Por Pascual Tamburri Bariain, 29 de enero de 2010.
Oriana Fallaci dejó una novela póstuma inspirada en la historia de su familia a lo largo de tres siglos. En esta obra, como en otras, prescindió con éxito de la objetividad.
Oriana Fallaci dejó una novela póstuma inspirada en la historia de su familia a lo largo de tres siglos. En esta obra, como en otras, prescindió con éxito de la objetividad.
Oriana Fallaci, Un sombrero lleno de cerezas. Traducción de Isabel Prieto. Epílogo de Edoardo Perazzi. La Esfera de los Libros, Madrid, 2009. 840 pp. 24,90 €
Feminista radical, periodista de batalla, más atea que laicista, reportera en todas las guerras y revoluciones, antifascista militante cuando ya no había fascismo, impulsora mediática e intelectual del progresismo hedonista en su país y en otros, Oriana Fallaci habría sido un referente eterno de la izquierda, incluso del zapaterismo. Lo fue durante el último tercio del siglo XX, y lo sería hoy de no haber sido por una de las tantas bromas de la Historia.
La rabia y el orgullo, de 2001, fue el libro de Fallaci que cambió –pocos años antes de morir- el rumbo de su vida, de su fama y hasta de sus ventas. La vieja progresista se convirtió, tras el atentado del 11 S en Nueva York, en apóstol de la lucha entre civilizaciones y en particular de la necesidad de defender el mundo occidental con las armas de la amenaza islamista. E incluso del mundo musulmán en general. Una parte de la izquierda que la había creado la abandonó, y a cambio una parte de la derecha a la que ella siempre despreció la adoptó como profetisa.
¿Fue para tanto el cambio? Realmente Fallaci siempre sostuvo, y creo que sin mentir, que ella no había cambiado. Fallaci no defendía la Europa de las naciones ni el mundo cristiano; el objeto de su amor fue el Occidente democrático y progresista que había hecho posibles cosas por ella siempre defendidas como libertades, como el cambio del modelo familiar, el divorcio y por supuesto el aborto. No trataba de defender las raíces de una civilización europea amenazada sino de luchar por hacer universales las que ella consideraba conquistas eternas sucedidas en esa civilización en los dos últimos siglos: el individualismo y el materialismo convertidos en regla.
La misma Fallaci nos presenta ahora, póstuma, una historia novelada de su propia familia, que puede leerse a través del despliegue de esos nuevos valores occidentales, que son los realmente amados por la periodista. Un sombrero lleno de cerezas nos lleva a la Europa de los seis últimos siglos y nos presenta tipos humanos realmente no tan singulares, como son los antepasados de la autora, en un contexto de difícil pero constante progreso hacia «el mejor de los mundos posibles», que sería el actual y el que de él salga. Edoardo Perazzi, sobrino de la autora y editor de esta novela póstuma, explica mucho del carácter de la Fallaci a través de su vivencia casi infantil del mito de la Resistencia. Realmente en este libro hay más que eso.
Fallaci murió sin creer en Dios y con la angustia de dar un sentido a su propia vida. Lo buscó en el pasado: «cuando el futuro se había vuelto muy corto y se me escapaba de entre los dedos con la inexorabilidad con que cae la arena en una clepsidra, me sorprendía con frecuencia pensando en el pasado de mi existencia: buscando allí las respuestas con las que sería justo morir. Por qué había nacido, por qué había vivido, y quién o qué había plasmado el mosaico de personas que, desde un lejano día de verano, constituía mi Yo». El resultado es una novela grata de leer, quizás más para quien conozca la historia de la Italia central con cierto detalle, pero ciertamente independientemente de que se compartan o no las ideas de la autora.
En el pasado Fallaci buscó y creyó encontrar un sentido: no habría más realidad que la que vemos, pero progresamos hacia su perfección, hacia el Progreso. En pura lógica, quien se oponga a lo que Fallaci creyó vía única de la Historia será reo de lesa Humanidad. Una idea profundamente izquierdista, qué duda cabe.
Por eso no deja de sorprender que el año 2010 haya empezado, en parte de la prensa de derechas, con un aplauso conjunto a Barack Obama y a Oriana Fallaci, unidos tanto por sus ideas de izquierdas como por su voluntad de combatir «la rabia islámica contra la modernidad y quien la encarna». Ya, la Modernidad. Hay ahora que leer la novela de Fallaci y preguntar a sus protagonistas, en los siglos XVI y XVII también, si realmente la vida merece la pena ser vivida sólo para acumular más riquezas y más bienestar, si nada más merece nuestras vidas y nuestras muertes. Porque, si bien es cierto que la Fallaci reconoció siempre no entender, temer y odiar tanto la muerte como toda idea no progresista («me repugna mirarla, tocarla, olerla, y no la entiendo. Quiero decir: no sé resignarme a que sea inevitable, a su legitimidad, a su lógica»), no lo es menos que todos los europeos anteriores a su ideología, y con certeza los personajes a los que ella desnuda para nosotros, creyeron en muy otras cosas. Lo cual debe recordarse a la hora de trazar barreras políticas, y de leer este libro significativo para un 2010 que hemos empezado entre Yemen, Lábano, Afganistán y Pakistán.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 29 de enero de 2010, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/periodista-radical-familia-para-desnudar-convicciones-104634.htm