Por Pascual Tamburri Bariain, 3 de enero de 2010.
¿Y qué tenía de malo Darwin? Al fin y al cabo su teoría, se acepte o no, y en caso de rechazarse se haga con argumentos científicos o de otro tipo, no deja de ser una teoría biológica.
Buhigas da, desde su título, un paso más. Para él, la imposición del darwinismo y su extrapolación como nueva «corrección política» estaría en la raíz de muchas de las crueldades del último siglo.
Nadie en su sano juicio convierte el resultado de una investigación científica en una cuestión de Estado… o no debería hacerlo.
Guillermo Buhigas (1), en un libro apasionado y repleto de datos que acaba de presentar Sekotia, niega las dos premisas de lo anterior. Para él, la teoría de Charles Darwin no es estrictamente resultado de un trabajo científico sino más bien la expresión de unos principios ideológicos que el autor no extrajo de su observación de la realidad sino de ideas preconcebidas. Para Buhigas, y no es el único, el darwinismo no es progresista, materialista, determinista y reduccionista porque tales sean las conclusiones de una observación desapasionada de la realidad, sino porque a tales objetivos quería llegar Darwin y, sobre todo, han querido llegar sus seguidores tanto en la ciencia como en la política, la cultura, la economía y la medicina. Así que no se trataría de una polémica científica, sino doctrinal, en la que una de las apartes habría tenido la habilidad de erigirse en dueña de las palabras y en poseedora de la única verdad objetiva.
Lo curioso es que la nueva verdad revelada habría venido a dar un nuevo sentido a la vida humana sobre la Tierra, a sustituir en suma a toda religión trascendente. Y también en ese sentido el darwinismo sería mucho más que una explicación de la variedad biológica: sería la concreción más eficaz de los dogmas de la modernidad progresista.
Buhigas da, desde su título, un paso más. Para él, la imposición del darwinismo y su extrapolación como nueva «corrección política» estaría en la raíz de muchas de las crueldades del último siglo. Si los débiles deben perecer la caridad con los pobres, los necesitados, los ancianos y los desamparados sería un acto de suicidio colectivo al impedir que las leyes de la naturaleza funcionasen. Ayudar al hambriento o al mendigo sería un acto de leso darwinismo social. ¿Y qué decir de las «vidas inútiles», las de los deficientes, los minusválidos y los impedidos? Son vidas que nada aportan –materialmente, que es lo decisivo si identificamos la realidad con lo material- y se trata de vencer los reparos «anticuados» a la esterilización primero y a la supresión después de tales vidas.
El libro de Buhigas es deliberadamente polémico al comparar los programas eugenésicos y eutanásicos de la Alemania de entreguerras con los que actualmente la izquierda impone y el centro no siempre rechaza. Pero acierta en el núcleo del asunto, aunque haya refutaciones de algunos de sus datos: si la vida humana se reduce a lo material y lo útil, si la dignidad de la vida se puede contar, medir y pesar, y si la selección de los individuos válido es un requisito del bien común, ¿quién puede poner un límite al horror?
El verdadero asunto de nuestro tiempo no es si Darwin acertó o no, y por qué, sino si nosotros nos equivocamos o no al ver al ser humano como una simple consecuencia mecánica de los fenómenos naturales. Si el hombre sólo es naturaleza la vida humana es siempre relativa y prescindible, y la cultura de la muerte inherente a la legislación actual estará plenamente justificada. Pero entonces ninguno de nosotros estará completamente a salvo de ser declarado superfluo, dañino o excesivamente costoso. Es hora de elegir, no porque los argumentos de Coyne sean malos sino porque pueden no ser bastantes.
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(1) Guillermo Buhigas, Eugenesia y eutanasia. La conjura contra la vida. . Sekotia, Madrid, 2009. 432 pp. 21 €
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 3 de enero de 2010, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/como-teoria-cientifica-termina-legitimando-terror-inhumano-103988.htm