Por Pascual Tamburri Bariain, 9 de abril de 2010.
La cultura hace de Madrid verdadera capital de España. La Gran Vía ha sido durante un siglo reflejo de la potencia cultural de la ciudad. Una cultura que hoy vive su peor momento oficial.
Raúl Guerra Garrido, La Gran Vía es New York. Traducción de Martín Arias. Alianza Editorial – Alianza Literaria, Madrid, 2010. 584 pp. 25 €
José Antonio Fortes, Intelectuales de consumo. Literatura y cultura de Estado en España (1982-2009). Almuzara, Córdoba, 2010. 304 pp. 17 €
1300 metros, 200 autobuses en hora punta, todas las tribus urbanas y opciones vitales de Europa, tres cines aunque hubo decenas, 100 años de vida de Madrid y de España. La Gran Vía, diseñada por Francisco Octavio Palacio y José López de Salaberry, se proyectó en 1904, fue inaugurada por Alfonso XIII y ha cumplido su primer siglo conmemorada por Juan Carlos I, un lunes de Pascua. Un siglo a lo largo del cual ha ido testigo y reflejo de la modernización económica, social pero sobre todo cultural de nuestro país. Ahora, cuando todo el mundo escribe sobre el aniversario, hay que recordar no sólo a los que han pasado por sus aceras (como hace magníficamente Raúl Guerra en un libro editado por Alianza) sino además qué con qué cultura, forjada o presentada en sociedad precisamente allí, afronta España el segundo siglo de vida de la Gran Vía.
Un retrato impresionista de una calle única
Ignacio Merino ha publicado una Biografía de la Gran Vía que informa cuidadosamente de la vida de la avenida durante este siglo. Raúl Guerra Garrido no compite con él, porque su La Gran Vía es New York es obra de ficción, logrado intento literario de retratar la sucesión de ambientes de este siglo y de las distintas partes y fases de la Avenida. La Gran Vía ha sido escenario de escenarios, testigo para nada inmóvil de muchas Españas en movimiento, de los cambios de todo tipo, de las coexistencias aparentemente imposibles. Algo difícil de contar salvo que sea, como es el caso, a modo de ficción. Antonio López retrató con minucia la embocadura de la Gran Vía en 1975 y vuelve ahora a la misma tarea; pero sólo una imagen variada, de luces y sombras, puede retratar el movimiento, y eso es lo que hace interesante el retrato de Guerra.
Todo es posible en la Gran Vía. Hace muy poco Alfredo Amestoy (entre otras cosas presidente de la Asociación de Amigos de la Gran Vía) contaba, y El Semanal Digital recogía, que allí un periodista con riñón bien cubierto puso un piso a Carmen Sevilla; pero eso es tan cierto como el Oratorio de Caballero de Gracia, como Chicote, como el putiferio de Infantas o el de la Red de San Luis, tan real como la Casa del Libro y como Nebraska. Sin embargo, si hubiese que señalar dos polos opuestos, los encontraríamos en el cruce con la calle de Alcalá.
A un lado, la Real Gran Peña, con acierto llamada hace poco en ABC «círculo de españolidad y amistad». Enfrente, no sólo física sino también espiritualmente, el Círculo de Bellas Artes, que a lo largo de este siglo ha sido alternativamente hogar de la progresía que se creía y cree única poseedora de la cultura y de la misma progresía armada y convertida en chequista. La Gran Vía es hogar de unos y de otros, pero la cultura oficial era antes de 1936 y es hoy zurda y orgullosamente monocolor. Lo que no añade ni más color a nuestro Broadway ni más galas a nuestras artes.
Un escenario más para una cultura frustradamente moderna
Acera frente a acera, dos Españas. Hermoso lugar común, si no fuese aburrido y bastante falso. Ya no hay dos Españas: la posmodernidad cultural nos ha dejado con una dictadura intelectual, políticamente correcta. El libro, Intelectuales de consumo. Literatura y cultura de Estado en España (1982-2009), de José Antonio Fortes, es exactamente lo que dice ser, un «opúsculo contra la cultura oficial posmoderna y las hegemonías literarias». Fortes lanza entreverados análisis, nombres y datos para demostrar que todos los grandes santones de la cultura oficial española comparten un modelo de sociedad, y que las diferencias entre ellos son sólo de aspecto. Más aún, su prestigio no dependería de la calidad de su creación, ni sus ingresos de la aceptación por parte del puúblico, sino precisamente de su financiación con cargo al Estado, a los gestores de éste o a los grandes intereses corporativos y empresariales ligados al poder político.
Es interesante ver cómo un hombre manifiestamente de izquierdas como Fortes se subleva contra lo que no deja de ser una gran baza del poder izquierdista entre nosotros. A día de hoy, Fortes tiene razón en denunciar el monolitismo de la cultura oficial y la complicidad de los demás poderes en esa negación de la libertad y de la calidad. Pero ese liberticidio cultural es de izquierdas: no de la izquierda abiertamente marxista, soviética y chequista que quizás algunos añoran en nombre de la lucha de clases y del uso históricamente más notable del Círculo de Bellas Artes (en 1936-1939), sino de una izquierda aparentemente más moderna, más suave en las formas, y enormemente más eficaz en el dominio de las mentes, de las plumas, de la sociedad y de la cultura.
La cultura oficial del período denunciado por Fortes es, en verdad, plana y monocorde, pero lo es por el triunfo de una izquierda que se ha hecho moderna en las formas sin perder su corazón igualitario y envidioso y por la sumisión de una derechita avergonzada de existir y convencida de deber pedir perdón por hacerlo, sometiéndose en esencial a los que no se atreve, salvo en los grandes festejos, a denunciar como adversarios.
Fortes trae a nuestro país un debate que en Italia o en Francia, por ejemplo, ya es viejo; izquierda y derechita oficiales se asimilan culturalmente (tomando las grandes ideas de la izquierda y la mercadolatría de los liberales), dando un solo mensaje. Que sólo los marginados a izquierda y derecha, o los que niegan la validez cultural actual de tales categorías, rechazan. Y es bueno que ese debate llegue a nosotros en el segundo centenario de la Gran Vía. Porque la avenida ha sido testigo del retraso y del fracaso de la modernización de España en el siglo XX, y es conveniente que desde ahora seamos conscientes de qué cultura estamos construyendo para las generaciones que nos sigan. Demasiado a menudo la Gran Vía –con ser lo mejor de España- ha asistido a la desesperanza, a la resignación y al acomplejamiento. Hoy es el momento de pensar una nueva España, del mismo modo que estamos asistiendo a la construcción de un nuevo Madrid. No bastará añorar lo que fue o refunfuñar contra lo que surge, habrá que proponer y rechazar, y quizás no nos basten ni las etiquetas ni lso escenarios que hasta hoy han sido.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 9 de abril de 2010, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/cien-anos-gran-siglo-entero-hipocresia-106148.htm