Por Pascual Tamburri Bariain, 10 de febrero de 2011.
Un político corrupto perdió sus bienes y fue condenado sin piedad. Claro que era otra España. ¿Sería posible en el siglo XXI? ¿Y cómo explicarían los periodistas la responsabilidad del rey?
Santiago Martínez Hernández, Rodrigo Calderón. La sombra del valido. Privanza, favor y corrupción en la corte de Felipe III. Prólogo de Patrick Williams. CEEH – Marcial Pons Historia, Madrid, 2009. 400 pp. 28 €
Richard L. Kagan, Los Cronistas y la Corona. Traducción de Pablo Sánchez León. CEEH – Marcial Pons Historia, Madrid, 2010. 492 pp. 28 €
Imaginemos que un altísimo cargo institucional durante los años de José Luis Rodríguez Zapatero fuese acusado de prevaricación, corrupción y uso en beneficio propio de sus sucesivas posiciones en la Administración, de sus contactos y de sus encargos gubernativos. Imaginemos que esa persona, de un nivel político similar al de José Bono, hubiese sido ensalzada durante muchos años por los medios de comunicación y por los demás políticos, y que contase con muchos más aduladores que enemigos, aunque éstos también existiesen. E imaginemos que, tras un cambio en el Gobierno, sus escándalos y desmanes saliesen a la luz. ¿Llegarían a los tribunales? ¿Podría ser de verdad procesado? ¿Los pelotas de ayer se convertirían en los más feroces críticos de mañana?
¿Se imaginan ustedes a un José Bono encausado y condenado a la pena máxima por lo que ha hecho o lo que se le reprocha haber hecho? Nuestro sistema político no está preparado para algo así, y más allá de la impunidad legal nuestra democracia ha generado una impunidad práctica que las condenas de los GAL demostraron, pues todo tembló y hasta más que eso. La España imperial, una realidad completamente distinta y obviamente predemocrática, sí pasó por eso y sin ahorrarse ninguna crudeza. Rodrigo Calderón fue primero el hombre de confianza del duque de Lerma durante su valimiento en época de Felipe III, y protagonizó un excepcional ascenso que le reportó envidias y adulaciones. Terminado el valimiento, Calderón quedó sin protectores, y la misma Corona que había bendecido su ascenso presidió su acusación, juicio, tormento y ejecución pública en 1621.
La vida y milagros de Calderón, Marqués de Siete Iglesias y conde de la Oliva, capitán de la Guarda Alemana, secretario de cámara del rey y embajador extraordinario en los Países Bajos, ha sido motivo de referencia moral y literaria, espacialmente en su siglo pero no sólo. Y ha sido relatada por los cronistas de la monarquía, y marginalmente por los historiadores de la época y por biógrafos de otros personajes, pero nunca había merecido una biografía científica hasta ésta que nos ofrece, en prosa amena y grata para el lector no especialista, Santiago Martínez Hernández.
El proyecto Los hombres del rey, dentro del que se ha incluido este trabajo de Santiago Martínez, es uno de los más interesantes del Centro de Estudios Europa Hispánica. En coedición con Marcial Pons Historia, se trata de una serie completa dedicada a los personajes clave de la Monarquía Hispánica, grandes biografías de personas en su tiempo decisivas pero a menudo olvidadas. Olvidadas, todo hay que decirlo, especialmente por el desdén progresista y materialista hacia la «historia evenemencial». Pero ¿qué es la historia sin personas y sin sucesos? Una gran comunidad como aquella Monarquía era mucho más que un modelo social y unos datos estadísticos, por mucho que pese a las escuelas materialistas de pensamiento, por desgracia aún tan importantes. Una edición cuidada y una selección cuidada de autores y personajes darán un gran éxito a esta iniciativa. Y de hecho su segundo paso completa y explica el primero.
Portavoces, periodistas, cronistas, historiadores…
Al final, la política es cuestión de fuerza, pero los políticos más avezados siempre, y todos en nuestro siglo, han sabido que la imagen es también fuerza. Un gobernante puede elegir que sus obras creen su imagen, y en teoría eso debería bastar; pero no es así en la práctica, porque con eso la imagen queda en manos interesadas o maledicentes. La otra opción es tener, con el nombre que se quiera, un gabinete de imagen. Independientemente de los medios disponibles en cada época, la monarquía española ha buscado tener, ya desde la Edad Media, cronistas y portavoces que generasen una imagen positiva para el presente y para el futuro.
Tradicionalmente, la tarea de estos cronistas encargados por los monarcas de redactar historias oficiales u oficiosas que presentasen sus reinados positivamente ha sido despreciada. Richard Kagan, trabajando con rigor científico, demuestra que no es razonable ni acertado limitarse a esa opinión. Naturalmente que los cronistas de ayer escribieron defendiendo la acción de los reyes y de sus ministros, ensalzando lo glorioso, explicando lo dudoso, ocultando incluso lo inexplicable. Si pensamos en ellos con criterios morales puritanos, o si los vemos sólo como historiadores, la crítica es obligada. ¿Y si en cambio analizamos el contexto político y cultural de su quehacer? Al fin y al cabo, los cronistas desempeñaron tareas que hoy corresponden a los jefes de prensa, a los gabinetes y a los responsables de propaganda y publicidad.
Las conclusiones del libro de Kagan es que, vista desde dentro, la tarea de los cronistas e España y sus Indias fue de una excepcional calidad durante siglos. Ofrecen datos y memoria que si no se habrían perdido, y con una calidad e incluso imparcialidad que no se ven en otros contextos. Naturalmente, sus puntos de vista cambiaron según unos sustituyeron a otros y según cambiaban los tiempos; obviamente Antonio Herrera y Pedro de Valencia no habrían contado del mismo modo la vida de la España de Felipe III, Lerma y Calderón. Pero debemos preguntarnos, si por ejemplo Bono llegase a ser juzgado, si nos parecería escandaloso que la información y la opinión de La Gaceta no coincidiese con la de El País. Leer a Kagan nos puede ayudar a dos cosas: a asumir que los españoles del pasado no fueron marcianos, tampoco al hacer política fueron tan diferentes de nosotros, y a comprender que los ejemplos del pasado siguen siendo interesantes para la política de hoy.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 10 de febrero de 2011, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/corrupcion-politico-afecta–112640.htm