La verdadera razón de las manifestaciones violentas de estudiantes

Por Pascual Tamburri Bariain, 14 de noviembre de 2010.

¿Todos los alumnos tienen talento? Fracaso escolar, manifestaciones, huelgas y frustraciones colectivas prueban que no son iguales. Pero los progres no escucharon a los clásicos.

¿Todos los alumnos tienen talento? Fracaso escolar, manifestaciones, huelgas y frustraciones colectivas prueban que no son iguales. Pero los progres no escucharon a los clásicos.


José Antonio Marina, La educación del talento. Ariel – Biblioteca UP, Barcelona, 2010. 220 pp. 16 €

Los estudiantes, una vez más, se manifiestan. En Londres, violentamente, han asaltado la sede conservadora. En toda Europa sus representantes rechazan las reformas educativas. Pero ellos mismos están descontentos con el sistema educativo que hay, que no satisface ni a los alumnos, ni a los profesores, ni tampoco a las familias. No cumple bien ninguna de sus funciones y, además, irrita a todos excepto a una minoría ideologizada de progres, la misma que lo creó y que es responsable de todos sus errores y problemas.

El problema de la pedagogía moderna es que parte de una concepción del hombre muy concreta, que ha llevado a predicar durante décadas que todos los estudiantes son iguales, que tienen los mismos talentos y capacidades, que tienen que llegar todos al mismo punto de formación y que deben ser formados juntos e iguales, desde el pecho hasta la toga. Los sistemas educativos, en consecuencia, se han diseñado en torno a centros comprehensivos en los que idealmente todos los alumnos deben hacer lo mismo y al mismo tiempo, como si quisiesen y pudiesen hacerlo. A partir de esta mentira igualitaria se organiza la enseñanza española –sin que nadie se oponga en serio desde 1985, o antes- y la británica –con la violencia que hemos visto-. Y gratis total, claro, sin excusa ni matiz… hasta la crisis.

Esta crisis puede servir para que se tome en verdadera consideración la idea de fondo de José Antonio Marina en este libro que Ariel ha tenido el acierto de publicar. Este sistema genera, en expresión del mimo Marina, «angustia educativa», precisamente porque dar por supuesta la igualdad de talentos refuerza en los estudiantes –que no son tontos- la sensación de no poseerlos. Es normal: si toda tu vida te tratan igual que a todos, te enseñan lo mismo que a todos, la diferencia es considerada pecado laico, eres conducido en el rebaño y, en un cierto momento, te das cuenta de que hay personas que tienen más interés, capacidad o conocimientos en algunos asuntos (cono necesariamente sucederá siempre, y más a los mejores) y puedes llegar a dudar de tu propio talento.

Marina ofrece una vía práctica para que las víctimas del sistema educativo descubran sus propios talentos. Simplemente por hacerlo va a ser acusado de heterodoxo, ya que en pura teoría –los dogmas LOGSE-LOE- todos los alumnos son iguales en capacidad y pueden llegar a lo mismo, es más, deben llegar. Pero padres y alumnos le agradecerán el sacrificio, ya que todo alumno, y más en la adolescencia, tiene una necesidad natural de saber qué quiere, qué puede, qué debe hacer, conjugando capacidad y vocación. Lo hacen los gestores de «recursos humanos» pero, en cambio, está prohibido que lo hagan los más jóvenes.

Volver a enseñar, aunque sea políticamente incorrecto

Hay talentos básicos, variados, tanto como lo somos los humanos. Nuestra enseñanza secundaria, cuando de verdad teníamos una, se basó en esto y en su gestión por los discípulos de san Ignacio de Loyola. En toda Europa, también en la protestante, una educación diferenciada, potencialmente para todos pero distinta para cada uno, se basó en el talento y fue un éxito. Negar el talento deseduca y crea expectativas imposibles, como la de que todos sean universitarios, que lo sean sin coste alguno, la de que todos los que quieran sean médicos sin consideración a su mérito e interés –así lo acaba de votar más o menos el Parlamento de Navarra- o la de que todos los muchachos tengan que ser apacentados en las mismas aulas y con los mismos programas, como si de verdad les interesase o fuesen capaces.

Si olvidamos el talento sobreviene el desastre. Porque si el alumno es promocionado sin talento y sin mérito se creerá con derecho a todo –siempre sin mérito y sin éxito- y algunas familias confundirán el derecho a la enseñanza con el derecho al éxito educativo siempre y en todo lugar. Y lógicamente los chavales –puesto que el esfuerzo ha dejado de ser necesario, sustituido por la ideología- se dedicarán a otras cosas. No es de extrañar la queja recentísima del sociólogo Amando de Miguel en Diario de Navarra, para quien «los jóvenes tienen en su centro el ocio y la fiesta, y no el trabajo». «En mi facultad ya no hay clases los viernes por la mañana porque los alumnos el jueves por la noche se están emborrachando», dice; ¿y bien? El odio universitario tiene siglos de antigüedad, pero nació ligado a una minoría con talento y a ciertos momentos compatibles con el esfuerzo y con el amor al saber. Si no reconocemos la diferencia de talentos universalizaremos lo accesorio, es decir la diversión, y crearemos frustración en quienes pueden y quieren saber y crecer. O haremos que huyan a los países e instituciones inmunes a esta dictadura moral. Es decir, a los lugares donde el núcleo de la enseñanza se conserve o se haya restablecido.

Discernir el talento es obra de tutores, de padres y de alumnos, e interesa a todos. La educación del talento puede ser un buen instrumento y es una llamada de atención. Puede comprarse también como libro electrónico, y es también un libro en red, abierto a la participación de los lectores y al encuentro de éstos. Para que al menos quieres se resisten a lo mediocre no se encuentren solos, y tengan lo que muchos otros tuvieron antes: una guía para encontrarse a sí mismos y crecer como hombres de calidad.

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 14 de noviembre de 2010, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/verdadera-razon-manifestaciones-violentas-estudiantes-110810.htm