Por Pascual Tamburri Bariain, 15 de enero de 2010.
España sufrió en el siglo XX una terrible guerra civil pero evitó la Segunda Guerra Mundial. Sobre todo por voluntad de Franco. Salen a la luz los secretos mejor guardados del franquismo.
España sufrió en el siglo XX una terrible guerra civil pero evitó la Segunda Guerra Mundial. Sobre todo por voluntad de Franco. Salen a la luz los secretos mejor guardados del franquismo.
Emilio Sáenz Francés, Entre la Antorcha y la Esvástica: Franco en la encrucijada de la II Guerra Mundial. Prólogo de Fernando García de Cortázar. Actas, Madrid, 2009. 1046 pp. 45 €
Si uno repasa los manuales de historia más recientes, especialmente los de las Enseñanzas Medias, se encontrará con una serie casi homogénea de lugares comunes sobre el siglo XX español. En lo que se refiere a la no intervención de nuestro país en la Segunda Guerra Mundial casi todas las ideas más difundidas son las de Javier Tusell, sus precursores y sus numerosos seguidores de distintos tipos; y así nos encontramos con un Francisco Franco decididamente proalemán y con un Ramón Serrano Súñer atado de pies y manos al Eje, que sólo por casualidad o poco menos no arrastraron a España a la catástrofe que terminó en 1945.
Muchos testigos de los hechos, y muchos historiadores del más alto nivel desde Luis Suárez a Stanley G. Payne, han aportado datos objetivos para matizar o negar la versión hoy oficiosa. Pero ese punto de nuestro pasado se resiste a los cambios, y algunas de las verdades oficiales son casi dogmas difíciles de combatir. Actas nos proporciona ahora en contundente argumentario de un historiador muy joven, Emilio Sáenz-Francés, que no sólo se ha atrevido a entrar en el terreno vedado sino que lo ha hecho sin prejuicios.
Sáenz-Francés, además de revisar los testimonios publicados y los pocos de los orales que aún son accesibles, ha trabajado los documentos inéditos, y a menudo nunca consultados, sobre las relaciones exteriores españolas entre 1939 (y en realidad desde 1936) y 1945. El trabajo es ímprobo y el resultado de gran volumen, pero con una virtud que no se encuentra con facilidad. Se trata de un trabajo de investigación sin concesiones en el aparato crítico, la bibliografía y los índices de nombres; pero el estilo narrativo del autor hace del volumen algo atractivo de leer, grato no sólo por la información aportada sino también por la manera en que nos llega. También el prologuista, Fernando García de Cortázar, ha dado buena muestra de virtudes similares.
Una investigación sorprendente
¿Qué dice de nuevo o de escandaloso Sáenz-Francés? En realidad reúne datos que, vistos sin el sesgo de ninguna ideología, refrescan la imagen de nuestro propio país. Francisco Franco, militar de formación tradicional al fin, creyó en 1939 que la guerra iniciada por Danzig sería larga y relativamente equilibrada. La gran sorpresa no fue la potencia militar alemana, conocida y respetada, y en el fondo querida porque Alemania había prestado su ayuda al nuevo Estado en la guerra civil; la novedad fue el hundimiento francés de 1940, inesperado y, en cierto modo ambiguo, fuente de problemas aunque moralmente agradable.
Desde el pacto germano-soviético de agosto del 39 hasta la primavera de 1940 Franco siguió casi al pie de la letra el ejemplo de Mussolini: decepcionado por el acercamiento de Hitler a Stalin y por el belicismo alemán contra Polonia, no intervinieron en la guerra y aunque aplaudieron los éxitos alemanes confiaron en la resistencia francoinglesa y no se abstuvieron de aplaudir los éxitos finlandeses contra la URSS. La ofensiva occidental de Alemania y el hundimiento de Francia cambiaron radicalmente la situación, mientras Winston Churchill se hacía cargo del poder en Londres predicando la resistencia y enviaba a Madrid como embajador a su viejo rival y avezado político sir Samuel Hoare.
Sáenz-Francés demuestra, incluyendo datos de los embajadores alemanes von Moltke y von Stohrer, que Franco nunca se cegó ante una victoria alemana que vio probable, pero no segura, y en todo caso no necesariamente mala para España. Como por otra parte siempre dijo don Ramón Serrano Suñer, en esto respaldado por Galeazzo Ciano en su momento, la España de Franco aprovechó la libertad de movimientos que la Italia de Mussolini creyó no tener en 1940, y no intervino en la guerra. Todos ellos, y probablemente también muchos británicos, creyeron en la posibilidad de una paz honorable y negociada, al menos entre 1940 y 1943, y esa posibilidad, junto a la prepotencia continental alemana y al dominio oceánico anglosajón, explica tanto la intervención italiana como la no intervención española. Franco, en todo caso, no confundió la germanofilia con la sumisión, y si España no intervino fue porque ni Franco ni su cuñado quisieron.
