España se salvó a tiros, y de ellos vivimos aún

Por Pascual Tamburri Bariain, 13 de mayo de 2011.

Javier Nagore recuerda a los jóvenes Telémacos que Ulises y los suyos no lucharon por odio, sino por amor, y que las palabras de Rafael Sánchez Mazas hoy se realizan en los navarros.

Javier Nagore recuerda a los jóvenes Telémacos que Ulises y los suyos no lucharon por odio, sino por amor, y que las palabras de Rafael Sánchez Mazas hoy se realizan en los navarros.


Javier Nagore Yárnoz, Luchábamos sin odio. La historia de un combatiente en la guerra de España. Prólogo de Pascual Tamburri. Epílogo de D. Federico Suárez. Áltera, Madrid, 2010. 408 pp. 23.00 €

A los «92,8» de edad, y tres cuartos de siglo después de haber vencido en la más cruel de nuestras guerras civiles, don Javier Nagore conserva sobre ella no sólo la memoria sino, mucho más sorprendentemente aún, el equilibrio. Los hombres de 1936-39, y dentro de ellos más aún los navarros, fueron unos testigos y otros protagonistas de cómo España estuvo en trance de muerte y de cómo contra toda esperanza sobrevivió. Nagore nos ofrece aquí su quinta edición de sus memorias de guerra, fidedignas como buena obra de notario. Esta memoria de un «navarro de (la) primera» es hoy más necesaria que nunca, porque los hijos, nietos y biznietos de Ulises estamos perdiendo la memoria colectiva de una guerra que, mal que nos pese, sigue marcando nuestra vida en común.

«Unos 13.000 hombres, básicamente voluntarios, cubrían el frente nacional de Vizcaya y parte de Guipúzcoa a comienzos del otoño de 1936. Los mandaba el coronel José Solchaga y dependían administrativamente de la sexta división, con sede en Burgos y sucesivamente mandada por los generales De Benito, Álvarez Arenas y López Pinto dentro del Ejército del Norte de Emilio Mola. Todos ellos estaban desde el 1 de octubre a las órdenes de Francisco Franco como jefe «del Gobierno del Estado» y de los Ejércitos. Era aquél un «Estado campamental», como se ha dicho, nacido de un intento fracasado de golpe y cauce de la voluntad de al menos media España. Todo estaba por hacer, todo necesitaba ser organizado, y la improvisación era la regla. También lo eran la fe y la esperanza en un mañana mejor tras un presente doloroso».

«(…) Aquellas fuerzas improvisadas de 1936 a las que Javier Nagore se incorporó eran una de las voces vivas de España, pero no eran aún, salvo en el nombre y en deseo, un Ejército. La marcha sobre Madrid y las batallas en torno a la capital habían demostrado la indomable voluntad y la sorprendente fuerza de los alzados, pero también que habría una guerra y que ésta sería larga. No bastaban ya las unidades tipo batallón, como los Tercios y Banderas de voluntarios que Navarra había producido en los meses anteriores. Hacía falta un verdadero Ejército, y la España de Franco empezó a crearlo en torno a dos núcleos: las curtidas fuerzas africanas y los voluntarios del Norte. Los cuatro sectores de aquel frente guipuzcoano dieron lugar a otras tantas Brigadas, las cuatro primeras Brigadas de Navarra que desde aquella Navidad hasta el final de la guerra civil fueron parte de la masa de maniobra franquista. La Primera de Navarra nació pues de la improvisación militar de aquel final de 1936″.

«Javier Nagore tuvo por ello la suerte de vivir, en la Primera de Navarra, casi todos los episodios decisivos de la Guerra de 1936. Su testimonio, varias veces agotado y ahora por suerte publicado otra vez, no va a gustar a muchos. Precisamente por eso es hora de recordarlo: porque si voces como la de Nagore callan prevalecerá una visión sectaria de lo que pasó, en el mejor de los casos, o directamente la mentira, en el peor».

«Aquello fue, muy en serio, una guerra entre hermanos. No se trata de una metáfora, sino de una verdad cruel que dividió familias, también de militares, y partió en dos el país. Los cinco hermanos Pérez Salas combatieron unos contra otros como oficiales profesionales. Cuatro sirvieron al Frente Popular: Joaquín, coronel de Artillería y luego general, se rindió en 1939 en Cartagena y fue fusilado; Manuel, teniente coronel de Infantería, también fue hecho prisionero por las tropas de Franco, en Valencia; Jesús, coronel de Infantería, cruzó los Pirineos al entras los nacionales en Cataluña y marchó al exilio; José, comandante de Artillería, fue profesor de la Escuela de su Arma. Y del otro lado de la barricada, Julio, comandante de Caballería, mandó durante la guerra los tercios de requetés de Montejurra, de San Fermín, de Zumalacárregui y de Roncesvalles, fue condecorado con la Medalla Militar Individual y se retiró en la posguerra como teniente general. Un hombre muy vinculado a Navarra y a los navarros como ejemplo de lo que debería ser una verdadera memoria histórica».

«Hermanos contra hermanos, y más como regla que como excepción. Mariano Gómez-Zamalloa, laureado en la defensa del Pingarrón contra los comunistas de Líster, estaba casado con una hermana de los hermanos Leopoldo y Arturo Menéndez, destacadísimos militares frentepopulistas. Así fue la guerra real, la vivida y aquí contada por Javier Nagore, una guerra que no fue de un ejército contra un pueblo sino de un pueblo dividido y de un ejército igualmente dividido. Hubo muchos más generales ya graduados en 1936 luchando contra el Alzamiento que a favor de él, y eso no es, por supuesto, casualidad. Una parte del pueblo español se entregó a la pasión revolucionaria y antidemocrática de la izquierda totalitaria, pero tuvo enfrente a otra parte del pueblo a la que demasiado a menudo en nuestros días se da por inexistente o se olvida. Y no deja de ser curioso porque, en definitiva, ellos vencieron».

«Leer a Javier Nagore es acordarse de esa verdad fundamental: que bajo el mando de Franco había fundamentalmente pueblo, con todas sus virtudes y sus defectos, con toda su variedad y su improvisación. La Primera de Navarra fue, precisamente, emanación viva de la hoy Comunidad Foral, fuente riquísima de voluntarios que hoy parecen olvidarse, como si entre nosotros sólo hubiese habido víctimas de la lamentable represión. Recordar es deformar, y lo es doblemente cuando se cede a las modas del momento. Para que el recuerdo sea testimonio, para que la memoria no deforme la verdad, hace falta toda la sinceridad de un notario. Éste no es un libro de simples recuerdos, sino el testimonio de cómo fue aquella Navarra de primera, aquella Primera de Navarra. No fue, es verdad, una suma de perfecciones ni un coro de ángeles; pero tampoco fue una mesnada de genocidas y de criminales de guerra como algunos querrían. Fueron, en una gran mayoría, navarros. Nada más y nada menos».

Francisco Javier de Lizarza, «la palabra de un navarro debe valer tanto como el juramento de un particular».

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 13 de mayo de 2011, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/espana-salvo-tiros-ellos-vivimos–114559.htm