Por Pascual Tamburri Bariain, 21 de febrero de 2011.
Faltaba un testimonio de izquierdas que explicase la actuación de la Corona, sin por ello justificarla. Y con palabras muy severas también para los militares, especialmente los demócratas.
Faltaba un testimonio de izquierdas que explicase la actuación de la Corona, sin por ello justificarla. Y con palabras muy severas también para los militares, especialmente los demócratas.
Gabriel Cardona, Las torres del honor. Un capitán del ejército en la Transición y el golpe de Estado del 23-F. Destino, Barcelona, 2011. 336 pp. 20 €
España ha perdido a comienzos de 2011 a uno de sus pocos historiadores militares en activo. Gabriel Cardona ha sido hasta su muerte, como investigador y como profesor de la Universidad de Barcelona, un escritor prolífico pero sobre todo un destructor de tabúes y de lugares comunes. Sus conclusiones son discutibles, y él mismo quiso que lo fuesen, y sus trabajos deberán ser, naturalmente, revisados. Pero gracias a él, por una parte, la investigación en historia contemporánea no se ha limitado a la aburrida rutina materialista del marxismo, que a menudo ignora la vertiente militar de la vida del país; y por otra hoy le debemos saber algo más sobre el poder militar en la España contemporánea, antes y después de la guerra civil, tenemos claro que Franisco Franco no estudió en West Point (suponiendo que la Academia norteamericana fuese el mejor lugar para la formación profesional de un militar europeo), y sabemos que el Ejército fue, desde 1939 hasta bien entrada la democracia, un gigante descalzo.
Pero Cardona fue, modestamente, también protagonista de parte de esa historia militar contemporánea a la que se dedicó en exclusiva desde 1981. Nacido en Menorca en 1938 en una familia con tradición militar, cursó sus estudios en la Academia General Militar y en la Academia de Infantería de Toledo, y fue oficial profesional en el Ejército de Tierra de Franco. Dentro de él, y a partir de una formación y unas inquietudes progresivamente distintas de las de muchos de sus compañeros, se convirtió en partidario de una modernización de España y, después, de la democratización del país. Esas ideas lo llevaron a formar parte de la Unión Militar Democrática, aunque a diferencia de otros, no fue condenado ni apartado del servicio.
Destino nos ofrece, ahora póstumo, un libro de Cardona que parte precisamente de ese servicio. Militar e historiador, Gabriel Cardona escribió Las torres del honor evitando los vicios del investigador –sin notas y sin tecnicismos-, pero combinando su experiencia personal con algunas nuevas indagaciones sobre las Fuerzas Armadas antes y después de la muerte de Francisco Franco, hasta la crisis de los proyectos de golpe en 1981 – 1982, incluyendo como punto central, por supuesto, el 23 F.
¿Ni está ni se le espera? Qué bonito es contar historietas para niños
La tesis de Cardona no es ninguna revelación, pero su exposición, precisamente ahora y precisamente por un hombre como él, es importante. Más importante es que el libro sea fácil de leer para todos, y no vaya a quedar como un texto sólo para especialistas. Cardona nos hace ver cómo nunca los mandos del Ejército fueron tan franquistas como, precisamente, entre 1970 y 1985. Es lógico: un generalato envejecido que había hecho la guerra –y a menudo la campaña de la División Azul- se sumaba a unos oficiales que o salían de los voluntarios de 1936 o habían pasado por las Academias franquistas y habían vivido desde su nacimiento en el franquismo. Ahora bien, el franquismo no dejó un Ejército especialmente bien formado y equipado, salvo para la intervención en la política interior. Y esa formación tenía un eje: la disciplina. Por encima incluso del honor o identificada con él hasta el absurdo.
Desde la disciplina Cardona explica cómo se gestó el 23 F y por qué fracasó. Jesús Palacios en El Rey y su secreto nos ha adelantado su versión, más que fundada, sobre la intervención de la Corona en la vida política de la segunda legislatura de Suárez. Lo que Cardona añade es más que un matiz. Su descripción del Ejército y de su vida en los años anteriores nos hace comprender su modo de funcionar, por muchas excepciones que tuviese. Efectivamente, en 1980 y 1982 había varias tramas militares en curso ante el abismo político y terrorista; y efectivamente todas ellas eran conocidas y a veces guiadas por los servicios secretos, tanto españoles como a veces extranjeros.
