Por Pascual Tamburri Bariain, 22 de enero de 2010.
La democracia padece corrupciones y perversiones, la mayor parte de ellas legales. Algunas tienen solución y otras durarán lo mismo que la democracia. Que para Gustavo Bueno no es perfecta.
La democracia padece corrupciones y perversiones, la mayor parte de ellas legales. Algunas tienen solución y otras durarán lo mismo que la democracia. Que para Gustavo Bueno no es perfecta.
Gustavo Bueno, El fundamentalismo democrático. La democracia española a examen. Temas de Hoy – Planeta, Madrid, 2010. 416 pp. 19 €
Todo en el último libro de Gustavo Bueno es polémico. Lo es desde el título, que conscientemente centra en una expresión que otros ya han utilizado antes. Fue la izquierda española, exiliada del poder por José María Aznar, la que acusó a la derecha de «fundamentalismo democrático» antes de 2004. Sería para Juan Luis Cebrián «una enfermedad que la derecha española padece hasta el extremo» y para Felipe González «eso que en nombre de la democracia desvirtúa la democracia». Después llegó Zapatero y cambiaron las tornas. O quizás no.
La democracia moderna –nada que ver con Grecia salvo en el nombre- es bastante más que un mecanismo de elección de los gobernantes. Su punto de partida es la aceptación del otro, la tolerancia y en consecuencia el rechazo tanto de una imposible perfección política como de una verdad absoluta que pueda imponerse universalmente. Aunque sea la misma idea de democracia. A su manera, con más densidad en el análisis, mejores instrumentos intelectuales y un amplio repertorio de polémicos casos recientes, Gustavo Bueno retoma ahora la idea de nuestro contemporáneo «fundamentalismo democrático» .
El filósofo no se desmiente a sí mismo y no se queda en la superficie de las cosas. Es cierto que en este libro el lector encontrará analizadas las contradicciones democráticas más graves del zapaterismo, vistas todas ellas como perversiones del sistema, corrupciones de la democracia aunque respeten la letra de las leyes. Para Bueno vivimos en un régimen corrupto porque la democracia es incompatible a largo plazo con la imposición de valores desde el poder, la impunidad de los representantes de éste, sus estipendios públicos o secretos fuera de todo control y de toda razón y con el cambio radical en la idea misma de la vida (a través del aborto libre), de la familia (a través de nuestro matrimonio entre personas del mismo sexo), de la igual dignidad de las personas (a través de la ley de violencia de género) y de la nación (con el nacimiento de soberanías de hecho en distintas regiones). Y son sólo algunos ejemplos.
Todo eso es, para Bueno, corrupción. Pero lo esencial es que como filósofo independiente, de reconocida base materialista, describe en detalle el absurdo de creer que la libertad humana, la historia de la humanidad y de su libertad, culminan, terminan y se cierran en este modelo político, social, económico y cultural. Ahí radica el fundamentalismo: en la idea de que vivimos en el mejor de los mundos posibles y con la mejor gobernanza imaginable, que nada puede ser cambiado salvo para avanzar en la misma dirección, y que toda crítica, sugerencia o duda divergentes son necesariamente herejías condenables. Zapatero no es más que un representante de un problema mucho más extendido, porque para Bueno es igualmente corrupto que un juez se sirva de su puesto para medrar, que un político obtenga beneficios personales o que el aparato de un partido sea capaz de mentir, traicionar y fingir para que triunfe el candidato predesignado. Y eso no sólo sucede en el PSOE de 2010.
Bueno cree que esta democracia, como todos los sistemas, es imperfecta, y por tanto perfectible, corrompible y limitada tanto en el tiempo como en el espacio. Afirma y explica que asimilar el dogma de la división de poderes de Montesquieu a la democracia –tanto a la democracia técnica como a la ideológica- ha sido un error de trágicas consecuencias actuales, como por otro lado lo es creer que personas como José Luis Rodríguez Zapatero o Baltasar Garzón son, en sus actuaciones probablemente legales, tan corruptos como los que reciben sobornos ilegales. Todo ello son síntomas de la finitud de un sistema; y sería de agradecer que al menos una parte de la oposición política, social y cultural se rebelase contra los dogmas políticamente correctos de este fundamentalismo democrático, ya que no denunciarlos y no plantear alternativas serias a todos ellos no es más que otra forma de corrupción. Moral, en este caso.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 22 de enero de 2010, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/democracia-espanola-agoniza-corrupcion-todos-aceptan-104472.htm