Por Pascual Tamburri Bariain, 1 de enero de 2010.
Lampedusa no sólo relató el final de la Sicilia borbónica y de todo un mundo: retrató las constantes del cambio y la continuidad en tiempos duros. Como los nuestros.
Giuseppe Tomasi di Lampedusa, El gatopardo (edición definitiva). Prólogo de Gioacchino Lanza Tomasi. Traducción de Ricardo Pochtar. Edhasa, Madrid, 2009. 384 pp. 22,50 €
Giuseppe Garibaldi, la expedición de los Mil y el desembarco de Marsala. Los inicios de la mafia. La agonía de la aristocracia de la sangre (¿Murió? ¿Había vivido?). La irrupción de la modernidad. El Gatopardo (1) es probablemente la gran novela del siglo XX italiano, y Tomasi logró retratar su visión de la Italia de dos generaciones antes del mismo modo que Alessandro Manzoni en el XIX había insuflado vida a la de dos siglos antes. Pero Manzoni había escrito desde el entusiasmo nacionalista ante la unificación, mientras que Lampedusa lo hizo desde el desencanto posterior a la derrota de 1945, que en Sicilia no ha sido más que la enésima declinación del desencanto desde Federico II a esta parte. Entre Manzoni y Lampedusa hay mucho más que un siglo, hay la misma distancia que separa el lago de Como de la Conca d´Oro de Palermo. Una distancia que hay que recorrer para entender tanto Italia como la modernidad.
Raramente un clásico carece de texto canónico y de edición crítica, pero estas cosas pasan cuando el clásico es tan reciente. Tomasi di Lampedusa completó su texto, en dos manuscritos y una versión mecanografiada, en los años 50 del siglo XX, y el texto no se publicó hasta después de su muerte, en otoño de 1958. La cosa tiene su importancia para la historia del texto, como vamos a explicar; la coincidencia me resulta por lo menos familiar, ya que mi propio abuelo, hijo del antiguo Reino del Sur, murió al final de ese mismo otoño.
Muerto el autor, nadie se ocupó de anotar las diferencias entre los distintos originales. Sólo ahora la familia del autor se ha ocupado y Edhasa nos ofrece una nueva traducción al español, de Ricardo Pochtar, que permite apreciar con las mínimas pérdidas estéticas y semánticas la novela; y con su contenido intelectual intacto.
Ya antes de la versión cinematográfica de Luchino Visconti la vulgata occidental había reducido El Gatopardo a la frase de Tancredi al príncipe de Salina, su tío y protagonista: «Si nosotros no participamos también, esos tipos son capaces de encajarnos la república. Si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie». Cierto es que en el trasfondo de la novela hay mucho de esa aceptación condicionada de la revolución política, social y cultural que supuso el liberalismo. Pero hay también más cosas.
La verdad es que, como esperaban los príncipes de la novela, la unificación no llevó a una revolución igualitaria. A las viejas jerarquías de la sangre y la historia se superpusieron las nuevas del dinero y los negocios. Pero es que esa es precisamente la revolución liberal. Lampedusa describe vivazmente las ilusiones y los temores de la generación de su bisabuelo, que temían un 1848 parisino cuando lo que les llegaba era un 1830. Era el mundo burgués, el de don Calogero Sedara: «Créame, Excelencia, todo irá mejor. Los hombres honestos y capaces podrán abrirse camino. El resto será como antes». No exactamente como antes: el poder quedó en manos de los burgueses o quienes a ellos se unieron, la riqueza y el progreso en pocas manos, y las viejas jerarquías sociales, los hidalgos rurales y los derechos de los antiguos siervos entre ellos, se marchitaron. Lo que para unos fue progreso para otros fue extinción, ruina, emigración o mafia, pasando por la imposición violenta del orden piamontés sin ningún respeto por las tradiciones locales. Así que, en definitiva, sí hubo una revolución.
Lampedusa deja en su novela sin embargo una puerta siempre abierta a la esperanza. No sólo la de la trascendencia, sino además la del futuro. Para el padre Saverio Pirrone, «la nobleza no reside en los latifundios y los derechos feudales, sino en las diferencias. Me han dicho que en París hay ahora condes polacos a quienes las insurrecciones y el despotismo han empujado al exilio y a la miseria; trabajan de cocheros pero a sus clientes burgueses les ponen una cara que, cuando los pobrecillos suben al coche lo hacen, sin saber por qué, con tal aire de humildad que diríanse perros entrando en una iglesia». Como alguien diría, incluso sin esperanza inmediata toda revolución lleva en sí misma el germen de su extinción. Un siglo y medio después, cuando la conmemoración de este aniversario es polémica, los tataranietos de Salina son también los de Sedara, y aunque más de cien de estos ciento cincuenta años han gobernado los Sedara una nación, como una familia o un partido político, no puede justificarse eternamente en la búsqueda de la prosperidad. Por eso, bien leído, lo que Lampedusa propone para el futuro, no sólo de Sicilia, es una nueva síntesis. Eso, además, con una prosa cuya belleza justifica por sí misma la lectura.
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(1) Giuseppe Tomasi di Lampedusa, El gatopardo (edición definitiva). Prólogo de Gioacchino Lanza Tomasi. Traducción de Ricardo Pochtar. Edhasa, Madrid, 2009. 384 pp. 22,50 €
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 1 de enero de 2010, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/version-definitiva-historia-solo-algunos-entendieron–103990.htm