La política, mal; en San Fermín, peor

Por Pascual Tamburri, 7 de julio de 2010.

La fiesta más universal del norte de España es rehén de grupos radicales. Los abertzales marcaron el camino cuando empezaron a vender su producto envuelto en la bandera de Navarra.

Estos son los días en los que todo el mundo saca a pasear a Ernst Hemigway a cuenta de su Fiesta y de la imagen internacional de los Sanfermines. La verdad es que don Ernesto vivió lo justo y entendió poquito aquella fiesta de entonces, que por supuesto está mucho más al natural en la Plaza del Castillo de Rafael García Serrano. De lo que no solemos acordarnos es de dos cosas que nos afectan, y mucho: ni aquella fiesta ni su sucesora de ahora respondían a tradiciones milenarias, sino a una acumulación de elementos relativamente reciente, y casi cualquier parecido entre lo que Hemigway conoció y lo que Pamplona vive es pura coincidencia.

La cosa es que, una semana al año, Pamplona es capital de la fiesta en España, y esto en provincias siempre nos parece importante. Lo de la capitalidad digo, que lo de la fiesta opiniones hay para todos los gustos. Lo que pasa es que las opiniones no son todas igual de respetables. Y no, no me refiero a la dudosa antigüedad de unas u otras tradiciones, cosa que nadie dirá y en todo caso casi nadie escuchará (pero que alguien deberá escribir para futura memoria) .

Este año está marchado por el enfrentamiento entre la alcaldesa de Pamplona, Yolanda Barcina, y las peñas politizadas de mozos sanfermineros. Esto de las peñas tiene su miga, pero se resume fácilmente para ser entendidos fuera de Navarra. Una peña era, al nacer, un grupo de mozos que participaban juntos de la fiesta, incluyendo los actos populares de todo tipo y las corridas de todos, y aportando iniciativas (y ocurrencias) a la fiesta.

Fueron, en su tiempo, una expresión espontánea del ambiente sanferminero y como tal algo apolítico o, en todo caso, tan politizada como todo lo demás. Pero desde hace unas décadas la gestión de bastantes de esas peñas está politizada. No todos sus socios, ni mucho menos, pero sí sus dirigentes. Está de moda acusa a los batasunos, a la llamada izquierda abertzale, de haber obrado el milagro; pero no es verdad, ellos simplemente perseveraron en el uso político que otros empezaron, a veces con ellos de la mano antes de arrepentirse.

El hecho es que Barcina sancionó económicamente a algunas peñas por exaltar en sus pancartas a algunos terroristas, y que algunas peñas –dirigiendo a muchas de las demás- han convertido los duodécimos sanfermines de Yolanda Barcina en un pequeño calvario. Algo importante, porque son sus últimos sanfermines como alcaldesa, pues la presidenta de UPN será candidata a la presidencia regional en 2011. Dieciséis peñas –no todas las peñas, sino las politizadas en una cierta dirección o susceptibles a lo que desde esa dirección se diga- salen con pancartas negras y se proponen convertir su presencia, o ausencia, en la plaza de toros en un acto reivindicativo.

¿Puede una asociación recreativa convertirse en una politizada? Sí, puede, España es un país libre. ¿Puede contar para ello con los mismos apoyos públicos de todo tipo con los que contaba antes? No, no debe. Pero el problema no es de Barcina, sino de todos los políticos forales que antes de ella toleraron la politización de las peñas, cuando se produjo, e incluso les rieron la gracia, cuando creían que les beneficiaba. Lo que Barcina ha hecho ahora habría bastado hace unas décadas. Hoy, probablemente, y aunque los peñistas en realidad lo que quieren es fiesta, no bastará.

¿La solución es «más de lo mismo pero al revés», modelo ciudadela? He podido llegar a pensar que sí, pero en los últimos años he comprobado que no, de ninguna manera, no. La politización es en sí misma un mal, vaya en la dirección que vaya, y deberíamos aprender de nuestros mayores, que cuadrillas hubo que tras pasar los sanfermines de 1936 como hermanos se dispersaron en todas las direcciones y combatieron en trincheras distintas y hasta opuestas. Convertir las peñas en vehículo de acción política o de ascenso personal es, en todo caso, un mal par la ciudad y para su fiesta, con pancartas negras, blancas o mediopensionistas. En fin, que ustedes la disfruten. Y sí, san Fermín era de Amiens.

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 7 de julio de 2010, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/politica-fermin-peor-108249.html