejemplo de un juego tan diferente como Eternal Sonata, donde según un colaborador de esta casa «se trata de jugar con la música, la historia y con los sentimientos» y desaparece la diferencia entre juego, concierto e historia de la música. Todo eso en su PC o en red. ¿Es tan malo? ¿Hay que ponerle límites? No seré yo quien lo haga, si me toca. Mientras tanto, se lo aconsejo, lean ustedes y vean. Y jueguen, claro.

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 4 de diciembre de 2009, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/chats-juegos-perfiles-redes-algo-bueno-para-joven-103104.htm