La «Operación De Gaulle» de Alfonso Armada, enlazada superficialmente con otras muy distintas, tenía su sentido borbónico en medio del caos político que rodeó la derrota política y la dimisión de Suárez. Y eso explica que muy a comienzos del año Armada entendiese que tenía la confianza regia para seguir adelante, y así lo hiciese saber a sus compañeros, no sólo a Jaime Miláns del Bosch por cierto. Pero Cardona explica cómo, a la altura de la investidura de Joaquín Calvo Sotelo, las circunstancias eran otras. Y por eso, aunque Antonio Tejero hizo su parte pese a sus escasos medios y aunque Miláns cumplió lo prometido, el Rey no salió en televisión para anunciar lo que Armada podía esperar sino exactamente lo contrario.
Un golpe más que posible, una España zarzuelera (nunca mejor dicho)
¿Qué habría pasado si don Juan Carlos hubiese anunciado a las Fuerzas Armadas primero y a la nación después su orden de apoyar a su «De Gaulle» o al capitán general de Valencia «aplicando la Ley para restaurar el orden»? Indudablemente un golpe habría triunfado (uno de los previstos o una conjunción de varios de ellos). El teniente general Aramburu Topete cree que la simple presencia de Miláns en la Brunete habría bastado, y una sola palabra del Rey también. El Rey no sólo era Jefe de los Ejércitos sino, además, heredero de Franco, que había dejado en su testamento la orden de obedecer al nuevo monarca. Cualquier cosa que el Rey hubiese dicho aquella noche habría sido cumplida fielmente por los Ejércitos, con poquísimas excepciones como el mismo Cardona. Y de hecho don Juan Carlos tuvo esa baza en su mano, y quiso tenerla. Después, sólo su decisión hizo fracasar lo que, en otro caso, habría triunfado.
Cardona da además datos concretos para entender cómo habrían sido las cosas. Unidades militares en toda España aquella tarde se prepararon para «salir», ejecutando planes de alarma ya diseñados, y de hecho en muchos casos, no sólo en Valencia ni mucho menos, «salieron». Hubo más tropa y más carros calentando motores ese día en España que en golpe chileno de Augusto Pinochet. Sin resistencia en ningún caso, nuestro país pudo estar en sus manos… fuesen las que fuesen, pues como ha escrito Alfonso Basallo hubo «Tres golpes, dos traidores y mil enigmas». Las anécdotas de esa noche y de meses y años anteriores hacen el libro especialmente ilustrativo sobre esa disposición general, y sobre las a menudo zarzueleras circunstancias en las que todo se desarrolló. Los Estados Unidos, perfectamente alertados ya, habrían aceptado el nuevo régimen, que no habría sido en absoluto excepcional en aquella época. En cualquiera de las hipótesis se habría emprendido una severa campaña antiterrorista más parecida al Ulster que a Argentina, y esa España reordenada habría celebrado el Mundial de Fútbol en 1982 y habría recibido la visita del Papa el siguiente otoño. Según Cardona, sólo por la cambiante, calculadora, sinuosa y hoy idealizada voluntad de un hombre tomó otro rumbo. El Rey.
Creo que es un buen libro, que tiene varias virtudes poco habituales. Una de ellas, la de hacer referencias a las políticas de defensa y de nombramientos militares de todos los Gobiernos, desde Franco hasta Aznar, señalando sus contradicciones y debilidades. Otra, la de valorar a los protagonistas con sus luces y sus sombras, sin denigrar por sistema a los que no compartieron sus ideas ni al revés. El teniente general Gutiérrez Mellado, pese a su honorable actitud final, es analizado como un mal militar, y el teniente coronel Tejero, pese a su virulencia, no es tratado como un loco. Únicamente cabría añadir algo: en la noche del 23 F Tejero coincidió con el Rey en no desear la solución Armada, cuando vio que trama política incluía socialistas y comunistas (a los que, como a muchos militares, nadie ha juzgado nunca; pero sí a Juan García Carrés). Antes que el Rey fue Tejero quien se negó a aquello. Porque él quería otra cosa que, además, veía posible porque realmente lo era. Por lo demás, a Cardona habría que haber preguntado muchas cosas más, pero nos quedaremos sobre todo sin saber su opinión sobre la actual situación militar, y si al «gigante descalzo» ha sucedido un «enfermero liliputiense».
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 21 de febrero de 2011, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/pudo-triunfar-fracaso–112895.htm