La belleza, la moneda universal que los europeos siempre aceptan

Por Pascual Tamburri Bariain, 27 de enero de 2012.

La estética no acepta con facilidad límites. Desde siempre, lo bello ha valido para los europeos más que nada. Hace falta saber por qué para entender la importancia dada a lo bello.

José María Valverde, Breve historia y antología de la estética. Prólogo de Rafael Argullol. Ariel Filosofía, Barcelona, 2011. 304 pp. 18,00 €


Leonardo, o el hombre que va más allá de lo esperado en la naturaleza

Martin Kemp, Leonardo da Vinci. Las maravillosas obras de la naturaleza y del hombre. Traducción de Alfredo Brotons Muñoz. Akal – Arte y Estética, Barcelona, 2011. 384 pp. 29,00 €

Si nos creyésemos sin más la narración tradicional de la historia del Arte, lo que llamamos Renacimiento sería poco más que una reaparición de formas, ideas y gustos que ya habían tenído siglos antes su momento de vitalidad; y así seguiría, eternamente o casi, el mismo ciclo transformado en historia. Sin embargo, la verdad es que nada ha renacido casi nunca sin cambios, y del mismo modo nada puede decirse que haya aparecido como fue. A veces, y más que a veces, incluso las apariencias más convincentes son engañosas.


Si alguien no fue lo que se esperaba de él, o por el contrario fue lo que no se esperaba, fue justamente Leonardo da Vinci. Presentado tradicionalmente como la culminación de ciertos aspectos del Renacimiento, la verdad es que el florentino rompió todos los moldes posibles, y resulta hasta hoy mismo completamente inclasificable, al menos si alguien pretenden reducir su obra artística e intelectual a la sucesión rutinaria de escuelas y movimientos académicos y canónicos.

Filósofo antes que nada y como muchos artistas de todos los tiempos, Leonardo reflexionó largamente sobre la interacción entre Dios, Naturaleza, humanidad y belleza; acusado algunas veces de panteísta, es cierto que Leonardo planteó un sentido de la naturaleza y de lo bello que durante la mayor parte de la Edad Media no podían tener. Pero eso tampoco nos lleva al pasado clásico, sino en otra dirección, justamente la de lo que llamamos, y es algo nuevo, Modernidad. Los hombres somos siempre los mismos, y las mismas nuestras tendencias básicas y nuestras tentaciones; pero resultamos ser también siempre igualmente libres, de modo que somos capaces de hacer que todo explote en una dirección cada vez distinta, sin por ello abandonar nuestra naturaleza.


Johann Joachim Winckelmann, Historia del Arte de la Antigüedad. Traducción de Joaquín Chamorro Mielke. Akal – Fuentes de Arte, Barcelona, 2011. 224 pp. 19,00 €

A diferencia de muchos saberes, y para parecerse a otros, la estética tiene una historia troncalmente europea. Por supuesto que todas las civilizaciones humanas han tenido su propia aproximación a la belleza y su propia gestión intelectual de lo bello por uno u otro concepto. Pero los europeos, de ayer o de hoy, orientales u occidentales, si se distinguen por algo es por haber dedicado cuatro milenios a elaborar mano a mano su teoría de la belleza y su teoría de lo cierto. Es verdad que hay teorías para todos los gustos, pero algo característicamente europeo, y de grandes consecuencias creativas y también morales para los europeos de cualquier continente, es precisamente el espectacular desarrollo conjunto de lo bello, lo cierto y lo justo.

Una y otra vez aventureros más o menos malcarados han tratado de introducir entre nosotros ese divorcio que no termina de cuajar; y precisamente en estos tiempos de crisis, cuando las artes parecen haber perdido su brillante independencia, es momento de repasar, también los españoles de a pie, nuestra propia idea de la estética y sus momentos y representantes más indiscutiblemente excelsos.

José María Valverde fue durante el franquismo y a veces contra él un representante del mundo académico más brillante. Lo que aquí vuelve a proponernos Ariel es una síntesis docente de Valverde, uniendo su relato de la historia de la estética y una antología de textos. Porque algo singular de esta disciplina es que no sólo la cultivan los expertos en ella, sino que hay otras artes y otros saberes cuyo ejercicio confiere autoridad en materia estética. Es tiempo perdido todo intento de separar arte, estética, teoría y práctica, precisamente porque entre nosotros lo teórico ha legitimado los cambios en la práctica y viceversa, con total soltura a lo largo de los siglos y con notable diferencia de lo que se hacía en otras latitudes.

Las ideas estéticas cuya historia narra Valverde, desde la Antigüedad y sus filósofos hasta nuestros días y sus experimentos más o mejor justamente llamados artísticos han tenido una visión múltiple y simultánea. Los teóricos y filósofos han elaborado sus ideas mientras la sociedad elaboraba sus propios gustos durante cada época y mientras, a la vez pero no siempre en la misma dirección, los artistas creaban belleza y daban forma a las ideas de otros. La estética, en realidad, ha conseguido siempre manipular obras y conceptos coordinando teoría y práctica. Lo que Valverde hizo en su tiempo es reducir a una sola síntesis su visión de la estética para hacer posible un conocimiento general a partir de un estudio no especializado.

