Codicia, lujuria, asesinato. ¿Qué conspiración creó esa leyenda?

Por Pascual Tamburri Bariain, 18 de marzo de 2010.

Felipe II fue el soberano más poderoso en siglos. Nunca han cesado las mentiras y leyendas contra él. Un alemán explica por qué y un rumano intuye por qué no aceptó al griego más genial.

Ludwig Pfandl, Felipe II. Su corona era la órbita del Sol. Traducción de José Corts Grau. Áltera, Barcelona, 2010. 446 pp. 23 €


Vintila Horia, Un sepulcro en el cielo. El Buey Mudo – Ciudadela, Madrid, 2009. 336 pp. 17,50 €

Los historiadores extranjeros han tenido en España una doble y extraña fama. Los creadores de la imagen romántica de nuestro pasado, los divulgadores de la «España no europea», muy a menudo fueron hipercríticos con los españoles de ayer y han sido creídos por los españoles progres de hoy. Los españoles de derechas, demasiado a menudo, se han limitado a aceptar resignados que «los extranjeros no nos entienden», dando por buenas o al menos por inevitables sus conclusiones. Somos los españoles, de izquierdas y de derechas, los que por acción o por omisión hemos reconocido nuestra inferioridad; hemos aceptado no sólo la leyenda negra creada por otros sino nuestra propia ilegitimidad para desmontarla. Cuatro o cinco siglos después, han tenido que ser los mismos extranjeros los que afirmen la dignidad de nuestros mayores.

Stanley G. Payne se ha distinguido, en la segunda mitad del siglo XX y en el XXI, por ser un hispanista respetuoso con España en medio de muchos cuya principal dedicación ha sido crear y defender sucesivas leyendas negras. Pero mucho antes que él otros rompieron una lanza por España, incluso por la más denostada dentro y fuera de nuestras fronteras: la España imperial del Siglo de Oro.

Ludwig Pfandl fue uno de esos raros historiadores extranjeros que intentaron entender España sin prejuicios críticos. Áltera nos ofrece ahora la traducción actual de una obra incomprensiblemente olvidada durante más de medio siglo. Pfandl se adentró en la historia española, y en especial en la vida de Felipe II, sin prejuicios a favor ni en contra. Fue, a su manera, discípulo de Marcelino Menéndez y Pelayo, y defendió fuera de España una visión no habitual de la España católica. Una visión no crítica pero tampoco de adulación simplista. En este sentido, Pfandl fue un precursor de las biografías académicas de Henry Kamen y de Valentín Vázquez de Prada, y de las obras de divulgación sobre Felipe II de Ricardo de la Cierva.

Víctima de su tiempo, Pfandl creció como católico en la Alemania de la Kulturkampf, se formó y ejerció como historiador en medio del trauma colectivo del Diktat de Versalles, y convivió con el régimen nazi sin participar de él, a pesar de compartir obviamente algunos de sus adversarios. Aunque por sus ideas fue enemigo de la leyenda negra antiespañola (tan extendida en su país), rechazó refutarla como apologeta y quiso hacerlo como investigador. El resultado es, entre otros, una brillante biografía de Felipe II.

Felipe II ha sido seguramente el rey de España peor tratado por los historiadores. De otros se ha sabido poco, pero siempre se ha conocido esa laguna; de algunos, como de su padre el César Carlos, la imagen ha ido ampliándose, cambiando y matizándose con los años, siempre a mejor, gracias en buena medida a don Manuel Fernández Álvarez. Pero del Rey Prudente siempre se ha creído saberlo todo. Y ese «todo» hunde sus raíces demasiado a menudo en la propaganda protestante y francesa, que tuvo en él la primera víctima.

El rey fue un hombre de su tiempo. Pfandl explica que no fue un hombre de ideales medievales como su padre, su sueño no era la cristiandad sino la Monarquía Católica centrada en España; no fue ni triste, ni cruel, ni codicioso. Antonio Pérez y Guillermo de Orange no merecen ninguna fiabilidad como fuentes de información. Por el contrario, tanto la Europa como la España de hoy deben mucho al primer rey nacido y muerto en su suelo en un siglo. Un hombre excepcional que Pfandl empezó a rescatar mientras los españoles destrozaban su país en una Guerra Civil, en un libro que hoy puede leerse quizás con más interés que el que tuvo al ser escrito.

Felipe II fue demasiado conservador para unos… y demasiado moderno para la Cristiandad oriental

Para los protestantes del siglo XVI y para los seguidores del Max Weber hasta el día de hoy Felipe II y el catolicismo español son la explicación del «retraso» económico de España. Enemigos de la plena modernidad, del individualismo, del materialismo, del inmanentismo; de todo aquello que forma las raíces de la modernidad en suma, del capitalismo pero también del liberalismo y del marxismo, por ejemplo.

Las cosas no son sin embargo tan claras. Y no lo fueron en vida de Felipe II. Seguramente hagan falta los ojos de un extranjero, como extranjero fue en el siglo XVI El Greco, y como extranjero en España ha sido en el siglo XX Vintila Horia, autor de una novela singular que nos ofrece ahora El Buey Mudo.

Un sepulcro en el cielo es una novela –con veladuras poéticas- escrito por un cristiano oriental sobre otro que le precedió tres siglos en recorrer los países católicos de Occidente y en llegar a la Meseta castellana. Vintila Horia nos presenta la España cenital a través de los ojos de un ortodoxo y de una experiencia vital que pasa por Venecia, Roma, El Escorial y Toledo y que incluye a Cervantes, Quevedo, Tiziano y el Veronés. El Greco, en la pluma de Horia, narra su recorido a la mujer que ama, y combina la descripción de aquella España, sus peripecias en ella o camino de ella y sobre todo sus sueños, sus opiniones y sus frustraciones.

El Greco de esta novela –orgulloso de su visión de su Entierro del Conde de Orgaz- es un admirador del catolicismo español y de Felipe II, es también un candidato frustrado a participar en el proyecto artístico de El Escorial. Pero no lo es sin matices y sin una aguda percepción de las incoherencias del proyecto, que son también algunas de las del país y su rey.

A través de Vintila Horia entenderemos cómo Felipe II es, en parte, un hombre de la modernidad, también un producto de la renuncia a la tradición universalista y espiritualista de la Cristiandad medieval. Él –Horia, El Greco– no deja de comparar las artes cristianas tradicionales (las medievales, las vivas en la Iglesia oriental) con la aceptación aunque sea parcial del humanismo y de sus consecuencias y formas. Las páginas en las que el protagonista compara su propia visión artística con la del rey y su tiempo son una hermosa muestra de la prosa y de las sugerencias del exiliado rumano.

Vintila Horia, como su personaje, fue un exiliado. Pero, como muchos otros gloriosos miembros de su comunidad, de Eugene Ionesco a Mircea Eliade, su exilio se pareció mucho al de El Greco: no se trató sólo de la conciencia de estar fuera de la tierra nativa, sino sobre todo de la sensación creciente de estar viviendo un tiempo de cambio que no se desea aunque se admire su grandeza. Un anticipo de la impresión, eternamente cristiana, de estar exiliados en este mundo, a la espera de otro que es el verdadero y permanente. Una impresión que la modernidad, con unas u otras formas, rechaza por definición, y que probablemente el lector sabrá apreciar en esta novela que no es apta para espíritus miopes.

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 18 de marzo de 2010, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/codicia-lujuria-asesinato-conspiracion-creo-leyenda-105661.htm