Por Pascual Tamburri, 23 de febrero de 2011.
30 años de 23-F dejan como herencia una campaña mediática atronadora. La verdad completa sigue todavía pendiente. Pero en 1981 hubo personas y sucesos mucho más importantes.
Nadie con menos de 35 años recuerda nítidamente los sucesos del 23 y 24 de febrero de 1981. Para la mayor parte de los españoles Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo, Enrique Múgica, el teniente general Gabeiras Montero, Landelino Lavilla, Rodolfo Martín Villa y todos los demás nombres del momento pertenecen a un pasado remoto que la televisión insiste en abrillantar. Para la generación del Tuenti y de la Playstation es exactamente igual que les hablásemos del generoso heroísmo democrático de Juan Carlos I, de la pérfida maldad de Antonio Tejero Molina y demás condenados o de las virtudes marineras del almirante Topete en el siglo XIX y la sutileza política de Manuel Azaña, aquel prodigio de la moderación y el acierto, en el XX.
Aire, puro aire: demasiado cerca para que pueda hacerse verdadera historia (henos aquí, empachados de hagiografía inmanente), demasiado lejos para que emerjan recuerdos sólidos de sucesos verdaderamente trascendentes.
¿Qué nos ha dejado el 23-F? Ningún cambio en las instituciones, si acaso una cierta vacuna en las Fuerzas Armadas de entonces contra una involución de todos modos paticorta, pues no tenía meta salvo en el pasado. Y la vacuna ya no vale, porque como bien nos ha recordado Carme Chacón estos Ejércitos de ahora son, directamente, los que habría querido Azaña, qué alborozo. Aquel caos en el que alguien algún día pondrá orden sin propaganda no ha cambiado el guión de España ni el del mundo. Y eso no quiere decir que 1981 fuese un año cualquiera.
1981 fue el año en el cual, el 20 de enero, inició su presidencia Ronald Reagan. Estados Unidos era entonces una gran potencia lastrada por la derrota de Vietnam, por la crisis económica, por un complejo de inferioridad occidental respecto a la Unión Soviética y por una no menor crisis cultural. El antiguo actor fue el símbolo de la defensa de Occidente e hizo posible la derrota no sólo física y económica, sino sobre todo intelectual, del comunismo. Lo que no impide que la izquierda, PSOE incluido, lo considere a la par de Tejero como encarnación de todos los males.
1981 fue, también, el año en el que Juan Pablo II superó –era el 13 de mayo- un atentado terrorista. El Papa que desde este 1 de mayo estará en los altares fue y es la encarnación del catolicismo eterno, la restauración del orden tras dos décadas de dudosos experimentos y el símbolo de la fe, de la esperanza y ante todo del amor para millones de personas, católicos o no, especialmente en el mundo no libre. Su elección y su salvación sí cambiaron la historia de nuestro tiempo, más incluso que la obra política de Reagan. Frente a eso, la verdad, somos un poco ridículos celebrando con tanta ostentación un frustrado golpe zarzuelero.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 23 de febrero de 2011, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/juan-carlos-tejero-personas-llenaron-verdad-1981-112938.html