Por Pascual Tamburri, 26 de diciembre de 2011.
Justo antes de Navidad Ángel Mª Pascual habría cumplido cien años. El mejor escritor navarro del siglo se anticipó a las advertencias de Benedicto XVI.
Entre muchas de las rutinas navideñas, que los botarates de nuestro tiempo llaman tradiciones (un proceso tumoral en el que los navarros somos expertos), están ya asentados los dos discursos, retransmitidos, del Papa y del Rey. La publicación de algunas de las prácticas de la familia reinante ha hecho que las palabras de Juan Carlos I se hayan escuchado y analizado más que de costumbre. Sin embargo, quien de verdad ha roto la baraja y ha explicado las crisis que vivimos sin renunciar a ninguna de las verdades que predica ha sido Benedicto XVI. Quizá no sea casualidad que no se estén dando a conocer en los medios convencionales algunas de las afirmaciones de Joseph Ratzinger.
Que esta crisis no es sólo ni principalmente económica, en el fondo ya son pocos los que se atrevan a negarlo. Pero el Papa ha dicho, y no sólo a los cristianos pero sí especialmente a los europeos, que es la renuncia a la trascendencia y a las normas de vida que se derivan de ella la que nos ha traído a este punto. La suma de individualismo, relativismo, progresismo, economicismo y materialismo define la modernidad; pero también explica cómo esa modernidad lleva fácilmente de la prepotencia del bienestar a la desesperación de la crisis. Habrá tiempo para comprender las implicaciones últimas de lo que el Papa ha recordado, y qué bases tiene en el pasado y consecuencias en el porvenir.
Pero reconozco que me pareció providencial, y en todo caso muy hermoso, que Juan José Martinena recordase –oh sorpresa- en Diario de Navarra que justamente ahora se cumplen cien años del nacimiento de Ángel María Pascual, y que el mejor escritor pamplonés del siglo XX hace ya muchas Navidades analizó las consecuencias peores del progreso y la modernidad justamente como lo habría hecho hoy el Papa. Quizá podamos releer a AMP para repensar cómo queremos salir de la crisis, y de qué crisis.
Momentos navideños en «Glosas a la ciudad», de Ángel Mª Pascual. Por Juan José Martinena.
En el período de tiempo comprendido entre octubre de 1945 y abril de 1947, aquel gran escritor y periodista, enamorado de Pamplona, que fue Angel María Pascual, publicó en el desaparecido diario local «Arriba España» sus incomparables Glosas a la ciudad, unas pequeñas joyas literarias que más tarde serían recogidas en dos ediciones, en 1963 y en 2000. Mi buen amigo y veterano periodista José Miguel Iriberri, en un reciente artículo publicado en la revista «Pregón», ha escrito que asomarse a las Glosas es hacerlo a una ciudad casi desconocida a día de hoy, y que su autor las escribió como si se empeñara en retratar con palabras la ciudad de su tiempo, para que echara raíces antes de la llegada de un futuro que él no iba a conocer. Abundando en la misma idea, el novelista Miguel Sánchez Ostiz, en el prólogo a la más reciente de las dos ediciones, se hace esta reflexión: «Yo no sé si Pascual intuía que la vieja Pamplona en la que había transcurrido su infancia y juventud estaba condenada a desaparecer, que ya se abrían perspectivas de una ciudad nueva y que se avecinaba una sensibilidad estética y ciudadana que no era ciertamente la suya«. Por mi parte, este año en el que se conmemora el centenario del nacimiento de su autor, he querido traer a estas páginas una breve selección de algunas de esas glosas, que durante años fueron mi libro de cabecera, fijándome especialmente, dadas las fechas del año en que nos encontramos, en las que hacen referencia a distintos aspectos de la navidad pamplonesa.
Navidad pamplonesa 1946
En una de ellas, la del 25 de diciembre de 1946, Angel María hacía algunas consideraciones sobre la Navidad, comparando las de otro tiempo con las que entonces se vivían en Pamplona, y en ellas se refiere -cómo no- a los belenes. «Antes, la Navidad era una cosa algo silvestre, donde todo salía a la buena de Dios. En los belenes ocupaban el primer término las figuras chiquitas para que se vieran bien, dejando las mayores en los últimos lugares, con lo que la perspectiva quedaba en suspenso. En las misas del gallo se escuchaban los más raros instrumentos, desde el piano hasta la pandereta. Con tres clases de mazapán se agotaban los horizontes reposteros. En las casas se llenaba una alcoba con musgo y figuras de barro, bajo el sol de una bombilla con tulipa. Luego quedaban los engaños de los inocentes y el hombre que venía en el anochecer de San Silvestre con tantas narices como días tiene el año. En cambio, ahora se ha puesto todo muy difícil, ordenado y sistemático. Los belenes entran en un extenso certamen, con varios grupos, como la liga de fútbol. Para poner un belén hay libros con gráficos, dioramas, escalas y problemas que permiten el título de aparejador al que los lea hasta el final. Los pesebristas catalanes escriben todos su libro y yo recuerdo ahora aquel que empezaba: «Los puntos cardinales son cuatro: norte, sur, este y oeste». Todo para explicar dónde se pone la bombilla de la luna».
