Los profesores patalean sobre los tres equívocos educativos

Por Pascual Tamburri, 3 de octubre de 2011.

Una huelga de profesores no soluciona los problemas de la enseñanza. La española es peor, y no por menos medios o más horas de trabajo. Los recortes son ocasión de hacer una buena reforma.

Decía el otro día mi amiga Fabiola Martínez Vega que «todos los profesores deberían protestar por las diferentes asignaturas autonómicas antes que por dos horas más de clase, es un bochorno que un alumno gallego, por ejemplo, desconozca la geografía del resto de España«. No es sólo un problema de Galicia, ni de la geografía, pero sí una gran verdad: cuando hablamos de educación en España, una y otra y otra vez, confundimos soluciones con problemas, o aplicamos cambios que agravan los males. Y luego damos por buenos los análisis de la izquierda sectaria, de manera que hasta los dirigentes del PP y desde luego muchos centroderechistas bienpensantes terminan dando por buenas las recetas neomarxistas: como si las autonomías hubiesen sido benéficas, como si el problema fuese escasez de gasto, como si el igualitarismo comprehensivo hubiese aportado algún bien, como si el derecho a la enseñanza supusiese derecho a la titulación, y tantas y tantas cosas.

Nos quejamos de minucias, y nos olvidamos de lo esencial. «A lo largo de estos últimos tiempos, todas las administraciones, asociaciones, entidades y ciudadanos, de un color u otro, hemos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades, y ahora nos toca a todos hacer las cosas sin tanto dinero«, dice el consejero José Iribas. Hay que aprender del error, ahora que parece que el PP va a tomar el poder. Un largo, largo, largo error; un error que empezó cuando la UCD empezó a aplicar desde el poder reformas educativas izquierdistas; que siguió cuando el PSOE hizo desde el poder la educación española, dejando márgenes sólo para los nacionalistas; que prosiguió cuando el PP, en 8 años de poder más su poder autonómico, no ha cambiado los elementos básicos de un sistema que no funciona; y que culminó cuando Zapatero, en cambio, no tuvo ningún pudor en usar el poder que tenía en educación. No es cuestión de gastar menos, sino de que, con menos gasto, el PP dé a España una enseñanza que funcione y que responda a unos principios largo tiempo olvidados.

Es verdad que Mariano Rajoy se va a encontrar con un problema que toda Europa vive. Pero la verdad es que ningún país con la gravedad de España, y ningún país habiendo gastado tanto y dedicado tantos docentes (y para abreviar, no hablaremos de su exquisita selección) para obtener resultados proporcionalmente tan malos. Y no, yo no hablo de la horterada esa de PISA ni tampoco de las colocaciones burguesas que algunos consideran esenciales para nuestros chicos. Sólo de su formación. Siento ser molesto, pero la verdad es que estos recortes que vivimos pueden convertirse en camino de una verdadera, honda, severa reforma. Porque para hacerla no hace falta dinero: basta la voluntad de tener una escuela que funcione y las normas necesarias para ello. Los equívocos a corregir pueden agruparse en tres familias.

El primer equívoco es el funcional. Hay que preguntarse, sin patrañas, para qué sirve la escuela en su conjunto. Muchos responderán, también desde responsabilidades institucionales, que sirve para formar a los jóvenes (aunque luego ambiguamente no se aclare si se les forma para que crezcan humanamente o más bien para que sirvan mejor al mercado de trabajo…). Luego, en privado, las respuestas son distintas. ¿Cuántos aprobados o notas mejores se han dado a veces tanto para salvar grupos y por tanto puestos de trabajo, o para evitarse problemas?

Y es que la escuela ha terminado funcionando como amortiguador social, en el peor de los sentidos: reduce el paro porque mantiene ocupados a docentes y a alumnos que en otro caso estarían en sus casas (sin considerar que lo que hagan sea útil, y mucho menos culto). Nada demuestra la necesaria bondad de una enseñanza gratuita y obligatoria extendida en las dos direcciones, ni nada demuestra la multiplicación de docentes, especialmente en primaria, ni la aparición de infinitos profesionales de la didáctica, no formados en ninguna materia, apoyando no se sabe bien para qué cuántas necesidades educativas especiales. ¿Y los demás?

La segunda gran confusión se refiere al derecho al estudio, una equivocación tan jurídica como filológica. Tener un derecho no supone que deba ejercerse necesariamente, sin considerar los demás elementos, hasta las últimas circunstancias. Tener derecho al estudio implica que deben estar abiertas las posibilidades materiales y legales de que todos los españoles desarrollen sus capacidades intelectuales en el sistema académico. Lo que no implica es derecho universal a titularse, sin poseer, ni demostrar, ni ejercer, ni desarrollar esas capacidades. Además de medios materiales hacen falta voluntad, inteligencia y vocación. Deben impartirse y exigirse conocimientos y preparación, y no deben darse títulos a quien no alcance esos requisitos. De nada sirve un título, ni una alta nota, si no reflejan una realidad objetiva. Todas las leyes, incluso desde la LGE, han creado una situación que, como la actual, requiere optar entre una reforma real y profunda o aceptar sumisamente todas las miserias que vemos y de las que, algunos muy tarde, nos quejamos.

La tercera gran confusión, y no menos dañina, es administrativa y burocrática. Las actuales generaciones de políticos, de padres y de docentes se han formado en el antiautoritarismo más radical. Así que nada de autoridad y mucho de asamblea, todo a votación, y la disciplina ideal confundida con la comuna a todos los niveles. No ya el tuteo al profesor, sino directamente la contestación, puesto que desde la más tierna infancia les contamos (o les cuentan) que nadie es más que nadie, que todas las opiniones son iguales y que ninguna jerarquía está justificada. Y de hecho, al final, tenemos alumnos opinando con autoridad sobre los contenidos, padres ordenando con verbo firme sobre las calificaciones, y personal auxiliar terciando en la disciplina, ahora reclasificada como convivencia mientras los mozos nos enseñan la axila y las mozas la ingle, como si nos interesase más eso que su dudoso crecimiento académico. Ánimo, la imaginación al poder, o por lo menos que no falten reuniones eternas, de departamento, de centro, de colectivo, de sindicato, de aula y de lo que sea, ya ni siquiera para decidir, sino para opinar. Que no falten opiniones, ya saben ustedes, nadie es más que nadie.

Eso sí, que tampoco falten papeles. Pues nadie puede tomar por sí mismo decisiones, y menos si son enérgicas, pero que todo se documente hasta el hastío en infinitos y crecientes trámites burocráticos que no resuelven nada pero a los que asociamos la idea de calidad y en los que tratamos de rebozar nuestra responsabilidad legal. La moral, la de enseñar, pocos la recuerdan ya en medio de un caos del que se quejan pero que no osan resolver.

Así sindicatos y familias hacen bien en querer defender la enseñanza, pero la verdad es que eso no se hace ni con una huelga en octubre ni pidiendo más dinero en los Presupuestos. Nuestros chicos merecen más, y hay que dárselo. Y desde luego hay que empezar por curar estos equívocos y extirpar estos tumores.

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 3 de octubre de 2011, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/profesores-patalean-sobre-tres-equivocos-educativos-117258.html