140 razones para olvidar los Goyas, esperar los Óscar y soñar Venecia

Por Pascual Tamburri Bariain, 26 de febrero de 2010.

El cine es el arte total y la mejor representación de estos dos siglos. Alguna razón habrá para la escasa presencia de España donde otros ofrecen éxito, calidad e iconos de la memoria.

El cine es el arte total y la mejor representación de estos dos siglos. Alguna razón habrá para la escasa presencia de España donde otros ofrecen éxito, calidad e iconos de la memoria.


Paolo D´Agostini, Películas legendarias. Prólogo de Franco Zeffirelli. Traducción de Cristóbal Barber Casasnovas. Edición española de Llorenç Esteve. Art Blume, Barcelona, 2009. 600 pp. 59,90 €

El cine está de moda. Más que «estar», en realidad, «es» una parte esencial de nuestras vidas. Como dice Franco Zeffirelli en el prólogo de este maravilloso libro, personas como él «han dedicado la vida a buscar la belleza», y cita a Federico Fellini y a Luchino Visconti. El cine no es sólo el arma más fuerte de la propaganda, como demuestran el siglo XX y lo que llevemos del XXI, sino que es además un magnífico negocio para quien puede y quiere concebirlo como tal, y es en fin el arte por excelencia de nuestro tiempo. En el cine encuentran su hueco todas las artes que han sido, pero tiene una capacidad propia y distinta de crear una nueva realidad. Que sea bella o no, grandiosa o no, rentable o ruinosa, dependerá del genio del artista, del creador; que a cambio podrá permitirse el privilegio de hacer llegar sus ideas a un público más universal que el de las artes de cualquier siglo anterior. Todos somos consumidores de cine.

Por esa importancia ideológica, quizás más que por la artística y sin duda más que por su rentabilidad, el cine español es motivo de constante polémica. Pese a ser Paolo D´Agostini un crítico de cine notoriamente progre, columnista del no menos obviamente izquierdista diario La Repubblica, sólo dos directores españoles tienen películas entre las 140 aquí seleccionadas; y aunque uno de ellos es Pedro Almodóvar, al fin y al cabo oscarizado y progre –a diferencia de José Luis Garci-, el otro es Luis Buñuel en su etapa francesa, y nada más. Nada más porque nuestro cine, en este retrato objetivo si no zurdo del arte de nuestro tiempo, es punto menos que irrelevante.

¿Cuándo produciremos un ´Puente sobre el río Kwai´ español?

Y eso no hay Goyas que lo remedien. Podemos engañarnos de puertas adentro, pero visto desde la distancia el cine español no es una parte importante del gran cine. Tenemos un presidente del Gobierno que para recibir a los cineastas oficiales no participó ni en el congreso de víctimas del terrorismo ni en el funeral de un soldado muerto en acción de guerra en Afganistán. Cierto es que José Luis Rodríguez Zapatero debe muchos favores a los cineastas «de la ceja», que entre 2003 y 2004 hicieron parte de su campaña electoral; pero no es menos cierto que, incluso si «representase el 5% del PIB español», habría necesitado 89 millones de euros de dinero público para conseguir unos productos que, en definitiva, sólo son un éxito para quienes viven de ellos y de su propaganda, porque comercialmente no pueden competir con el cine americano y artísticamente… digamos que no estarán fácilmente entre las futuras «películas legendarias» .

D´Agostini ha seleccionado las 140 mejores cintas de la historia, según su criterio; seguramente no será el de Zeffirelli y pude no ser el nuestro, pero es objetivamente una buena selección y una magnífica presentación de una realidad que está ahí pese a quien pese. Desde Cabiria hasta El Señor de los Anillos, desde Charles Chaplin a Clint Eastwood, hay cine de todos los tipos con una sola cosa en común: la grandeza que lo hace trascendente. John Ford, David Niven, Alfred Hitchcock, Gene Nelly, John Wayne, sir Alec Guiness, Jean Renoir… es imposible elegir. También es seguro que este catálogo de obras de arte permanecerá como ellas en el tiempo, y que como ellas no tendrá que preocuparse de las descargas ni de las subvenciones, pues la belleza singular creada por unos y otros en libertad no es perecedera.

El libro de Blume nos da «una visión panorámica de la historia del cine». Aparecen todos los tipos y los componentes del séptimo arte, son «obras que, por muchos motivos, se han ganado un lugar en la memoria colectiva mundial». Todas ellas son parte de la historia y de la memoria, y el diseño de Clara Zanotti y la edición de Valeria Manferto de Fabianis ayudan especialmente a convertir este testimonio en un regalo de lujo para los amantes del cine o sencillamente de la belleza. La impresión –que no es española- es de altísima calidad, aunque en cambio en ciertos puntos la traducción podría ser mejorable, y aunque correcta desmerece del conjunto de una obra destinada a durar generaciones en la biblioteca de las familias. No se trata de elegir entre cine comercial y cine de autor o con contenido: aquí encontrarán lo mejor de los dos, e incluso las obras que no renuncian a nada.

Juan Manuel de Prada ha dicho de Avatar que «es una película tan aparatosa en su despliegue de portentos tecnológicos como vacía de sustancia; y es, sobre todo, un repertorio de la morralla ideológica que abastece nuestra época (…) O sea, la sustitución del lenguaje creativo propio del arte por el lenguaje doctrinario propio del panfleto; aunque aquí ese lenguaje doctrinario se sirva caramelizado y envuelto en papel de celofán». El verdadero problema es que esto, en el cine americano, sucede sólo a veces, aunque el culto al éxito de público oculte, eso sí, la calidad artística objetiva. Hace poco el blog de alguien tan entendido en estas cosas como Jon Ander Tomás nos contaba el varapalo recibido por Avatar. Pero el mundo moderno mide a menudo la calidad en número de espectadores y en recaudación… es el sistema que nos hemos dado.

El problema español, y la razón por la que ni siquiera para un crítico tendencioso como D´Agostini España merece más de dos presencias, y marginales, sobre 140, es que nuestro cine –el de la ceja, el de la subvención, no el de los genuinos artistas que fueron y que aún son, pese a todo- se ha quedado con lo peor de los dos mundos: la carga ideológica y la pesadez formal. Así que viven de la subvención, del cuento y del peloteo. ¿Por qué Almodóvar y Amenábar las necesitan y John Ford y Luchino Visconti no? Pues eso… a ver si vamos aprendiendo a hacer buen cine de la mano de quienes lo han hecho.

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 26 de febrero de 2010, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/razones-para-olvidar-goyas-esperar-oscar-sonar-venecia-105301.htm