No fue posible la paz… ni la guerra
Las entrañas diplomáticas de esa decisión y de los años sucesivos son del máximo interés, no sólo para especialistas, y este libro ayuda a conocer dimensiones sorprendentes de la realidad. No deja de ser curioso que el virtual reemplazo de Serrano por José Luis de Arrese fuese considerado una buena noticia en un –digámoslo suavemente- ingenuo Berlín; también es llamativo que los alemanes, que desideologizaron la guerra en su inicio, conviertiéndola en un mero juego imperial alemán a través del pacto con el antes enemigo comunista, tratasen después de movilizar Europa en nombre de la lucha contra la URSS. A veces uno es víctima de sus contradicciones.
Dos momentos decisivos marcan la historia aquí contada. Uno, ya mencionado, es el semestre central de 1940, cuando Alemania pareció ganar la guerra y España pareció abocada a seguir, con sus propias peculiaridades e intereses, el camino de Italia. Si no lo hizo y por qué es algo que en parte se responde aquí, y que deja mucho trabajo par futuras publicaciones. Sáenz-Francés tiene el mérito de no juzgar, en general, desde lo que después vino, sino de colocarse en el lugar y el momento de quien tomó las decisiones. En 1940, por ejemplo, el prestigio de Churchill estaba todavía por construirse, y parecía mucho más creíble la postura de lord Halifax, su rival conservador y partidario de un acuerdo pacífico que salvase el Imperio Británico y evitase la expansión comunista. Mussolini creyó a Halifax y Franco, aun haciéndolo también, evitó un paso irreversible. Lo que después vino, además de imprevisible, sí convirtió a Churchill en vencedor de la guerra, pero no sin dar la razón a Halifax y a sus interlocutores mediterráneos en todos sus temores. El segundo momento, en cambio de signo total de la guerra, fue la operación Torch, en noviembre de 1942, que se incluye en el título del libro y que dio el poder decisivo en la misma a alguien con tan poco conocimiento objetivo de los asuntos de Europa como el presidente norteamericano Franlin D. Roosevelt. Para desesperación tanto del historiador de hoy como de sus interlocutores, enemigos y aliados de ayer.
Es de destacar cómo el autor refleja muchos sutiles matices hasta ahora ignorados o desdeñados por la investigación oficial. Valgan como ejemplo el matrimonio de José Enrique Varela, la agitada vida íntima del coronel Beigbeder primero y de Serrano Súñer después, el escaso espesor político e intelectual de los líderes de la Falange «legitimista» frente al personalismo político del jefe del Estado y a la desesperación de su cuñado, las maniobras de las Embajadas y de sus servicios paralelos, el doble y triple juego del almirante Canaris y los vaivenes de las empresas alemanas en España. En cualquier caso, esa riqueza de información y de interpretación convierte en menores pequeños deslices como dar por buena la opinión de la infanta Eulalia sobre Ramón Serrano (p. 65), persona sin duda inteligente, culta, italófica y cercana humanamente a los líderes fascistas, pero cuya formación italiana no tuvo lugar en el Colegio de España en Bolonia, como es fácilmente comprobable en la propia institución albornociana.
Franco, y no fue el único, quiso una paz de compromiso hasta muy avanzada la guerra, quizás hasta el final, porque previó que la prolongación de ésta y la exigencia de una rendición incondicional llevaría a un avance del comunismo en el corazón de Europa –como, queda dicho y demostrado, no fue el único en prever en 1939-1940. La justificación final de España «moralmente beligerante contra el comunismo en el Este, moralmente neutral en la guerra entre las potencias occidentales y moralmente beligerante contra el Japón en Asia» no fue totalmente un juego propagandístico. Sí es aleccionador ver cómo evolucionaron las posturas personales y nacionales al hilo de los acontecimientos, y cómo se eclipsó el breve sueño del renacimiento de una gran potencia española. Para todo esto y para tener una visión políticamente incorrecta de un siglo mal conocido, el libro de Actas da lo que otros nos han negado durante décadas. Queda por hacer, y el autor es mejor capacitado para ello, una segunda parte en la que, junto a la documentación alemana se emplee la italiana, cuantitativa y cualitativamente más importante para la primera España franquista y que leída conjuntamente daría resultados aún más brillantes.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 15 de enero de 2010, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/franco-defraudo-hitler-imito-mussolini-acerco-churchill-104304.htm