Por Pascual Tamburri Bariain, 25 de agosto de 2011.
Siempre ha habido crisis. La duda no es si se relacionan, sino cómo lo hacen. Y en Europa dos cosas se han demostrado: que las crisis no se improvisan, y que no terminan solas.
José Ignacio Ruiz Rodríguez y Francisco Mochón Morcillo, El colapso de Occidente. La crisis ante la Historia. Prólogo de Eduardo Serra. Ediciones del Serbal, Barcelona, 2011. 170 pp. 19,50 €
Camille de Toledo, El haya y el abedul. Ensayo sobre la tristeza europea. Península, Barcelona, 2011. 176 pp. 17,90 €
¿Tan terrible es? ¿Hay razones para temer que esta crisis económica afecte de un modo «total» a nuestro sistema social, cultural y político, que no sea una crisis «en» el capitalismo sino «del» capitalismo? Lo insólito de los síntomas y de la envergadura de los cambios en curso han hecho que muchos volvamos la mirada al pasado, a las crisis que han sido, para intentar comprender si algo de lo que ha sucedido en la historia va a repetirse ante nuestros ojos.
José Ignacio Ruiz Rodríguez y Francisco Mochón Morcillo hacen eso mismo, mirar lo que hoy sucede con los ojos de lo que sucedió y comparar «nuestra» crisis con otras crisis que recordamos. Colectivamente, tendemos a negar los cambios, especialmente cuando éstos nos incomodan. No somos los primeros en negar la evidencia del cambio y en intentar cerrar los ojos. El cambio, sin embargo, es consustancial a la naturaleza humana –y, aún más, los europeos occidentales hemos hecho a lo largo de los siglos de la agilidad en cierto tipo de cambios uno de nuestros signos de identidad cultural. Los cambios, algunos de los cuales definen lo que llamamos crisis, ya se han producido.
A los políticos de la generación de Silvio Berlusconi se le ha pedido que asuman la desaparición de un modelo de Estado de bienestar que era universal en Occidente e indiscutido desde la Segunda Guerra Mundial. El cambio, con la crisis, ya ha sucedido. No se trata de identificar la conservación de lo que fue con el bien, porque la experiencia –si nuestros políticos tuviesen una cierta amplitud de formación lo sabrían- demuestra que a menudo los frenos al cambio y los proyectos de defender el sistema existente son en beneficio de determinadas oligarquías político-económicas. Al menos tanto como las aparentemente opuestas propuestas de cambio.
Para poner orden en este espectáculo, debemos entender que hay momentos de la historia donde los cambios, que siempre existen, se acumulan y se aceleran. Estamos en uno de ellos, y razones de muchos tipos lo explican. Occidente no es novato en esto, pero sí lo somos nosotros a menos que tratemos de comprender; y lo primero que hay que comprender, por experiencia precisamente, es la diferencia entre los cambios esenciales, los que hagan de la civilización occidental algo radicalmente distinto de lo que es y lleva milenios siendo, de los circunstanciales, aquellos que por duros que sean de sobrellevar no cambien nuestra identidad como civilización.
Una de las muchas conclusiones del libro de José Ignacio Ruiz y Francisco Mochón , pero es imposible valorar la importancia de su trabajo –llevando la historia a la comprensión del hoy-, es que el capitalismo ha vivido muchas crisis cambiando él mismo pero rejuveneciéndose; y que habrá que tener muy presentes sus esencias y sus accidentes porque si se modifican las primeras estaremos cambiado de sistema a demás de, probablemente, asistiendo al relevo de nuestra civilización por otra u otras de diferente base cultural. Tenemos el curioso privilegio de ser actores del espectáculo.
¿Habrá una Europa después de esta crisis?
En ninguna parte como en Europa, entendida como conjunto, esta crisis es profunda y además está asumiendo tintes no sólo económicos sino culturales y políticos. Europa, opulenta, no termina de saber qué es o cuál es su rol en el mundo, aparte de ser aún más rica y de difundir buenos deseos que la inmensa mayor parte de la humanidad no deja de considerar, en el mejor de los casos, la ocurrencia chocha de la abuela ida.
Hace unos años se habló mucho de las ideas de Francis Fukuyama, y después desaparecieron entre la crisis internacional que no ha cesado desde el 11 S y la crisis económica que parece redefinir las potencias y los frentes. Camille de Toledo, francesa pero evitando una perspectiva jacobina, intenta la comprensión de lo europeo yendo al siglo XX. La idea no es en sí misma original, pero parece atrevida en un siglo XXI que sólo piensa en sí mismo y en el futuro, y que en Europa tiene miedo de su propio pasado.
Leyendo el ensayo de Toledo, puede que haya que dar la razón a los atemorizados. Hay muchos fantasmas que habitan en el pasado colectivo de las «dos Europas» (la del haya y la del abedul), y la experiencia del siglo XX no sólo fue sangrienta sino que, sin considerar el bienestar alcanzado, dejó al continente sin un proyecto de vida en común. Esa ausencia de rumbo, esa conciencia de haber perdido el rumbo y de no tenerlo, es la razón última de la tristeza europea, de la sensación europea de no ser y de no caminar hacia ninguna parte, una sensación que puede entenderse en unos casos como razón de la fragilidad ante la crisis y en otros como causa última de la crisis.
Dicho de otro modo, ¿por qué paga Europa la crisis?
Ahora bien, si Europa está en crisis y si su pasado explica ésta y su gravedad, ¿no habrá que renunciar al pasado y a la identidad y construir un nuevo optimismo a partir de unas metas colectivas redefinidas? Desde luego, tal es la tentación materialista y la propuesta de muchos modos renovada de continuo. Pero lo que De Toledo hace recurriendo al análisis histórico es recordarnos que nosotros somos esa historia, que no podemos borrarla sin cambiar esencialmente nuestra propia identidad.
Aunque los resbalones más recordados y con consecuencias más visibles son los del siglo XX; también es cierto que nosotros somos toda nuestra historia, y que aunque no sea posible enmendar errores sí es posible recordarlos, para que una civilización que puede sin sonrojarse exhibir su raíz romana no repita en esta crisis sus equivocaciones más recientes, y no permita que éstas se lleven consigo partes esenciales del legado de Europa a la civilización. La respuesta no es que Europa sí es posible… es que además es necesaria.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 25 de agosto de 2011, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/entiende-historia-nunca-podra-solucionar-crisis-europa-116507.htm