Por Pascual Tamburri, 8 de agosto de 2011.
La reforma educativa queda pendiente; los cambios introducidos por Zapatero han generado una educación que forma menos y peor, no sólo laboralmente.
Entre la hecatombe financiera y la convocatoria de elecciones generales, no parecía haber espacio para otra cosa el viernes 29 de julio. Hubo sin embargo un asunto político de la máxima gravedad, destinado a llenar más la legislatura que viene que la campaña electoral inminente. Una vez más, España necesita una reforma educativa, y aunque el consenso es amplio en torno a la necesidad es inexistente entre los grandes partidos sobre la dirección de los cambios precisos.
El PSOE no sólo ha creado todo el sistema educativo español, sino que además lo ha reformado varias veces en cada uno de sus capítulos, a partir de la LODE de 1985 que hizo famoso a José María Maravall. En su reunión agónica, el Consejo de Ministros de José Luis Rodríguez Zapatero ha aprovechado la Ley de Economía Sostenible para reformar los tramos terminales de la enseñanza secundaria y el acceso desde ellos, con o sin titulación, a la Formación Profesional. Sin decirlo, es todo un reconocimiento de sus errores pasados. Sólo la Formación Profesional, que es la única enseñanza en la que se han conservado los cambios introducidos desde el Gobierno por el PP, parece funcionar, y todo lo demás necesita cambios que hasta los socialistas reconocen.
Durante los últimos lustros, la obsesión por llevar a todos a la educación superior sin considerar su vocación, su gusto, su capacidad ni la demanda real del mercado ha terminado llevando cientos de miles de jóvenes a trabajar sin título alguno, o con uno que ni deseaban ni les servía. Muchos de esos jóvenes son ahora parados mientras que se da el curioso caso de que España demanda trabajadores extranjeros para determinados puestos que nuestros alumnos no se cualifican para desempeñar. Los recortes y las reformas de hoy son el precio de los caprichos y modas progres que algunos siguen defendiendo como si hubiesen sido un bien. No lo fueron, y ahí están las pruebas.
Ante la convocatoria electoral, Mariano Rajoy no ha podido menos que recordar que España tiene hoy casi cinco millones de parados, y que de hecho el 46% de los jóvenes que busca trabajo no lo encuentra. La solución no es, por supuesto, sacarlos estadísticamente del paro como parece intentar con esta última ocurrencia Zapatero. El Partido Popular tiene ante sí un desafío, si como parece accede al Gobierno de la Nación a partir del próximo noviembre. Se puede ir a la solución fácil, que es buscar consensos rápidos, poner parches vistosos y no entrar a curar el fondo de las heridas que padecemos. Qué duda cabe que la más grave y ponzoñosa es la del sistema educativo, que no llega a satisfacer de verdad ninguna de las necesidades de todo país civilizado. Con un parche superficial, provisional y no quirúrgico no ganaría el PP, porque sus votantes se darían cuenta de la renuncia a la batalla, y perderían España y los españoles, que necesitan, por muchas razones, una reforma en profundidad.
Esta de moda asociar todos los cambios que se introduzcan desde ahora con recortes, y parece que ese tipo de argumentos va a llenar la campaña electoral. Creo sin embargo que debe dejarse claro hasta qué punto tal razonamiento es una falacia. Lo es, ante todo, porque “cambiar” la educación no significa “recortar” nada, sino utilizar de otro modo los medios materiales y humanos ya disponibles. Hay centros, recursos y funcionarios docentes que con seguridad pueden emplearse mejor, con mejores resultados aunque eso supondrá, por supuesto, cambiar qué se enseña, cómo y a quién. Una vez comprobado el fracaso de los intentos en curso, ha llegado sobradamente el momento de ese “cambio”. Pero se trataba de una falacia también porque no necesariamente “recortar” implica “empeorar” un modelo educativo; disponer de más instrumentos electrónicos de cualquier tipo, de más viajes, de mejores ratios y grupos aún más reducidos no es decididamente lo que hace mejor la educación, porque si así fuese estaríamos en el mejor momento del Bachillerato español, y les aseguro a ustedes que no es el caso.
El profesor Javier Horno acaba de escribir en Navarra, donde también enseña, algo que parece destinado a cerrar este debate: “lo que algunos pregonamos es que incluso con menos recursos de los gastados hasta ahora, los alumnos pueden aprender más y mejor”. Y es que nunca debimos olvidar que la educación no es esencialmente un instrumento de reforma social, ni de redistribución económica, ni de intervención en los mercados; tampoco es un mecanismo de acción psicopedagógica, ni debe servir esencialmente para aparcar alumnos, tranquilizar familias, repartir diplomas hueros o, líbrennos los dioses, colocar docentes con o sin méritos. Da exactamente igual qué diga cada partido, cada sindicato y sus respectivos talibanes: la educación tiene como meta transmitir el saber al más alto nivel posible, formar a los alumnos en la máxima exigencia que en cada uno sea imaginable y conservar y enriquecer en lo posible la ciencia y la cultura. El resto sería, y de hecho es, un desperdicio de medios y de tiempo.
Pascual Tamburri
Doctor en Historia, profesor del IES “Marqués de Villena” (Marcilla, Navarra)
Pascual Tamburri Bariain
La Gaceta, 8 de agosto de 2011.