En la glosa siguiente, publicada el 27 de diciembre de 1946, hablaba un poco de los belenes grandes, los que se ponían en las iglesias: «Las parroquias de Pamplona no tienen nacimientos. La única que solía poner uno con figuras de las buenas era la de San Lorenzo, que en la capilla de la derecha aprovechaban aquella hondura. Había detrás un fondo de propileos, basílicas y torres que, encima de las montañas de corcho y nieve, describían casi la Jerusalén celestial, la mítica Ciudad de Dios donde reina la eterna paz. Ahora hay también otro belén de los montañosos, con castillos feudales y molinos suizos en El Salvador de la Rochapea. En las seis parroquias restantes no ponen ninguno y sería interesante ver en ellos la santa emulación entre las feligresías».
En esa misma glosa, el autor hace una mención sentida y cariñosa a la tradicional y entonces tan concurrida novena del Niño: «Antes, para celebrarla bastaba una iglesia. Hoy son necesarias ocho y he aquí otra gran alegría de la Navidad. Pamplona es una ciudad llena de chiquillos por todas partes y a los que se sigue formando en la fe recia y constante de siempre. Aquí, un poco alejados del mundanal ruido, apenas sabemos nada de política, pero algunos tenemos la impresión de que esta algarabía infantil en las parroquias de Pamplona, estos niños que en las tardes de Navidad cantan, chillan, rezan, hablan, lloran y besan al Niño Jesús, son más importantes para la Iglesia de Dios que todos los demócratas cristianos y cristianos-sociales que andan enfriando el mundo. ¿No estáis viendo, mientras suena la campana de las cuatro, una gran sonrisa en los cielos? ¿No? Pues que Santa Lucía os tenga de su mano». Leyendo este párrafo, si que se deja sentir, y mucho, el paso del tiempo.
En otra glosa, la del 26 de diciembre de 1945, después de referirse a la misa del gallo, Pascual anotó un detalle que le desagradó profundamente: «.a la salida de la misa había por las calles un trasnocheo sorprendente. Borrachos abrazados cantando groserías. Hombres con los pantalones arremangados bailando torpemente y agitando botellas vacías. Otros, en mangas de camisa, toreaban a sus propias sombras. Y, por todas partes, canciones vinarias, jaleos de borrachera, como si fuera una noche de San Fermín. ¿Pero qué es esto? No va con la seriedad y la religiosidad de Pamplona tan triste adulteración de la Nochebuena. Más aún: el gamberrismo, censurable siempre, lo es mucho más cuando utiliza como pretexto de sus eructos callejeros la fecha más hondamente familiar y cristiana del calendario». Esto, en cambio, sí que ha ido a más.
Felicitaciones navideñas
También las felicitaciones de navidad -los populares christmas, que por entonces se empezaban a poner de moda- fueron objeto de atención del autor en otra de las Glosas, la que lleva fecha del 29 de diciembre de 1946, que en su primer párrafo dice así: «Desde hace algunos años se ha extendido la costumbre de felicitar las pascuas con tarjetas especiales, que llevan una nota artística: un antiguo grabado, un paisaje bello, algo en fin de buen gusto. Apuntemos con gusto estas muestras no frecuentes de una nueva escala de valores. Sobre la frígida cortesía, la belleza pone su aliento cordial. Así nosotros sabemos felicitar las pascuas bajo una pequeña visión para soñar. Por primera vez, paisajes y monumentos de Pamplona han aparecido en los escaparates decorando las tarjetas de navidad. No recordamos, al menos, haberlas visto antes, y por eso quede registrado el hecho en este dietario de la ciudad.»
La noche de Reyes
Y para cerrar con broche de oro el entrañable ciclo navideño, Angel María describía así la víspera de Reyes en la glosa del 5 de enero de 1947: «Mañana y tarde, las tiendas de juguetes están llenas, pero nadie compra nada. La gente ve solamente dónde están los mejores soldados de plomo, las mejores escopetas, los más lindos caballos y esas muñecas grandes que parecen niñas chicas, y esas cocinas que parecen de verdad, y esos juegos de merienda, para luego decírselo bien claro a los Reyes: en Arrizabalaga, en Lange y eso les ayuda mucho, porque como tienen que recorrer en una noche toda España, no pueden perder el tiempo buscando». Un año antes, el 6 de enero de 1946, el periodista había escrito: «Dicen que hay por ahí gentes desgraciadas que no creen en los Reyes Magos. Casi no podemos imaginarlo. nosotros sabemos que los Reyes vienen para todo el que les escribe, si antes ha matado dentro de sí sus ridículas pasiones de persona seria y ha soltado las riendas a los corceles blancos que tiraban en la niñez el grandioso carro de las ilusiones. Si no nos hacemos como niños, no podremos recibir el regalo de los Reyes de esta noche, ni -esto es más grave- el reino de los cielos, el reino del Gran Rey«. Reino de los cielos que, por cierto, él no podía imaginar que lo tenía ya tan próximo. El 12 de abril de 1947 publicaba la que sería su última glosa. En los días siguientes fue sometido a una intervención quirúrgica que no hacía temer ninguna complicación. Sin embargo, estando ya convaleciente en su casa, el 1 de mayo, le llegó la muerte de manera totalmente inesperada, en plena juventud, cuando contaba tan solo treinta y cinco años de edad. Aquel día Navarra perdió al mejor prosista del siglo XX.
Y también poeta, creemos humildemente algunos.
Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 26 de diciembre de 2011, sección «Ruta Norte».
http://www.elsemanaldigital.com/blog/navidad-nostalgia-futuro-vergenza-pasado-118888.html