Por Pascual Tamburri, 31 de octubre de 2011.
Han vivido durante años lo mismo que sus colegas ahora bajo sospecha. ¿Y ahora los acusan? Mucho riesgo si no tienen mucho que ganar. Canis canem non est.
No te digo que no, es verdad que en Navarra (como en gran parte de España) hay un molesto olor a podredumbre. No es fácil explicar a la gente que algunos de nuestros timoneles estén viviendo como viven y haciendo lo que hacen. Es muy complicado presidir una comunidad de austeridad y recortes tras ganar oficialmente 143.000 euros en un año, de ellos 68.000 por una alcaldía (que son once millones de pesetas largos), y los 75.000 restantes por dietas de Caja Navarra y las sociedades públicas. A sumar lo que proporcionen las sociedades privadas, de las que lo único que sabemos es que pagan generosamente a los políticos en activo y a los retirados, y que nunca sabremos exactamente cuánto, exactamente a quién, ni exactamente por qué (ni la prensa parece muy interesada en hurgar por ahí). Y a multiplicar por no sabemos cuántos caballeros y cuántas damas que viven magníficamente de la política, con unos ingresos (y unos gastos) que ni sus estudios, ni su genio, ni su fortuna familiar les habrían permitido.
Ya ves que tampoco las oposiciones políticas demuestran un interés desmedido por la cuestión, y eso que en teoría se juegan en eso el poder. Canis canem non est, canis canem non edit… y si perro no come perro será porque los dos han comido, aunque sea en distinta medida, del mismo botín, llámese Arena, Circuito, Tren, Psiquiátrico, Urbanismo. Es la única razón para explicar los prudentes silencios y las llamadas al orden ante la corrupción: nadie tira piedras contra el propio tejado.
Ya. ¿Y cuando políticos de primera fila, como el expresidente de Navarra Miguel Sanz, han sido acusados por otros políticos de su gestión pasada de estos asuntos? Parece que se demuestra que Sanz ya no es perro, ya no se beneficia de la solidaridad canina con la que los miembros en activo de la jauría se protegen unos a otros. Algo por lo menos peligroso, recordemos al benemérito Gabriel Urralburu, porque si se le expulsa del Paraíso y sale de él enfadado, decepcionado, con demasiada información y nombres en la cabeza y bajo el brazo, los altaneros de hoy, que eran de los aduladores de ayer, pueden ser los humillados de mañana.
No me digas que hay que ser prudente. De todas las razones para no hablar de la corrupción de nuestra vida pública la peor son los batasunos. Es exactamente al revés de cómo nos lo cuentan en voz baja y con mirada compungida: pidiendo limpieza y señalando la basura no se lo ponemos más fácil a los abertzales, sino que precisamente les quitamos argumentos preciosos para las campañas del futuro. Nada hay más irritante que verlos llenarse los bolsillos en nombre de una Patria por la que otros murieron. Lo imprudente es callar, tolerar o comprender. Si quieres una opinión cruda y dura, a algunos de estos voceras si les diesen a elegir entre sus cholletes y la unidad de España no les temblaría el pulso… y no te pienses que nos presiden nuevos Viriato y Guzmán el Bueno.
«Evidentemente sí. Con todo lo que eso supone»
Y de la crisis ni hablemos, amigo mío. La razón para que la hez de esa gente nos preocupe no es que ahora haya una crisis. Eso si acaso la hace moralmente más vergonzosa, pero no queremos una dosis de moralina. Aquí el problema no es que «unos tantos y otros tan poco«, sino que los que se dedicaban a sus cositas, a sus peleítas de twitter, a sus jueguecitos y a sus niñerías eran suntuosamente pagados por todos para hacer un trabajo que no hacían y que en muchos casos eran perfectamente incapaces de hacer bien, o al menos objetivamente menos capaces de hacer que muchas otras personas ya tituladas, formadas y a menudo incluso ya insertas en la Administración. Y eso habría sido un suicidio colectivo también sin crisis.
¿Ahora es «el momento de cambiar«? Ya sé que tú, como yo, piensas que sí. Pero por favor no seas como ellos cuando lo dices: si dices «sí«, que tus actos sean consecuentes. Si por algo repugnan los líderes morales de la casta de políticos profesionales es porque su palabra vale menos que su fiemo. Tú no puedes decir un día «evidentemente sí, con todo lo que eso supone«, y al siguiente hacer o decir lo contrario. Es decir, sí puedes, como es moneda común en este gremio, pero obrando así te conviertes en uno de ellos, esa combinación lamentable de incapacidad, pretensión, vanagloria y mentira.
Los dos estamos de acuerdo en que hay algo aún peor que callar sobre la corrupción política y ocultarla, e incluso peor que la corrupción misma. Mentir sobre lo que hiciste o dijiste, negando la verdad incluso con aire ofendido, o mentir hacia el presente y el futuro, dispuesto a repetir la jugada. Seguro que Pepiño Blanco, el gasolinero, no sabe quién fue Montaigne ni que «la palabra es mitad de quien la pronuncia y mitad de quien la escucha«; pero no es el único así ni su partido la única guarida de esa parte de la manada. De hecho, para llamar «cretino» a Blanco hay que estar muy convencido de que uno satisfaría a Ezra Pound y de que en efecto «cuando un hombre traiciona su palabra, o su palabra no vale nada o ese hombre no vale nada«. Digamos suavemente que, entre corrupción y ambición, en los últimos años son unos cuantos los que se han empeñado en demostrarnos… cuánto valen.
Te confieso que esto último me importa poco o nada. Será cuestión de sus familias, y en todo caso de sus amigos. Que valgan lo que tengan que valer, si tienen suerte y no se nota prosperarán y si no tienen suerte y se ve lo que llevan dentro tendrán que volver (o empezar) a ganarse la vida con su mérito, si el sistema judicial funciona mejor que el político. Pero lo preocupante es lo que nos afecta a todos: esa gente, mintiendo, trepando, traicionando, deslegitima justamente las ideas y principios que dicen defender y en los que dicen creer. Porque naturalmente, a un político que se lucra siéndolo, que incluso delinque siéndolo, o que simplemente traicionan a todos incluyendo su propia palabra, es muy difícil creerle si dice, por ejemplo, que defenderá sin concesiones la españolidad de Navarra. Mal defendida queda en semejantes manos. De modo que la primera lección de estos años corruptos es que ciertas cosas –si no cambiamos de clase política- va a ser mejor que las defiendan otras personas, a ser posible no políticos cuyas convicciones sean tan poco… fiables. Arturo Pérez Reverte los llamaba el otro día «indecentes«. Atinada palabra.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 31 de octubre de 2011, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/politicos-corruptos-delito-todo-empeora-117835.html