¿Ejércitos para la paz o para la guerra? Lo que Irak enseña a Libia

Por Pascual Tamburri Bariain, 19 de marzo de 2011.

La experiencia militar en Irak es comparable a la de Vietnam en un punto: todo será distinto. Antes de ir a Libia hay que saber que planes y medios ya no bastan sin saber por qué se lucha.

La experiencia militar en Irak es comparable a la de Vietnam en un punto: todo será distinto. Antes de ir a Libia hay que saber que planes y medios ya no bastan sin saber por qué se lucha.


David Finkel, Los buenos soldados. Muerte, miseria y decepción en la guerra de Irak. Traducción de Enrique Herrando Pérez. Crítica, Barcelona, 2010. 240 pp. 22 €

La guerra tiene muy mala fama en las sociedades occidentales del siglo XX. Sin embargo, recurren a la fuerza armada con cada vez mayor frecuencia para resolver sus conflictos exteriores de intereses. De hecho, en su origen, para eso existen los Ejércitos y las Flotas: para servir de expresión última de la voluntad y del poder de su Soberano (poco importa que éste sea un Rey, un Estado, un Partido o un Pueblo). Una y otra vez vemos cómo las fuerzas armadas son enviadas a combatir, pero a la vez ahora se explica a los ciudadanos que no se trata en realidad de un combate, o que si se lucha no es por el interés de esa comunidad soberana sino por elevadísimos principios morales. Sin tener en cuenta que, sobre el terreno, los ciudadanos-soldados necesitan saber por qué luchan.

Alguien se había dado cuenta de esto mucho antes de que David Finkel escribiese este libro que ahora Crítica publica en España. Ese alguien era un norteamericano, Ralph Kauzlarich, que pensaba con claridad sobre las dificultades de su país en Irak: «…si todos dijéramos ´nuestro objetivo es éste, ésta es nuestra prioridad y vamos a ganarla, vamos a hacer todo lo que tengamos que hacer para ganarla´, la ganaríamos… La pregunta es: ¿tiene América esa voluntad?». Muchos americanos creían exactamente eso, pero Kauzlarich era especial. Un oficial de West Point, de Infantería, un ranger, en 2007 mandaba en Kansas el segundo batallón del 16º Regimiento en la 1ª División de su Arma. Y ese batallón había de marchar hacia Irak para cambiar el rumbo de una guerra que parecía no tenerlo.

El periodista David Finkel compartió y narró parte de la experiencia iraquí del batallón de Kauzlarich, un grupo de poco menos de un millar de jóvenes voluntarios, entrenados e ilusionados. Obviamente Kauzlarich no era ni es un antimilitarista, aunque sí un pacifista como la mayor parte de los militares inteligentes que conocen la guerra: ésta es su oficio, pero debe ser el último recurso porque conocen su precio. Finkel, de convicciones progresistas y periodista del Washington Post, no ha hecho en este libro propaganda contra la guerra o contra el Ejército: ha compartido y retratado la dureza de las experiencias que aquellos soldados vivieron, obteniendo un éxito relativo sobre el terreno pero sufriendo de un modo que nadie está dispuesto a reconocer en público.

Se había descrito con cierta hilaridad cómo en 1990 y 1991 los occidentales lanzaron la Tercera Guerra Mundial que habían preparado para los soviéticos contra el Irak de un Saddam Hussein que los esperaba en las trincheras de la Primera y como mucho en los carros de la Segunda. Obviamente, Occidente ganó, pero no derrocó el régimen iraquí entre otras cosas por no tener nada mejor que lo sustituyese con estabilidad. En 2003 Bush lideró una nueva coalición para hacerse con el control de Irak, que era un objetivo tanto militar como político. Estados Unidos fracasó entonces en dos frentes esenciales, el de la propaganda civil en Occidente y el de la gestión de la victoria sobre el terreno.

En 2007 hombres como los de Kauzlarich tuvieron que acudir a combatir una guerra contra la insurgencia para la que no estaban preparados: ahora eran ellos los que combatían con medios y doctrina inadecuados a un enemigo que decidía qué tipo de guerra tener. El libro de Finkel es extremadamente duro porque retrata tanto el dolor físico de los hombres en un combate distinto e inesperado como el dolor moral de saberse no entendidos y de no entender ellos mismos el sentido de su lucha.

Finkel merece ser leído, no porque vacune contra la guerra sino porque previene contra las guerras mal hechas; y hoy en día tan mal hecha está una guerra para la que no se tienen los medios como una que no se sabe explicar al propio pueblo y a los mismos soldados que van a ver caer a sus amigos y que van a arriesgar su vida y su integridad. ¿Lo harán por una incomprensible moral internacional universal? Mucho más fácilmente lo harían por defender el interés de su Patria, si las cosas se explican con claridad y sin medias tintas. Un Estado siempre tiene el recurso a la guerra (y si no lo tiene es que no es soberano); pero la hará mal si para explicar a sus soldados su propio dolor sólo puede recurrir a una combinación equívoca de disciplina y vaguedades. Tenemos mucho que aprender de hombres como Kauzlarich.

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 19 de marzo de 2011, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/ejercitos-para-para-guerra-irak-ensena-113393.htm