La Duquesa de Alba representa muy bien la España de ZP

Por Pascual Tamburri, 19 de octubre de 2011.

Un duque de Alba cruzó Europa con España y la fe en la punta de su espada. Otros lo sucedieron con mayor o menor dignidad. Dignidad es, justamente, lo que falta en este tiempo de rumba.

Doña Cayetana Fitz-James Stuart, ya la conocen ustedes, terminará siendo la española más popular, y quizá por eso más importante, de 2011. La duquesa de Alba, notable por su patrimonio y por su ascendencia –a la que debe sus títulos de nobleza-, es conocida y comentada en nuestra España por su vida persona y social y por su apariencia a la que hoy llaman original y en otros momentos con menos remilgos se habría llamado extravagante o esperpéntica. Ha sido noticia por su tercer y nada convencional matrimonio, en este caso en Sevilla con don Alfonso Díez.

Es notable ver cómo casi todos los medios de comunicación han comentado el evento con simpatía, aunque a veces también con morbo, y cómo las autoridades, personajes e instituciones (incluyendo la Iglesia), han asistido, jaleado y aplaudido. Lógicamente, ¡era la duquesa de Alba!, y por otro lado quién va a poner peros en 2011 a una mujer que busca la felicidad haciendo su santa y libre voluntad, y además lo cuenta en su libro y se paga el vicio con su dinero.

La verdad es que sonará políticamente muy incorrecto, pero vista la situación en su contexto histórico si alguien no tiene razón para hacer su capricho (aparte del Rey y de su familia…) es la duquesa de Alba. Ella ocupa una posición muy relevante en la sociedad española, pero no precisamente por sus méritos y servicios a la nación, sino por sus bienes, por su nombre y por sus títulos, heredados de personas que sí rindieron servicios como para merecerlos y conquistarlos, y de otras personas que en todo caso se comportaron a lo largo de los siglos no conforme a sus apetencias sino de acuerdo con una cierta dignidad y estilo.

Un duque de Alba, a las órdenes de Fernando el Católico, incorporó Navarra a Castilla y estableció en su raíz el actual sistema foral navarro, además de rendir otros enormes servicios a la corona y al país. El tercer duque de Alba, don Fernando Álvarez de Toledo, llena los libros de Historia de media Europa, porque sirvió a Carlos V y a Felipe II en Túnez, en Mühlberg, en Holanda, en Italia y en Portugal. Su vida pública no fue ni modesta, ni franciscana, ni blandengue, pero desde luego no la dedicó a divertirse con bailaores, toreros y fiesteros varios; conservó los bienes y títulos que heredó, y amplió unos y otros, asociando a su nombre una cierta dignidad. Y sí, no fue ajeno a la cultura y el ocio, pero lo hizo con amistades como la de Garcilaso de la Vega.

Otros duques posteriores, hasta Jacobo Fitz-James Stuart, padre de la actual con su título de Berwick y su Jarretera a cuestas, quizá fueron menos impresionantes en su quehacer, pero mantuvieron siempre una digna coherencia, que puede o no gustar pero no cabe discutir; y cuando fueron llamados por las urgencias del momento a servir al país supieron hacerlo, como en la larga embajada en Londres, desde 1937, del anterior duque.

El nombre de Alba, qué se yo, se asocia mal en una noticia a unos churros de desayuno, a una vida de farándula y peor como imagen a una rumba bailada sin consideración a las limitaciones de cada uno o una luna de miel valetudinaria en Tailandia. Cierto es que en esta España postmoderna los pretendidos derechos de un individuo prevalecen sobre los deberes; pero así nos va por eso mismo.

En todo caso, es muy complicado pretender conservar los antiguos privilegios de nombre, de título, de familia y de patrimonio sin cumplir a la vez con ninguna de las antiguas obligaciones de servicio y de corrección. Si todos tenemos derecho ilimitado a la felicidad y al capricho, se podrá pedir el fin de lo que queda de los privilegios, y viceversa, si se comprende la importancia de estos últimos ha de pedirse a quienes están llamados a detentarlos que recuerden de dónde y de quién vienen.

Cuando en 1936 el rey Eduardo VIII quiso casarse con «la mujer que amaba», hubo un amplio acuerdo, que incluso hoy es aplaudido desde la corrección política, en que había de elegir entre la Corona, real e imperial entonces, y su amor. En 2011 imagino que todos aplaudirían la coronación de Wallis Simpson, aplicando la lógica hedonista que parece importar más que nada. Por la misma razón se aclamarían en público las sórdidas vidas íntimas de algunos de nuestras reinas y reyes más o menos lejanos. ¿O es que no tienen «derecho a la felicidad»?

En general, si la España de 2011 ha de salir de sus múltiples crisis, a todos nos convendría recordar de dónde venimos, y más aún tratar de ser dignos herederos de nuestras raíces. Porque todas ellas, distintas entre sí, son igualmente dignas, y sufren por igual si las olvidamos y convertimos en sagrados sólo los caprichos individuales con total desprecio de la familia, de los ancestros, de la comunidad y de la nación. El problema no es que uno se case tres, cuatro o cinco veces, sino que idolatre su capricho y olvide su deber.

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 19 de octubre de 2011, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/duquesa-alba-representa-bien-espana–117591.htm