La Universidad de Navarra desembarca en la batalla de las ideas

Por Pascual Tamburri Bariain, 28 de febrero de 2010.

A un año de unas elecciones en las que España volverá a jugársela en Navarra, aparece una nueva Historia del Viejo Reyno. Que soluciona algunos problemas creando otros.

A un año de unas elecciones en las que España volverá a jugársela en Navarra, aparece una nueva Historia del Viejo Reyno. Que soluciona algunos problemas creando otros.


Francisco Javier Navarro Santana (ed.) y otros (María Amor Beguiristain, Juan José Sayas Abengochea, Ángel J. Martín Duque, María Raquel García Arancón, Alfredo Floristán Imízcoz, Agustín González Enciso, Joaquín Salcedo Izu, Mercedes Vázquez de Prada, José Andrés-Gallego y Pedro Pegenaute Garde), Nueva Historia de Navarra. Prólogo de Valentín Vázquez de Prada. Conclusión de José Luis Comellas. Eunsa – Universidad de Sevilla, Barañain/Pamplona, 2010. 656 pp. 36 €

Para bien o para mal, la historia tiene en Navarra una carga política inevitable. Contra lo que se suele pensar no es culpa del nacionalismo vasco, sino consecuencia de la misma identidad de la hoy Comunidad Foral: Navarra cifra su personalidad colectiva en el pasado, porque no puede presumir de uniformidad geográfica, etnográfica, lingüística o económica. Es una construcción humana, una comunidad esencialmente histórica, y por la misma razón plural en todo lo que no sea ese pasado hecho identidad. Cuando esa identidad se discute es el pasado lo que se pone en tela de juicio; y por eso los grandes giros de Navarra en otros siglos han venido acompañados por rearmes historiográficos.

A un año de unas nuevas elecciones el presidente del Gobierno de Navarra, Miguel Sanz Sesma, acompañado del Consejero de Cultura y Turismo, Juan Ramón Corpas Mauleón, presenta el martes 2 de marzo una «nueva historia de Navarra» en el edificio del Archivo General de Navarra, un famoso diseño del arquitecto José Rafael Moneo Vallés. El marco adecuado para un libro de este tipo. Aunque es notable que el libro no sea publicado por el Gobierno, sino por las Universidades de Navarra y Sevilla, sea obra de historiadores de sólo uno de los ámbitos de trabajo científico vinculados a Navarra y pese a ello reciba –ahora- todas las bendiciones oficiales. La historia, vinculada a la política.

Así ha sido desde el primer príncipe de Viana hasta don Claudio Sánchez Albornoz y don José María Lacarra en la Transición a la actual democracia, pasando por los padres Moret y Alesón y quién sabe por cuántos más. Hasta la segunda mitad del siglo XX, además, Navarra no ha formado en su propio territorio a sus historiadores profesionales, y ha confiando el conocimiento de su pasado a una combinación variable y heterogénea de aficionados, diletantes, clérigos, archiveros, coleccionistas de curiosidades, periodistas, científicos formados en otras latitudes y en otras especialidades, ajenos por una u otra razón a la materia estudiada y hasta manipuladores malintencionados. Tampoco han desaparecido.

Los méritos de la «vieja historia» de Navarra

Esa situación cambió hace unas cuantas décadas cuando precisamente la Universidad de Navarra empezó a dedicar su interés a la formación de historiadores y a la investigación histórica. Muy especialmente cuando un discípulo muy querido del estellés Lacarra, don Ángel Martín Duque, impulsó desde aquella Facultad de Filosofía y Letras y de su hoy extinto Departamento de Historia Medieval –obviamente, el dedicado a lo más sustantivo y singular del pasado navarro- la aparición del primer grupo de investigadores científicos de esa historia, formados con todo rigor y a la vez ligados por sangre, nacimiento o lealtad al sujeto de su estudio. No seguiré –no es el lugar para ese relato y el profesor Fermín Miranda García ya lo ha contado mejor-, pero resulta evidente que la revisión general de la historia de Navarra entre 1965 y 1993 fue un acontecimiento excepcional, con no pocas consecuencias políticas. Entre ellas no puede olvidarse el aporte de inesperadas armas intelectuales para la defensa de una determinada identidad navarra, precisamente cuando en el Madrid de Adolfo Suárez se tambaleaba la voluntad política de respetar a los navarros. Con buena pluma pero discutible punto de vista así lo ha contado Santiago Leoné.

