Vascos españolistas, ¿algo más que terroristas?

Por Pascual Tamburri Bariain, 14 de mayo de 2010.

Hace dos siglos España resistía contra la invasión francesa. Fracasaron los reyes, los nobles, los militares y las instituciones. Venció el pueblo… con vascos y navarros a la cabeza.

Hace dos siglos España resistía contra la invasión francesa. Fracasaron los reyes, los nobles, los militares y las instituciones. Venció el pueblo… con vascos y navarros a la cabeza.


Juan José Sánchez Arreseigor, Vascos contra Napoleón. El pueblo que decidió la salvación de la independencia nacional española. Editorial Actas, Madrid, 2010. 510 pp. 36 €

Entorno al segundo centenario de la Guerra de Independencia han surgido una cierta cantidad de estudios y de obras de divulgación sobre las campañas militares y sobre la obra de los guerrilleros. Hay una carencia general, sin embargo, de testimonios directos, y más aún de interpretaciones de lo sucedido que vayan más allá de los lugares comunes, sean éstos los liberales, los afrancesados, los zarzueleros o los tradicionalistas. El trabajo del vasco Juan José Sánchez Arreseigor sobre los guerrilleros vascos (y navarros, en buena medida) demuestra una buena comprensión de la situación en un escenario difícil, que resultó ser el primero de los invadidos y el último de los abandonados, un contexto estratégico crucial, con un panorama institucional y foral propio, que en teoría haría suponer mayores simpatías afrancesadas, y con un resultado que nuestros escolares ignoran: un gran alzamiento patriótico a lo largo de seis años contra los enemigos de España.

«Si el ejército regular hubiese cumplido con su misión no hubiese sido necesario que existiesen las guerrillas«, para Arreseigor. Muy cierto, pero también lo es que antes que el Ejército y la Armada habían fallado quienes tenían más altas responsabilidades: había fallado la dinastía, colmada de ineptitud y de egoísmo, convencida de un absolutismo tan antiforal y antitradicional como la misma revolución. Habían fracasado las ideas del siglo XVIII, que volvían por la frontera como banderas de los invasores. La situación de 1808 y 1809 fue difícil, y muy difícil en las provincias vascas y Navarra, ocupadas militarmente.

Álava, Guipúzcoa, Vizcaya y Navarra fueron testigos del fracaso de la España borbónica. Si hubiesen reaccionado como muchos otros territorios europeos habrían asumido la derrota y aceptado la integración en la Francia imperial o en la España josefina, en su defecto, como vehículos de pretendida modernización. No fue así. Vascos y navarros, y este libro es un testimonio ameno y veraz, resistieron en nombre de España y de un rey miserable al que creían prisionero mientras entretenía sus ocios en Valençay con el infante don Carlos. Durante años hombres del pueblo como los dos Mina, Longa, Jáuregui y los miles de bayonetas que a ellos se reunieron contribuyeron, como los primeros partisanos modernos, a la victoria de España. El relato de Arreseigor no sólo es apasionante, sino que me parece superior en su género al de José María Iribarren.

Guerrilleros: ¿criminales?

«Para muchos militares napoleónicos los guerrilleros eran fanáticos o delincuentes comunes«. Arreseigor entra, dentro de su relato, en una polémica en la que han intervenido a lo largo del tiempo desde Gneisenau hasta Ho Chi Minh pasando por Ernst Jünger: ¿es lícito al civil declararse él mismo beligerante en una guerra? Y, por otro lado, ¿hasta qué punto es útil militarmente la intervención de partisanos animados por una idea que creen superior, y no ceñidos por tanto al reglamento y el entrenamiento militares de cada tiempo?

Parece hoy claro que sí lo es en conexión con una acción militar principal –como fue el caso de la Guerra de Independencia-, aunque los debates no son precisamente menores. En 2003, el portavoz del PNV, Iñaki Anasagasti, utilizó en su intervención en el Congreso de los Diputados tras el asesinato de los siete agentes del CNI la «argumentación francamente buena» sobre la distinción entre «guerra de guerrillas y terrorismo» publicada por… Juanjo Sánchez Arreseigor. El guerrillero victorioso es la cima anhelada por todos los «guerreros políticos» en las fases anteriores de su tarea. Según Anasagasti, «cuando Napoleón derrotó a los ejércitos regulares españoles también creyó que la guerra había terminado y cantó victoria, como lo haría el presidente Bush dos siglos más tarde. Las pequeñas partidas que atacaban esporádicamente al poderoso ejército imperial no eran más que bandidos. Esa era la versión oficial y el emperador se aferró a ella, incluso cuando los bandidos se habían convertido en verdaderos ejércitos con millares de combatientes organizados en batallones. Al igual que Bush, Napoleón declaró sus nobles intenciones de salvar a un país atrasado y bárbaro liberándole de un gobierno tiránico y del fanatismo religioso, proporcionándole las ventajas de un sistema de gobierno laico más avanzado, pero los documentos que se conservan demuestran que Napoleón buscaba tan sólo aprovechar los recursos de España para su propio beneficio». Raramente un político en activo hace un homenaje así a un historiador.

¿Dónde está el límite entre terrorista, partisano, guerrillero y soldado? Quizás el verdadero problema es que los europeos, durante unos siglos de vigencia de nuestro propio ius in bello, habíamos soñado con unos límites claros. Los revolucionarios nos han quitado también eso. Quizás los primeros fueron, precisamente, los vascos y navarros que salvaron a España de ser sometida.

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 14 de mayo de 2010, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/vascos-espanolistas-algo-terroristas-107031.htm