Derecho a insultar, deber saber hacerlo, impotencia de la ironía

Por Pascual Tamburri Bariain, 7 de abril de 2011.

¿Es una forma de guerra o una forma de hacer política? ¿Son los terroristas criminales? ¿Son pecadores? ¿Qué puede justificar, o explicar, este fenómeno de nuestro tiempo?

Arthur Schopenhauer, El arte de insultar. Traducción de Fabio Morales García. Introducción y edición de Franco Volpi. Alianza Editorial, Madrid, 2011. 192 pp. 8,5 €


El pequeñoburgués, un hombre sin inquietudes espirituales, tampoco experimenta satisfaciones espirituales. Ningún impulso por conocer y comprender, en virtud del conocer y el comprender mismos, alienta su existencia; ningún impulso hacia los verdaderos goces estéticos, tan afines a aquéllos. Y si la moda o la autoridad le imponen alguna vez placeres de este tipo, los rehuye como una especie de trabajo forzoso. Los únicos placeres auténticos que reconoce son los sensoriales; sólo éstos lo complacen. De ahí que las ostras y el champaña representen el punto culminante de su existencia.

Arthur Schopenhauer


Arthur Schopenhauer, Notas sobre Oriente. Traducción de Adela Muñoz Fernández y Paula Caballero Sánchez. Introducción y edición de Giovanni Gurisatti. Alianza Editorial, Madrid, 2011. 224 pp. 8,5 €

La normalidad es extremadamente cómoda. No alejarse mucho de la media, en nada relevante, y no destacar en nada, ni por acción ni por omisión, garantiza un cierto tipo de vida plácida. Vulgar, eso sí, pero sin sobresaltos. Sucede sin embargo que en casi todo grupo humano hay personas que destacan, sea por una u otra capacidad, sea por sus gustos, sea por su voluntad y su esfuerzo, sea por su sensibilidad o sea por todo ello. Esas personas, de muchas maneras, al destacar tienen problemas para integrarse en la normalidad. El genio, en sus muchas manifestaciones, se opone a lo vulgar. Tiene incluso, muy a menudo, mala reputación entre los vulgares, a cuya mediocridad no se somete.

Aunque Arthur Schopenhauer recomendó a quien quiso escucharle la moderación en las formas, él de hecho se dejó llevar por escrito y de palabra por su genio. A menudo, muy a menudo, el filósofo alemán descalificó, ofendió, despreció e insultó a quien se cruzó en su camino, para mal. Maestro de la palabra y de la ironía, como suele pasar en quien posee una inteligencia, además de una cultura, inhabitual en su tiempo, Schopenhauer acumuló insultos de brillantez sorprendente. Muchas veces una simple frase de este autor sirve para privar de respetabilidad a una persona, a una idea o a una escuela de pensamiento. Insultar no es un placer al alcance de todos, y esta segunda edición de Alianza nos ofrece otra vez en castellano una recopilación de rayos y centellas que no caduca, que tendremos sin duda la opción de copiar, que nos inspirará en los momentos de furia (de genio, también), y que dejará anonadados a los que, con buena fe o por hipocresía, prefieran la resignación, la prudencia y la humildad.

¿Podemos todos ser franciscanos? Desearlo es utopía, creerlo posible una pura pesadilla. Hay hombres distintos, capaces de anticipaciones culturales geniales como la aproximación de Schopenhauer al mundo oriental, tan de moda en este siglo XXI, o de intuiciones precoces, o de visiones amplias o por cualquier razón superiores, que requieren un código e conducta diferente. Es verdad que la vida en sociedad exige unas normas comunes para todos, pero no es menos cierto que pensar que todos somos uniformemente grises es sólo una antesala del Infierno. Es posible que no muchos tengan derecho a insultar, a herir con la palabra o con la mirada y la ironía; pero es seguro que quienes por hipótesis sí tengan ese derecho habrán de ser capaces de demostrar su grandeza y su genio al hacer uso de él. Los demás, en todo caso, siempre podremos aprender leyendo estas dos gratísimas compilaciones traducidas de un pensador que sobreviva a los siglos.

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 7 de abril de 2011, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/derecho-insultar-deber-saber-hacerlo-impotencia-ironia-113760.htm