Por Pascual Tamburri, 31 de enero de 2011.
La crisis política se extiende de Túnez a Egipto. ¿Avanza la democracia? De momento, crece el desorden. Este experimento no es nuevo y a veces ha acabado en un desastre sangriento.
Hay mucha alegría en muchos medios de comunicación de Europa y América por el exilio del presidente tunecino Zine El Abidine Ben Ali y por la presión que reciben desde la calle el presidente Ali Abdullah Saleh de Yemen y sobre todo Hosni Mubarak en Egipto. El razonamiento es bastante claro: se trata de regímenes no democráticos, hay que alegrarse por su desaparición y esperar todos los bienes porque, teniendo la voz el pueblo, nacerán nuevas democracias a las que sí podremos acoger, sin restricciones, como amigas y aliadas.
Zapatero se ha sumado al coro diciendo que «queremos para ellos lo mismo que para nosotros: reformas democráticas, libertad, progreso, justicia social». Hay en el fondo de todo ello una visión del mundo buenista que, si es criticable cuando se aplica a la vida personal, es poco menos que un suicidio cuando se lleva a la vida personal. Estoy convencido de que esos tres regímenes, y unos cuantos más, distan mucho de ser paraísos terrenales, y sus gobernantes no son santos. Pero estoy seguro de que puede haber cosas bastante peores para aquellas poblaciones, y desde luego infinitamente peores para nosotros, sus vecinos del Norte.
¿El pueblo quiere democracia? Nadie lo sabe. Y cuando la tenga, ¿elegirá conservarla o preferirá mayoritariamente otro tipo de régimen, confesional por ejemplo, como sucedió en Irán y como estuvo a punto de suceder en Argelia de no haber sido por un golpe militar? Europa está presionando para que haya libertad de prensa y elecciones multipartidistas, pero es la misma Europa que en Turquía y en Argelia se ha alegrado cuando procesos semejantes, abocados al islamismo, fueron detenidos. Y son los mismos Estados Unidos y la misma Francia que, si hubiesen previsto las consecuencias de la caída del Sha, habrían meditado su presión sobre Teherán. Cada nación elige su camino, y aunque nosotros tengamos nuestra opinión es extremadamente peligroso interferir en el de los demás.
El precursor de Obama, el modelo de Zapatero, el culpable del abismo
Antes del ahora idolatrado Mohamed el Baradei hubo otro Premio Nobel de la Paz que pensó, como él, que la democracia era un bien de naturaleza necesariamente superior a la paz pública. De hecho, el presidente norteamericano Woodrow Wilson asoció en su doctrina una cosa a la otra: una extensión universal de la democracia, sin reparar en medios ni en tiempos, traería como consecuencia la seguridad colectiva, la resolución pacífica de conflictos y la paz eterna. Le dieron el premio por el Tratado de Versalles y los demás que pusieron fin a la I Guerra Mundial, cuyas cláusulas más dañinas fueron consecuencia de sus ideas y de las imperantes en la no menos democrática Francia. Luego vino lo que vino, y no fue precisamente la paz. Pero Wilson no llegó a verlo, pues tenía una enfermedad previa y tuvo en 1919 un accidente neurológico que le hizo perder totalmente la razón. Murió en 1924, con episodios de exhibicionismo compulsivo entre otras cosas, sin ser consciente de sus actos… y sin ver su fracaso. Zapatero sí tendrá tiempo de ver las consecuencias de su ilusión.
Wilson ha sido acusado por otra parte de utilizar la democracia como excusa para su expansión imperial, como de hecho ya había demostrado antes de 1917 en Méjico, Haití y República Dominicana. Importa poco en realidad si Wilson fue un predecesor de George Bush, y de su intento de expansión imperial en nombre de la democracia (en Irak), o de Barack Obama, y de su intento de universalizar la democracia (aunque no en China, curiosamente). Lo cierto y verdad es que todos estos intentos, y el de Wilson en especial, han demostrado que los pueblos deben ser dejados en libertad, que la imposición de la democracia la desprestigia y que los peligros son muchos. Zapatero, por supuesto, no sabe esto.
Europa no puede permitirse que todos los regímenes que no comparten nuestro modelo de democracia, especialmente los musulmanes, se conviertan en otras tantas democracias inestables para después derivar en regímenes populistas expansivos y más que probablemente islamistas. Lo que está en juego no es un sueño universalista, sino los intereses concretos de nuestros países y de nuestra gente. Sencillamente otra ruptura del Mediterráneo daría lugar, en tiempos acelerados, a una mutación cultural y política sin precedentes, con guerras seguras y sin nada que ganar. ¿Realmente podemos imaginar un mundo en el que Marruecos y Egipto se conviertan en regímenes de forma democrática y de contenido belicista y expansivo?
Aunque no sea por otra razón, es bueno que pensemos en el coste de todo esto en dinero y en vidas. Dinero y vidas, por supuesto, españoles. Buena es la libertad, pero nuestros gobiernos han sido elegidos para defender la nuestra, con nuestros intereses, no para crear un improbable mundo ideal. Estamos jugando con fuego, señor presidente del Gobierno.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 31 de enero de 2011, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/loco-exhibicionista-culpable-revolucion-tunez-egipto-112417.html