Por Pascual Tamburri, 20 de abril de 2011.
Gadafi, antes de ser enemigo de todos, fue amigo de algunos. De Zapatero y de Sarkozy, por ejemplo, aunque la culpa se la lleve Aznar. Trapos y negocios sucios para dar y tomar.
Muamar el Gadafi se convirtió en 2003, según explicó José María Aznar hace unos días en la Universidad de Columbia, un «amigo extravagante, pero un amigo» para la Comunidad Internacional. Lo que ha seguido a continuación, en torno tanto a las declaraciones del expresidente como a cómo entender al líder libio, ha sido muy útil para retratar la bajeza de muchos políticos y de muchos medios. Y también, ay, la menguada posición que España ocupa en el mundo.
Hace más de cuarenta años, en efecto, Gadafi dio un golpe de Estado y derribó la monarquía de Libia. Ni el régimen de partida ni el de llegada eran democráticos, ni pretendían serlo. Tampoco modernos o especialmente prooccidentales; ni Occidente hizo grandes cosas contra Gadafi porque éste, aunque dictador, militar, admirador de Gamal Abdel Nasser, enemigo de Israel y en relaciones cordiales con la Unión Soviética, tenía varias virtudes: podía haber sido peor (no era ni comunista ni islamista, sino contrario a las dos cosas) y vendía su petróleo. Quizá llamarlo «amigo» era mucho para la mayoría, pero siendo realistas había opciones mucho peores, en el mundo y también en Libia.
Esa gran, rica y despoblada Libia, que cumple un siglo de vida precisamente en 2011, fue bombardeada por Estados Unidos, con apoyo de algunos de sus aliados y reticencias de otros, justo hace veinticinco años, en 1986. El PSOE ahora ha querido ser de los «buenos de la clase» y ha mandado también aviones a bombardear a los que defienden el régimen de Trípoli (que sigue siendo el Gobierno legítimo que reconocemos como tal para el país), pero en 1986 Gadafi era amigo de Felipe González. Era verdad entonces que Gadafi había sido promotor de golpes, guerrillas y terrorismo en varios continentes, tanto por su cuenta como por la de los soviéticos, pero no bastaba para que muchos, incluyendo la izquierda europea, lo condenasen.
Todo cambió a partir de 1989, y más bien de 2001, y se ha generado un desorden en el que no todos tienen claro qué hacer con Gadafi. Con la caída del bloque comunista la dictadura libia perdió su referencia más cómoda. Y con los atentados del 11S ser apoyo del terrorismo internacional subió muchos puntos en la escala de peligro, y más con un George Bush suelto por el mundo. Lo que Aznar explicaba en Columbia, en medio de otras cosas, fue justamente esto: que Gadafi negoció en 2003 su reconciliación con Occidente, saldando su vieja cuenta pendiente de Lockerbie, y que pasó a ser un tipo un tanto raro de amigo, del que se sabía que no apoyaría ningún integrismo y que seguiría vendiendo, eso sí fuera de la OPEP y fuera del sistema central de petroleras, su principal recurso.
Por eso no me parece bien que el vicepresidente Rubalcaba acuse a Aznar de haber dicho «viva Gadafi«, ni veo decoroso que el presidente de FAES matice con infinitos detalles qué dijo y qué no dijo, como si no fuesen tan públicas sus fotos con Gadafi como las de éste con todos los gobernantes occidentales. Incluidos Zapatero y el rey Juan Carlos.
Puede que España tenga interés en sustituir a Gadafi por algo mejor, o puede que no. Pero está claro que nuestro criterio, gobierne quien gobierne, ha de ser de estricto interés nacional. ¿Por qué no aplicar un criterio moral a la situación de Libia? Ante todo, porque raramente (si es que alguna vez) la moral individual es como la de las naciones. Pero por encima de eso porque si había criterios morales que deslegitimasen a Gadafi ya estaban ahí en 1986, y en 2003 dejaron de valer si él compensó los errores que reconoció, y si sus principales acusadores dijeron que bastaba. España, que en 2007 le dio las llaves de oro de Madrid (lo hizo Alberto Ruiz Gallardón), le bombardea en 2011, y ni siquiera podemos presumir de que sus enemigos internos sean unos demócratas admirables.
Necesitamos un Gobierno capaz de tomar la decisión práctica que corresponda, en este caso y en todos. Obama, Cameron y Sarkozy, después de un largo recorrido, comparten postura porque les interesa, y Angela Merkel no, porque cree que el interés de Alemania es otro. Del mismo modo Italia, que el 1 de septiembre de 2009 mandó a Trípoli las Frecce Tricolori, tendría grandes problemas estéticos para participar en los ataques. Lógico porque ENI tiene unos magníficos contratos petroleros con la Libia de Gadafi, y los que tiene Gazprom explican a su vez que Vladimir Putin no haya intervenido. Lógico también que Italia y Francia no vayan de la mano, porque Silvio Berlusconi acababa de firmar un acuerdo con Gadafi contra la inmigración ilegal y no tiene ninguna prisa por ver otro régimen en su lugar. Sarkozy ha bloqueado la frontera de Ventimiglia, por el que cree interés de Francia y no por la democracia u otros altos conceptos.
Por eso no es decoroso que el PSOE y los medios de comunicación de la izquierda estén haciendo un uso semejante de las declaraciones de Aznar, con su relación como gobernante con Gadafi y con, atención, las relaciones que se reprochan al hijo del líder con la trama Gürtel. José Blanco, feroz belicista en Libia, parece dispuesto a las bombas que tiremos sobre Trípoli caigan sobre el PP. ¿Es el PP la «Antiespaña»? Si lo es por la relación de Aznar y Gadafi, cuántas fotos tendrán que quitar de sus álbumes Felipe González y el mismo Zapatero. La «Antiespaña», digo yo, más bien tendrá capital en Oslo y será la de los que soltaron al asesino Troitiño, ¿no?
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 20 de abril de 2011, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/todos-tienen-amigos-extravagantes-gadafi-peores-114040.html