Veinte años después de aquella oportuna medalla de oro que en 1991 subrayó de nuevo la conexión entre política e historia a pesar de todos los pesares, ¿hace falta una «nueva historia de Navarra»? Es seguro que sí, aunque se haga con horizonte y fundamento bien distintos de los que llevaron en 2009 a la ´España, una nueva historia´, que publicó en 2009 con Gredos el siempre sutil José Enrique Ruiz-Domènec. La Universidad de Navarra aborda la tarea foral de otra manera en este volumen misceláneo que firman no pocos de sus profesores de ayer y de hoy y ninguno que no lo sea o haya sido. Es necesario, cierto, llevar a la alta divulgación los nuevos resultados de la investigación –al menos en las líneas y en la medida en que ésta ha proseguido-, y esa necesidad se siente más que nunca en Navarra. En este sentido no deja de parecerme curioso que el Director General de Cultura del Gobierno de Navarra, mi amigo Pedro Luis Lozano Úriz, haya denegado una ayuda generosa a la edición de este libro (Resolución 704/2009, de 16 de septiembre), dirigido por uno de sus y mis profesores, escrito por varios más de ellos, cofirmado por otro director general y publicado por la Universidad en la que los dos hemos sido alumnos y su padre, incluso, docente. Una subvención negada a un libro que el mismo Gobierno y Departamento arropan pocos meses después. Cosas de la política, ya que no de la historia.

Otro día hablaremos de los vaivenes editoriales y humanos de esta obra, destinada a durar en el tiempo y de necesario conocimiento por quien quiera entender la Navarra de hoy. También habrá que hablar del cómo y el por qué de la coedición sevillí.

Un balance positivo con pequeñas sombras

Las obras colectivas tienen el riesgo de la heterogeneidad y hasta de la disparidad. Javier Navarro ha movilizado algunos de los mejores nombres de su Facultad, es cierto, pero no todos ellos son comparables entre sí, por más que evidentes diferencias de edad, dignidad y gobierno que no procede detallar aquí. El resultado general no es malo, las pecas son pocas y el lector puede disfrutar de partes, una vez más, sutiles y sugerentes como es el capítulo de don Ángel Martín Duque.

Ya hace unos cuantos años don Ángel nos explicaba que «la singularidad histórica de Navarra cristalizó durante la Edad Media. Supuso para esta región la consolidación de una sociedad extraordinariamente compacta, con las líneas maestras de un proyecto vital que sustancialmente aún permanece y vibra en las conciencias y la mentalidad colectiva». Esto quiere decir, entre otras cosas, que hacer una historia «de Navarra» antes de la Edad Media es sólo posible como rastreo en los precedentes de algo que tardaría en nacer y aún más en tener nombre y señas de identidad que podamos hoy de alguna manera reconocer. Implica también recordar que Navarra –no «una» Navarra sino cualquier Navarra que asuma su pasado real- debe saber que nació de, en, por y para el gran proyecto español de Reconquista; y que o vive como prolongación de aquel proyecto exitoso en 1492-1512 o, sin más, no vive. Se lo traduzco: toda historia de Navarra que no girase en torno al milenio medieval nacería tullida y moriría atropellada.

Los fallos que se pueden encontrar en la obra son, en comparación, bastante menores. Se utilizan aquí y allá textos, investigaciones y ediciones que no se citan. Se citan otros que no se usan. Se comprende por razones personales, que no académicas, poner fin a la Edad Media ¡en 1425! Interesa saber qué opina de esto Santiago Aurell, ahora decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la UN, medievalista no vinculado científicamente a su predecesor y –dicitur- llamado a más altos destinos forales. A veces la política y los proyectos institucionales, a la vez que las relaciones personales, hacen comprensible lo que no lo sería de otro modo. En el fondo es comprensible también que Pedro Pegenaute Garde, que dejó la toga en esta Facultad hace muchos años justamente tentado por la política de su momento y que en ella sigue, utilice su espacio más para explicar su actual tarea y su pasado cercano que para contar objetivamente lo que el investigador sabe de éste.