Por suerte o por desgracia, la modernidad a partir de la segunda mitad del siglo XX ha despreciado el conocimiento detallado y preciso, y ha premiado en todos los campos las visiones generales y de pretendida validez universal y constante. Aunque intelectuales como Valverde hayan aceptado teóricamente ese orden en las cosas, en la práctica se han resistido contra él y lo han hecho reivindicando el valor de cada acto y cada obra bellos. Así, aunque lo bello ha sido aceptado y afirmado entre nosotros como universal, cada una de sus concreciones ha sido y ha seguido siendo valorada en y por sí misma. Las artes de las últimas décadas han vivido en sí mismas esa batalla entre lo universalmente válido y lo concreta e individualmente valioso, una lucha que dista mucho de haberse solucionado pero en la que al menos a día de hoy no hay ya vencedores tan claros ni tan revolucionarios como parecían ser hace no tanto. Se quiera o no, lo bello se ha resistido y ha sabido sobrevivir a su teórica derrota total, y no hemos sido testigos del nacimiento de una nueva belleza en unas nuevas artes.

Lo que Valverde supo prever, y lo que con datos, citas y ejemplos sabe explicar de modo válido en el siglo XXI, es la permanencia de lo bello, o si se quiere el valor constante, sean cuales sean sus formas de expresión, de lo bello. Podemos cambiar, de una época y un rincón a otros, de preferencias, pero aparte de los ritmos de evolución natural de las cosas no hemos visto lo horrendo convertido en bello ni, dentro de ciertos límites, tampoco lo contrario. Lo clásico puede cansar e incluso aburrir, pero sólo otro clasicismo puede sustituirlo con provecho, siendo la alternativa una pobreza estética que no sabríamos sobrellevar en paz. Puede que tengamos que leer para convencernos, pero nos convenceremos salvo que estemos totalmente imbuidos de gustos pasajeros y vulgares: hay una belleza, aunque sean muchas sus expresiones, del mismo modo que hay verdades y falsedades, sin tener que ver con ello la multiplicidad de los discursos. Los tiempos de crisis son tiempos en los que se siembran futuros clasicismos y futuros renacimientos, y justamente esta generación de jóvenes es la llamada a servir de puente entre la belleza de mañana y lo constantemente hermoso.

¿Y si los antiguos ya lo habían dicho antes y mejor?

Lo que Johann Joachim Winckelmann pretendió hacer fue más allá de la simple narración de los acontecimientos, de la mera descripción de las ideas y gustos y de la pura descripción de los monumentos artísticos, fuesen efímeros o permanentes. La cuestión iniciada con esta Historia del Arte de la Antigüedad determina aún, en buena medida, la historia de las artes entre nosotros. Clásico como buen hombre de su siglo, y curado de toda tentación barroca, Winckelmann concibió lo griego como fundamento necesario de todo y lo romano como culminación de todas las artes, siendo todo lo precedente una preparación y todo lo posterior una decadencia. Y podremos compartir o no este punto de vista, pero lo que resulta imposible es negar el vigor y la coherencia del punto de vista de los hombres del clasicismo, que han sabido hacerlo llegar hasta nosotros.

Hasta lo que hoy llamamos Neoclasicismo, incluso en el Renacimiento, el Arte era una acumulación de objetos más o menos bellos, pero no existía un Arte como tal, con entidad propia y como expresión directa del espíritu de una época, de una comunidad o de un pueblo. Algunos hombres del Renacimiento empezaron a entender que sí era así, pero hasta Winckelmann no nace con total independencia una historia del Arte. Winckelmann hace mucho más que sólo contarnos la historia de unas formas del pasado, puesto que a su descripción añade su explicación, es decir da razón de las formas y de los cambios en éstas, y asocia formas a ideas, y los cambios en unas a la evolución en otras. Podremos estar o no de acuerdo con la asociación que cada historiador del Arte haga entre unas y otras, pero lo cierto es que en esa asociación, la que sea, consiste justamente la historia del Arte.

Winckelmann desarrolla esta obra, que realmente le hizo inmortal, en dos partes claramente diferenciadas. En la primera, se hace amplísima y organizada referencia al arte de los pueblos prehelénicos, poniendo como punto de llegada la misma Grecia: todo lo que fue antes de la Hélade se entiende sólo desde ésta y por ésta. En la segunda, se describe la vida cíclica de las artes en Grecia y Roma, entendiendo las artes griegas y romanas como el canon de todas las demás en todo otro tiempo y lugar, de tal suerte que con y por las artes clásicas podemos comprender hoy también todos los intentos de creación de belleza.

«La historia del arte de la Antigüedad que me he propuesto no es una mera narración de los periodos y las transformaciones que aquél experimentó, puesto que tomo la palabra historia en el sentido, más amplio, que ésta tiene en la lengua griega, y mi intención no es otra que ofrecer el ensayo de una construcción teórica» … puede que se disienta de Winckelmann y de sus infinitos seguidores en figar precisamente en la Antigüedad europea el único y decisivo punto de referencia, pero incluso en ese caso habría que encontrar una era que explicase de modo igualmente satisfactorio todo lo anterior y, más aún, todo lo posterior. Y como eso a día de hoy no parece posible, incluso los disidentes más encrespados necesitarán volver a este clásico que reedita traducido ahora Akal.

Pascual Tamburri Bariain

Pascual Tamburri Bariain
El Semanal Digital, 27 de enero de 2012, sección «Libros».
http://www.elsemanaldigital.com/belleza-moneda-universal-europeos-siempre-aceptan-119443.htm