Por qué los ricos y los poderosos construyen edificios inútiles

Por Pascual Tamburri Bariain, 21 de febrero de 2010.

La arquitectura resume todas las artes. Y es, desde Babilonia hasta Obama y desde Hitler hasta Saddam, el escenario para exhibir poderío y diseñar el futuro. Aunque a veces sea ridículo.

La arquitectura resume todas las artes. Y es, desde Babilonia hasta Obama y desde Hitler hasta Saddam, el escenario para exhibir poderío y diseñar el futuro. Aunque a veces sea ridículo.


Deyan Sudjic, La arquitectura del poder. Cómo los ricos y poderosos dan forma al mundo. Traducción de Isabel Ferrer Marrades. Ariel, Barcelona, 2010. 304 pp. 19,90 €

Construir un edificio es una tarea compleja que distingue a los humanos de otros seres vivos. La posibilidad de crear edificios diferentes no sólo por su utilidad sino también por nuestra libre decisión implica la existencia de una inteligencia superior y de un cierto nivel de desarrollo tecnológico. Desde el Neolítico las sociedades humanas construyen edificios y los comparan. Deyan Sudjic nos ofrece, ahora también en rústica, un apasionante repertorio de observaciones sobre cómo se han relacionado el poder –político, económico o cultural- y los arquitectos en los siglos XX y XXI.

Sudjic «analiza con cierto detalle una serie de construcciones, así como a arquitectos, multimillonarios, políticos y dictadores, la mayoría del siglo XX». Muchas de sus apreciaciones son certeras otras ampliamente matizables o discutibles, pero en todo caso, dejando aparte su opinión, constata un hecho a menudo olvidado: la imagen que damos de nuestras sociedades, no sólo en nuestro tiempo sino también para épocas venideras, es en primer lugar la de los edificios que construimos. Los «edificios que pueden ser muy reveladores acerca de nuestros miedos y nuestras pasiones, acerca de los símbolos que sirven para definir una sociedad y acerca de nuestra manera de vivir» .

El autor se pregunta por qué los individuos y las sociedades construyen como lo hacen, qué significan sus edificios y qué usos se les dan. Responde, es verdad, conforme a sus propios gustos y opiniones, pero aunque no compartamos unos u otras las preguntas están muy correctamente formuladas, y ayudan a desenmascarar muchos de los engaños de los que somos víctimas. No «aún hoy», sino «hoy más que nunca» .

Es fácil –y gratuito- descubrir al lector cómo los regímenes de Hitler y de Stalin, así como el de Mao, emplearon la arquitectura como instrumento de poder, como símbolo conscientemente creado y utilizado de cómo se quería entender el mundo, explicar su presente y diseñar su futuro. Deyan Sudjic profundiza, a su manera, en la obra arquitectónica de Albert Speer, y explica por qué preguntas utilitarias como «¿habría podido construirse por menos dinero?» o «¿vale lo que costó?» carecen de sentido si no se asume el valor no funcional de la arquitectura. Pero este libro a veces hiriente no se queda, ni mucho menos, ahí.

Para Sudjic, «la arquitectura es un medio que nos da la oportunidad de olvidar la precariedad de nuestra situación por un momento,… en sus propios términos la arquitectura sí ofrece la posibilidad de darnos un breve respiro de lo aleatorio». Y de lo rápidamente pasajero, a veces y si se desea hacerla para ello. Es «un punto de referencia, que nos permite medir nuestro lugar en el mundo». El arquitecto y su cliente –rico o poderoso- pueden dejar impronta. Además, «el atractivo de la arquitectura para quienes aspiran al poder político está en la manera en que sirve para expresar la voluntad». Diseñar o encargar un edificio «es sugerir que éste es el mundo tal y como se quiere», implica «construir la realidad tal y como queremos que sea, más que como es».

Poner el cascabel al gato

Sudjic es un autor valiente; podría haber lanzado sus críticas mencionando sólo casos cuya denuncia es hoy políticamente correcta, pero no lo hace. Entra a fondo en los nuevos monumentos de Barcelona, en el carísimo y siempre ruinoso Guggenheim de Bilbao, en los caros caprichos de François Mitterrand y de Tony Blair. Sus anécdotas manchan o arrollan a Le Corbusier, Philip Johnson, Norman Foster, Frank Gehry, Yung Ho Chang, Arata Isozaki, Reem Koolhaas, Rafael Moneo, Daniel Libeskind y Enric Miralles, entre otros, sin que haya ninguna diferencia real entre regímenes democráticos o no, liberales o no, capitalistas o no. El poder tiene siempre la misma naturaleza y necesidades, sea cual sea su origen, y la arquitectura suele estar dispuesta a todos los excesos si se trata de satisfacer, o de intentar satisfacer, las peticiones de los poderosos en competición unos con otros. Al lado de los dispendios permitidos a un Norman Foster y de las chapuzas públicas pagadas a un Patxi Mangado –que carece aún de la entidad necesaria para que su nombre aparezca en un libro así- los arquitectos de Stalin parecen moderados, las obras de Hitler parecen baratas y la arquitectura fascista italiana –casi toda ella en pie y ampliamente visitada, por cierto- parece una de las cimas artísticas de su tiempo.

La gran pregunta que Sudjic deja por hacer –cosa normal, tratándose él mismo de un arquitecto formado en la segunda mitad del siglo XX- es otra. ¿Por qué el desprecio hacia la tradición arquitectónica occidental se sigue considerando moderno y correcto? ¿Por qué se socia, con un siglo de retraso, a las vanguardias artísticas del siglo pasado con lo que esperamos de la modernidad? Ha habido, en la relación de arquitectura y poder, un gran tabú, y ha sido el rechazo ideológico a la tradición y a su evolución, continuidad y desarrollo. El príncipe de Gales –un hombre sensato- ha sido ásperamente criticado, e incluso ridiculizado, por arquitectos que no saben hacer un edificio sin goteras, ni una plaza sin charcos, ni sabrían restaurar una torre gótica, ni saben pensar en la utilidad de sus edificios para las generaciones que vendrán. Arquitectura y poder seguirán, sí, unidos, pero conviene que tengamos sentido del ridículo y sepamos respetar lo respetable aunque no nos guste y señalar lo absurdo y lo pretencioso allí donde se encuentre, que suele ser junto a obras de incompetentes, de estafadores y de sus aprendices.

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 21 de febrero de 2010, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/ricos-poderosos-construyen-edificios-inutiles-105186.htm