No es pecado grave y contribuye incluso a aligerar y a hacer más próximo un texto que por lo demás mejoraría sólo abriéndolo a firmas que por diferentes razones no figuran en él. Lo que sí convendrá hacer en sucesivas ediciones, si las hay, es citar las fuentes de la excelente cartografía, muy literalmente inspirada en la del Gran Atlas de Navarra y en la de la Historia de España Menéndez Pidal; citar es gratis y no hacerlo da una innecesaria sensación de prepotencia que no conviene a los buenos fines de la obra.

Los precedentes, el contexto, lo que se cuece y lo que viene

El libro de Eunsa tiene un precedente interesante en el volumen Vascos y navarros en la historia de España, editado por la Sociedad de Estudios Navarros de Jaime Ignacio del Burgo en 2008 y fruto de unas jornadas que con el mismo título se celebraron en 2003 y que tuve el placer de ayudar a organizar. Claro, entonces UPN y PP eran una sola cosa. Muchos de los autores coinciden entre los dos libros, empezando por Francisco Javier Navarro Santana y siguiendo por José Andrés-Gallego, don Ángel Martín Duque, Alfredo Floristán, Agustín González Enciso y Joaquín Salcedo Izu. Las ausencias de otros, como Juan Bosco Amores Carredano, Rafael Torres Sánchez, Miguel Alonso Baquer, José Manuel Azcona y Carlos Mata, se entienden aunque no siempre se expliquen. Otros nombres, especialmente el de Luis Javier Fortún Pérez de Ciriza, se echan en falta pues sólo habrían añadido brillantez al texto. Que refleja en sí mismo, con sus presencias y sus ausencias (por ejemplo la de todas las recientes generaciones de contemporaneístas ¡y medievalistas! navarrenses), la variedad y el pluralismo de la Universidad del Opus Dei, que si bien aquí entronca a su manera con la tradición de la Navarra foral y española en otras vertientes no lo hace e incluso hace totalmente lo contrario con otros docentes, investigadores y autores.

Esto es, don Ángel, un anticipo de lo que usted nos enseñó a llamar prosopografía. Vivimos un momento de inquietud en el mundo de la cultura navarra, y la variedad de ideas sólo explica una pequeña parte de los movimientos. Tengo ahora mismo sobre la mesa datos, materiales e hilos para convertir el comentario de este libro en un ensayito de historiografía y política provincial. Tendría que tomar un café con Román Felones antes de hacerlo, por cierto, pero lo haré porque nada hay que perder y sí mucho que entender. Estaremos atentos y responderemos, desde la independencia que parecen no tener las distintas facciones ideológicas y personales de esta Richtungskampf (que diría Ignacio Olábarri), a la pregunta final de Comellas en la conclusión y al cuestionario siempre abierto de usted.

Bueno es, al margen del contexto y el contenido de este volumen, que nos demos cuenta todos de la importancia de la historia en Navarra. No sólo por un libro, no sólo por determinados proyectos personales, no sólo por aparentemente sólidas realidades institucionales. Aún quedan navarros dispuestos a ser leales a un determinado recorrido humano y científico, aunque los beneplácitos vayan en otra dirección, a veces incomprensible. En 2011 y en generaciones por venir, en cualquier caso, las elecciones forales reflejarán también lo que en las últimas décadas se ha hecho y no se ha hecho en investigación, en publicación, en divulgación y en educación en estos asuntos. Que son como se ve decisivos para Navarra y, por consiguiente, para toda España en la medida en que la brecha abertzale pasa por aquí más que por el bar Faisán.

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 28 de febrero de 2010, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/universidad-navarra-desembarca-batalla-ideas-105346.htm