Las ciencias, una historia escandalosa que a veces olvidamos

Por Pascual Tamburri Bariain, 18 de mayo de 2011.

¿Conocemos la historia de las ciencias experimentales, de la que estamos tan pretenciosamente orgullosos? ¿Vale la pena ese orgullo y esos experimentos nos hacen tan superiores?

Ian Crofton, Historia de la ciencia sin los trozos aburridos. Traducción de Joandomènec Ros. Ariel, Barcelona, 2011. 384 pp. 22 €


Sir Peter Brian Medawar, Consejos a un joven científico. Traducción de Juan José Utrilla Trejo. Crítica – Drakontos, Barcelona, 2011. 144 pp. 16.00 €

Los occidentales tenemos una idea de la ciencia que nos ha reportado muchos éxitos, la misma que nos hace considerarla una rama del saber necesariamente separada de las humanidades, y, además, llena de conocimiento inútil. Ian Crofton recoge en este manual de curiosidades no sólo partes significativas de historia de la ciencia sino también complementos naturales de la historia como tal, además de ocurrencias, experiencias, intentos fallidos, precursores geniales y bromas inesperadas. Sí, es ciencia, pero tampoco tiene por qué ser aburrido, ¿no?

¿Un científico demostró sus habilidades implantándose unos testículos a sí mismo? ¿Quién ha defendido que el alma humana pesa exactamente veintiún gramos? Los científicos han estado muy bien surtidos de bromistas, ocurristas y tramposos, y esto desde los tiempos más remotos hasta la ciencia más actual. La ciencia puede, es verdad, ser enormemente aburrida, pero puede también llenar nuestro tiempo de una sonrisa, desde los extremos más excelsos de la investigación hasta las bobadas más pintorescas e infantiles.

A decir verdad, Ian Crofton demuestra en este libro, como en otros, que los humanos somos capaces, solos o en grupo, de hacer, decir y pensar muchas tonterías, muchas de las cuales resultan hilarantes. La ciencia es, desde luego, una gran creación del genio humano, y no resulta tan graciosa cuando fracasa en sus intentos, cosa al fin y al cabo normal, como cuando se toma en seria a sí misma. Es cuando comete este error cuando da pie a las mayores carcajadas, como en general sucede con las actividades humanas cuando se toman demasiado en serio. Este error, por cierto, no suelen cometerlo con tanta frecuencia los humanistas, quizás porque son menos pomposamente conscientes de su propia dignidad académica.

Ciencias y humanidades, sospechosamente cercanas

Peter Brian Medawar es un miembro de una minoría privilegiada, o de varias. Británico de época imperial, se formó académicamente y científicamente en Oxford cuando esto significaba más que algo. Estuvo allí cuando se inventó la penicilina, y sucesivamente cuando se sentaron las bases científicas de los trasplantes, algo por lo que recibió el Nobel de Medicina. Ahora bien, ese premio y otros, como toda su carrera científica, estuvo marcado por algo que sirve de cimiento a este libro, sus consejos a un joven científico: el sentido común.

Más de una vez, cuando hablamos de un científico experimental para algún alumno, corremos el riesgo de divinizarlo o casi. Y no: los científicos, los que llamamos científicos (los investigadores de materias experimentales) son también mortales. Más aún, en su campo de trabajo no actúan de un modo tan radicalmente distinto de sus colegas humanistas, y de hecho unos aprenden de otros. Salvo que se dejen llevar por viejísimos prejuicios, en cuyo caso los dos hacen mal su tarea.

Cierto es que los investigación arranca de lo que sucede en la naturaleza, pero la investigación como tal es algo más que simple empirismo. El criterio con el que se avanza en el conocimiento de la realidad es, precisamente, una consecuencia del sentido común y un punto de unión entre empiristas y humanistas. España en general y su enseñanza secundaria en general padecen ahora mismo una anormal prevalencia de los científicos experimentales; lo negativo es el modo en que una opinión muy extendida les concede las riendas de la montura del saber, como si fuese suya, y el criterio con el que los dos saberes se consideran ajenos entre sí, como si en realidad no fuesen dos lecturas de un mismo libro.

Nuestro bachillerato, por mucho que quiera rescatarlo Esperanza Aguirre, es bastante malo. Es peor que muchos de sus equivalentes europeos, y notablemente peor que otros que hemos tenido antes. Cuando don Ángel Martín Duque intervino en nuestra licenciatura, dándole un nivel que no todos querían que alcanzase en aquella academia, lo hizo cargado de su propio bachillerato, el del plan de 1938, uno que, entre otras cosas, era ajeno a la división entre ciencias y letras, del mismo modo que lo es la realidad natural. Y sólo con todos los saberes unidos tendremos científicos, de cualquier rama que sean, cargados de toda nuestra tradición cultural. El intento de dividir ésta ha sido, sencillamente, un error. La generación de Medawar no lo ha padecido; pero debemos conseguir que esa generación se recuerde para que las sucesivas no crezcan embebidas en una ciencia mutilada y mutilante.

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 18 de mayo de 2011, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/ciencias-historia-escandalosa-veces-olvidamos-114648.htm